A las seis y media, en la estación de Villanueva, un soplo, como de fiesta animaba á la muchedumbre que impaciente apelotonábase en torno de los vagones antes de invadirlos para tomar sitio definitivo.
La mañana, radiosa y cálida, mañana de agosto, toda luz y color, inflamábase como una gloria, tras un alba rosada en que girones de nubes desgarradas ocultaran el sol en su aurora, y su desbordamiento de lumbre daba encantos cromáticos al cuadro que la multitud hacía vivir.
Por fin, la invasión á los carros iba haciéndose, por grupos, según el color distintivo, el rosa, el verde, el azul, el verde y blanco, el rosa y verde, el violeta, el amarillo, toda la gama del iris, y por las ventanillas de los coches en cuyos cristales los rayos del Sol dejaban chispas, asomábanse las banderas, divisas de los grupos, flotando alegres en su orgía de colores, la amarilla, la violeta, la rosa, la azul, la verde y blanca, como en loca competencia con la orgía de colores de la mañana radiosa y cálida.
En uno de los últimos vagones, la bandera de la patria indicaba que en él iba la Comisión, porque los que formaban la Comisión llevaban decorada la boutonnière (ojal) con los colores nacionales.
A las siete, próximamente, silbó la locomotora y el largo tren partió arrastrando su regocijada carga de lindas maestras, de entusiastas profesores, de elegantes damas y de personas conocidísimas en nuestra buena sociedad.
Y mientras el tren corría, corría hacia la bella ciudad de Matanzas á donde se dirigía con su regocijada carga, pude saludar y cambiar frases con numerosas damas y caballeros de distinción que formaban parte de la agradable fiesta:
Ana Luisa Serrano, bella y discreta señora que hace de la causerie (charla) un blasón; la señora de Carlos de la Torre, culta dama nacida en Matanzas y ganosa de ver nuevamente su legendaria ciudad natal; la elegante señora María Isabel Machado; la señora Ubeda de Morales; la señora Josefa Castillo y Bravo de ilustre familia oriental; la muy culta señorita Rosario Sigarroa; las señoritas Borrero, Rosita de la Torre, Dorila de la Huerta, señorita Menocal, y tantas…!
Entre los caballeros, el doctor Carlos de la Torre, entusiasta organizador de la hermosa tournée (gira); doctor Borrero1, Subsecretario de Instrucción Pública; doctor Dihigo, Rector de Saavedra, doctor Aragón, José M. Collantes, José Manuel Carbonell, doctor Santiago Huertas, doctor Sarraínz, Manuel Márquez Sterling, Alberto Barreras, Coronel Estrampes, etc.
Cerca de las once, y después de haber dejado atrás el selvático y orgulloso Pan con su diadema de bizarras palmas, detúvose el tren en la estación de Matanzas donde diversas comisiones y distinguidas personalidades de la ciudad vecina, recibieron con amabilidad y cortesanía inolvidables á los maestros excursionistas.
Tras breve rato, en que á la alegre algazara mezclábanse las notas musicales de los cobres y bronces, partió de nuevo el tren para estacionarse en el Número 1, sitio distante dos kilómetros de las famosas Cuevas de Bellamar, cuya visita constituía el objeto principal de la excursión.
Ya en la finca Las Cuevas, y después de una penosa marcha, á pié, bajo un sol canicular, aunque á veces compasivo por el vuelo de una nube, organizóse el lunch (almuerzo) bajo los árboles, en el ambiente perfumado por las silvestres flores y refrescado por la brisa marina, bucólica fiesta en que la franca, la sana alegría invadía los corazones todos, y la risa sonaba sus cascabeles en todos los grupos, el rosa, el verde, el azul, el verde y blanco, el rosa y verde, el violeta, el amarillo…
Luego, la visita á las Cuevas, el descenso, por grupos, no muy numerosos, á la encantadora y misteriosa gruta que encierra en sus salas todas las fantasmagorías soñadas por la magia, entre un desbordamiento prodigioso de tonos y cambiantes; chispas sangrientas de rubíes, suaves tonalidades de turquesas, parpadeos de diamantes, brillos astrales de esmeraldas, arrancados por la luz de las antorchas al bosque diamantino de estalactitas y estalagmitas.
A cada descenso de un nuevo grupo, un nuevo asombro, un deslumbramiento, y mientras los doctores La Torre y Huertas explicaban la formación geológica de los distintos salones de la gruta, las pupilas ávidas, escudriñadoras, quedaban deslumbradas por aquel fastuoso derroche de tonos y cambiantes, por aquella opulenta pedrería.
Al ascender, muchos llevaban en las manos, como recuerdo de las Cuevas, trozos de estalactitas, flores de nieve y de cristal que por primera vez mostraban al sol sus corolas intocadas.
A las seis, al regresar al Núm. 1, donde el tren estacionado aguardaba á los visitantes para conducirlos á la ciudad, apareció Matanzas á lo lejos, envuelta en la gloria radiosa del sol poniente, al fondo de su hermosa y azul bahía, en las floridas faldas de sus lomas, y tras ella como guardián y amante, destacábase el Pan, agreste y orgulloso con su diadema de bizarras palmas.
Ya en la ciudad de los dos ríos, dirigiéronse los maestros á las alturas de Monserrate, donde bajo los árboles, en la amplia terraza esperaban las mesas de más de cuatrocientos cubiertos, pero donde las sombras de la noche impidieron disfrutar a los visitantes del maravilloso espectáculo del valle de Yumurí, fantástico paisaje de gran fama.
En la culta ciudad de abolengo ilustre, en la romántica villa donde el ensueño y la poesía tienen su cuna, todo fueron halagos para los visitantes; los maestros, las comisiones, la sociedad toda se deshizo en manifestaciones de la amabilidad y cortesanía que caracteriza á los habitantes de la Atenas de Cuba, y el Liceo y el Casino abrieron sus bellos y amplios salones, donde los excursionistas pudieron descansar pasando ratos deliciosos, en deliciosa charla con personas distinguidísimas de aquella sociedad, cuyos nombres blasonarían estos párrafos, pero cuya enumeración sería interminable.
Y á las once, tras cordialísima despedida, partía el tren, quedando á lo lejos Matanzas la gentil, con sus bellas mujeres, con sus floridos cámenes, con sus vetustas torres, con su aroma de ensueños y de poesía…
El tren corría, corría, y yo me entregaba á mis emociones íntimas, recordaba cosas alegres y cosa, tristes, todo un mundo vivido en lo que atrás dejaba, y pensé en algunos nombres, en Garmendía, el bueno y culto compañero, en Byrne, el soñador poeta, en Luis Mestre, el amable y cortés amigo.
Luego, al llegar á la Habana, recorrí una vez más los amables grupos, ahora soñolientos, casi rendidos, el rosa, el verde, el azul, el verde y blanco, el rojo, el rosa y verde, el amarillo… toda la gama del iris.
Federico Uhrbach
Agosto, 1901.
La Excursión de los Maestros: Llegada a Matanzas, entusiasta recibimiento, obsequio de flores, visita a las cuevas de Bellamar y regreso.
A las siete y diez de la mañana de ayer domingo (Agosto 18, 1901), salieron del patio de Villanueva diez vagones conduciendo como unos cuatrocientos maestros con dirección a la bella ciudad de Matanzas.
La excursión, dirigida por nuestro distinguido amigo el señor Carlos de la Torre, que como los señores Esplugas y Fernández Velazco, se multiplicaba para darle á la fiesta toda la serenidad y compostura que debía tener, resultó espléndida y lucida.
En los vagones fueron tomando asiento por orden riguroso los dieciséis grupos en que se dividió la excursión ostentando cada uno de ellos una bandera con sus colores correspondientes, á fin de ser distinguidos de los demás.
El penúltimo vagón fué destinado á la comisión, á los periodistas y á los invitados, entre los cuales se encontraban representantes de la Secretaría de Instrucción, el Sub Secretario señor Borrero, Echevarría, del Ayuntamiento los doctores Núñez y Aragón, de la Alcaldía, el secretario señor Gutierrez, y de otras corporaciones y centros políticos como los señores Villavicencio, Dihigo, Sarrainz, etc., etc.
A las once llegó la excursión al paradero de Matanzas, donde fué recibida por una numerosa comisión de maestros y una banda de música que entonaba el himno invasor. Frente á la comisión el distinguido inspector provincial señor Saez Medina.
Las maestros de Matanzas obsequiaron á sus compañeros de la Habana con lindos ramos de flores.
Después de una parada de media hora, el tren siguió hasta el crucero, paradero el más próximo al camino que conduce a las Cuevas de Bellamar.
De aquel punto y bajo un sol canicular que rajaba las piedras, se trasladaron á pie los excursionistas al lugar donde están situadas las Cuevas, porque los transportes que á la Comisión se habían ofrecido, por los americanos brillaron por su ausencia.
A las doce todos los excursionistas, y en medio de un orden admirable, tomaron el lunch distribuido por la Comisión bajo los frondosos arboles que rodean la solitaria y solariega casa, donde están situadas las célebres cuevas descubiertas hace treinta y nueve años por un chino, que todavía sirve de guía al curioso visitante.
Por grupos fueron entrando en las maravillosas cuevas los excursionistas, y á todos el señor La Torre iba explicando los distintos salones de que consta y las extraordinarias formas que han adoptado con el tiempo las destilaciones de las aguas, entre las cuales sobresalen “los doce apóstoles”, el manto de Colón, la fuente de la Virgen y la garganta del diablo. Todo maravilloso.
El excesivo número de excursionistas determinó que la visita á las cuevas solo se limitara á los dos ó tres primeros salones, porque los demás y los nuevos descubiertos, que tienen cerca de una legua de distancia, era imposible recorrerlos.
Como á las seis de la tarde estuvieron de regreso en Matanzas todos los excursionistas, volviendo unos en el ferrocarril y otros en algunos carros y carruajes.
Nuestro compañero, el señor Bárzaga, que regresaba en una guagua, que conducía uno de los primeros grupos, tuvo la desgracia , al subir al pescante, de que le fallara el pie, cogiéndole una de las ruedas, el derecho, produciéndole una fuerte contusión, que le fué curada en la botica de San Juan, en Matanzas.
Los excursionistas, de vuelta en la ciudad, visitaron casi al obscurecer, el “Liceo Cubano” y como á las ocho y media se sentaban en varias mesas situadas en la explanada de la Ermita del Monserrat, donde se les había preparado una suntuosa comida que, aunque abundante, dicho sea en honor de la verdad, dejó bastante que desear en cuanto á la bondad de sus platos.
Como á las once de la noche regresó de Matanzas, llegando á las dos y media, la excursión, sin que hubiera ocurrido el menor incidente y en medio de la mayor alegría de todos.
La comisión y el señor La Torre merecen toda clase de plácemes por el resultado de esta excursión, cuyo orden y compostura se debe en gran parte á la actividad de la comisión.
Bibliografía y Notas
- Esteban Borrero Echeverría fue nombrado Subsecretario de la Instrucción Pública en Cuba a partir del dos de enero de 1900 por el Brigadier General y Jefe de Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos Adna R. Chaffee. ↩︎
- Uhrbach, Federico. Matanzas Crónica: Excursión de los Maestros a Matanzas. “El Fígaro, Periódico Artístico y Literario.” (Agosto 25, 1901).
- “La Excursión de los Maestros.” Periódico La Lucha, no. 198 (Agosto 19, 1901: 2.
- Guiteras, Eusebio. Guía de la Cueva de Bellamar. Matanzas, Imprenta del Ferrocarril, 1863.
- Personalidades y Negocios de Matanzas.
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