
Labor magna, labor espléndida, digna de las más grandes alabanzas, es la que los señores Crusellas y Compañía en el empeño de dotar a la República de una gran industria, realizaron con una acción constante, inteligente y bien dirigida.
Desde que uno se hallaba en presencia de la espléndida fábrica, formada por una serie de edificios, obra del deseo firme que tenían los señores Crusellas y Compañía, de dar a la industria mayor amplitud y de elevarla al más alto nivel, se comprendía que se trataba de una labor de gigantes, de hombres poderosos y esforzados que ponían al servicio del pueblo en que desenvolvían sus iniciativas, felices y fecundas, todo el concurso de sus elementos: el capital de la inteligencia, la honradez y la voluntad, no cediendo ante ningún sacrificio ni deteniéndose ante ninguna suerte de obstáculos.

La casa de Crusellas tiene una historia honrosa, digna de las más ardientes loas. Fue fundada en el año de 1863 por los señores José y Juan Crusellas y Vidal, poco antes llegados a la Isla, y que veían un negocio en la fabricación de velas de sebo y la preparación de sebos y aceites como lubrificantes de la maquinaria industrial; durante algunos años dedicóse la casa a esta fabricación únicamente, girando entonces con el nombre de “Crusellas, Hermano y Compañía”.
Cinco años más tarde llegaron de España los sobrinos de los fundadores de esta industria, los señores don José y don Ramón Crusellas y Faura, naturales de Artés, provincia de Barcelona, muy jóvenes, muy laboriosos y con una cultura no común. Don José pasó poco después a los Estados Unidos para estudiar la fabricación en gran escala de los jabones ordinarios, y con posibilidades de resistir toda competencia de los más finos, ampliándose a su regreso las manufacturas de la fábrica a esta nueva producción.

Retiráronse más tarde de los negocios los fundadores de la casa, la que pasó a ser de propiedad exclusiva de sus sobrinos, quienes en 1876 constituyeron sociedad con el mismo nombre de Crusellas, Hermano y Compañía. En 1879 fué liquidada la fábrica de velas de sebo y la preparación de lubrificantes, emprendiéndose en gran escala la fabricación de productos de perfumería, con la base del jabón de Hiel de Vaca y el Rhun Quinquina, que pronto adquirieron una gran importancia en el mercado isleño.
A fines del año 1914 ocurrió el fallecimiento de don José Crusellas y entonces don Ramón compró a los herederos de su hermano sus derechos y acciones en la sociedad. Dueño él ya de todo el haber social, formó una empresa nueva con la firma “Crusellas y Compañía”, de la que fueron socios su hijo don Ramón y sus hijos políticos señores Luis María Santeiro y Valentín Rodríguez.

A partir de esa fecha Cuba entraba en un período extraordinario de actividad, los negocios fueron mejorando, prosperando, hasta que se hizo de todo punto necesario ampliar los talleres.
Ya el edificio de Monte 310 al 320 era insuficiente. No había espacio para producir tanta mercancía como demandaba el mercado. Y, tras examinar la situación, fue preciso pensar en edificar una fábrica, poniéndola a la altura de las mejores del mundo. Y dicho y hecho. Poco después en la calle de Balaguer, entre Dureje y San Julio, cerca de la Calzada de Buenos Aires, se iniciaban los trabajos.
Siempre fué la casa Crusellas una institución familiar y, lejos de haber perdido este carácter, lo acentuó desde entonces. El joven Ramón Crusellas, con una base sólida de preparación en los grandes centros industriales de los Estados Unidos, Alemania y Francia; con una gran cultura general y un poderoso talento, era el director técnico de la fabricación de perfumes y jabones.
Don Luis María Santeiro, joven de gran prestigio en el ambiente comercial de la Habana, dirigía la administración de la empresa, y su hermano político don Valentín Rodríguez, no menos capacitado para el cargo a que atendía, estaba al frente del departamento de ventas. Esta era, por lo tanto, más que una empresa industrial, una verdadera familia donde todos se ayudaban y se completaban.
La Nueva Fábrica de la Crusellas y Compañía.

Al construirla se tuvieron en cuenta todos los requisitos indispensables; no se omitió gasto alguno; se cuidó de hacerla superior a casi todas las similares de América. Se explica de este modo que, habiéndose calculado una alta suma para las obras, al finalizar, examinando los libros, se haya visto que el costo era tres veces mayor. El valor material de los edificios aumentó en un millón de pesos.
La fábrica de jabón ocupaba unos diez mil metros cuadrados contando con varios edificios de su propiedad, situados en el centro industrial de la Habana. La de perfumería disponía también de otro espléndido edificio propio, no muy apartado de aquéllos. La casa tenía aún otros, ocupados por talleres de maquinaria, carpintería, planta de extracción de glicerina, garaje y almacenes. La maquinaria era modernísima y se movía por un motor de vapor de 350 caballos de fuerza.
Tenía la casa 95 dependientes fijos, que comían y dormían en ella y 125 obreras externas encargadas del embalaje de los productos de la perfumería. Los residuos de la fabricación de jabones se aprovechaban merced a unas máquinas perfectísimas, extrayendo de ellos unos 125.000 kilos de glicerina anuales, que se vendían en los Estados Unidos. La casa poseía, además, un despacho para la venta al detalle, instalado en la calle Obispo, la Rue de la Paix de la Habana, con el mayor lujo y el gusto artístico más depurado.

Todo, previsto con cuidado, estaba en la forma mejor y más práctica. Desde las habitaciones de los empleados hasta el departamento de propaganda; desde el despacho de los gerentes hasta los laboratorios, etc., no había nada que no respondiera a mejorar las condiciones del trabajo para obtener un espléndido éxito. Por no descuidar nada, hasta existía una línea férrea que permitía, mediante el auxilio de los “ferries”, recibir en la misma puerta las materias primas que se adquirían en los Estados Unidos.
La fábrica tenía una producción mensual de 30.000 cajas de jabón de noventa libras cada una. Y, a pesar de ser tan grande esa cantidad, el consumo del jabón Candado creció de tal modo que, al iniciarse los trabajos ya se trataba de ampliar el taller de elaboración para dar abasto a los nuevos pedidos que se hacían.
La producción anual de jabones alcanzaba para 1917 unos 4.880.000 kilos y la de perfumería 4.000.000. Como mercado tenía no sólo toda la isla de Cuba, sino que también realizaba grandes ventas en Méjico, los Estados Unidos, España y el Centro y Sur de América. La fábrica era proveedora, además, de la Real Casa española.

Todo este enorme crédito lo ha consiguió merced a la constancia infatigable de sus directores, al talento con que siempre acertaron a dirigir la empresa y al cuidado escrupuloso con que se elegían las primeras materias, importadas para los jabones, de los Estados Unidos, y para la perfumería, de toda Europa, especialmente de Francia. Don Ramón Crusellas realizaba frecuentes viajes a Europa, que no sólo tenían por objeto visitar el país donde nació y del cual no se olvidaba jamás, sino enterarse personalmente de los adelantos que experimentaba la industria a la cual dedicó su vida entera.
Sin contar el valor de los edificios y maquinaria, don Ramón Crusellas tenía invertida en la sociedad una fortuna cuantiosa, de la cual da idea la cifra de un millón de pesos que el negocio maneja anualmente. Por la bondad de sus productos, la casa obtuvo las mayores recompensas en todas las Exposiciones donde concurrió, que fueron: las de Matanzas, de 1881; la de la Habana, de 1892; la de París, de 1900; la de Búfalo, de 1901; la de Saint Louis, de 1904, y la de la Habana, de 1911. Pero el premio más grande lo tenía en el favor constante y creciente de sus consumidores y el orgullo con que se hablaba en Cuba de esta institución.

En conseguir este espléndido resultado pusieron todo su empeño los dos socios gerentes de la casa, los señores Ramón F. Crusellas y Luis M. Santeiro, quienes vieron alcanzar a su producto la mayor popularidad y convertirse en un negocio de primer orden.
Pétalos de Rosa… (Crusellas y Co.) por Adolfo Dollero en 1916
Me parece haber salido ahora de la corola de una rosa, y que sus pétalos me acarician todavía…
He visitado la fabrica de Crusellas y Compañía, (Monte 314-16) industria jabonera fundada en 1863, a la que los propietarios tuvieron la buena idea de agregar el año de 1880 el ramo de perfumería.
El Departamento del jabón es importantísimo, porque de él salen de 7,500 a 8,000 cajas al mes! Es además la única fábrica en Cuba que produce glicerina. La envía después sin depurarla, a los Estados Unidos que le han vendido la grasa animal para fabricarla!
La Casa Crusellas y Compañía agregó un taller completo para la fabricación y compostura de cualquier pieza de maquinaria; y otro de carpintería para los miles de cajas que necesita mensualmente. En todos los Departamentos de la fábrica trabajan unos 230 obreros de ambos sexos.
…Y vuelvo a los pétalos de rosa… del Departamento de Perfumería.
¡Ah, ese polvo “Mercedes” en cajitas tan elegantes y sugestivas!
Esencias, frasquitos menuditos, esmerilados, opacos, transparentes, lisos, historiados, de cien formas caprichosas como las dueñas de esos tocadores en donde figurarán: cajitas y estuches de cartón, dorados, envueltos en papeles finos y sedeños, blancos algunos, con flores otros, y todos muy bien acabados, escogidos, acondicionados…
El Departamento de Perfumería de Crusellas y Compañía es un rinconcito industrial de París en Cuba. Y en efecto, su primer químico ha sido un francés!
Es admirable su instalación; y lo es también la habilidad de todas esas obscuras obreras cubanas de ojos negros grandes y soñadores…

En octubre diecinueve de 1960 el INRA (Instituto Nacional de la Reforma Agraria) nombró a Cándido Fernández Rico como interventor de la firma Crusellas y Cia. S.A. pasando esta a manos del estado cubano.
Referencias bibliográficas y notas
- Crusellas y Compañía en El Libro de Cuba. Habana: Talleres del Sindicato de Artes Gráficas, 1925. pp. 822-823
- Fábrica de Perfumería y Jabones Domésticos Crusellas y Compañía en Libro de Oro Hispano-Americano. Sociedad Editorial Hispano Americana, 1917. pp. 293-296.
- Dollero, Adolfo. Pétalos de Rosa… (Crusellas y Co.) en Cultura Cubana. Habana: El Siglo XX de A. Miranda, 1916. p. 367.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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