Fue Dulce María Serret una de nuestras más grandes pianistas. Esta talentosa hija de Santiago de Cuba supo colocar muy alta nuestra bandera, con su arte excelso, abriéndose paso en los más exigentes círculos musicales de las más importantes capitales de Europa, como Madrid y París.
Dulce María estudió en esta ciudad con el maestro Hubert de Blanck y cuando ya tuvieron fuerza sus alas, se trasladó a la Villa y Corte y bien pronto su nombre alcanzó estimación y respeto, bajo la égida del reputado maestro Tragó.
Cuando nuestro Ignacio Cervantes fué a la capital de Francia en compañía de su amante padre, por haber concluido sus estudios con el célebre maestro Nicolás Ruiz Espadero, se presentó en el Conservatorio parisino para lograr su ingreso y el maestro Marmontel, que a la sazón era profesor de piano de dicho centro, en compañía de Alcán, quedose maravillado de las condiciones del pretenso alumno que más tarde obtenía allí mismo, por rigurosa oposición, el primer premio de piano y armonía.
Espadero recibió los felicitaciones de aquellos dos grandes maestros, que ignoraban que en Cuba hubiese profesores de tanta valía como él, que había dirigido a Cervantes de manera tan satisfactoria.
Un caso parecido se repite ahora con Dulce María Serret. El viejo maestro español Tragó cuando supo que nuestro admirado Hubert de Blanck había sido el profesor de Dulce María en la Habana, tuvo también felicitaciones para el maestro y la discípula, reconociendo lo bien que se sabía enseñar a tocar el piano en esta lejana Isla.
Y es que la historia como dije antes, se repite y siempre ha habido aquí ilustres maestros como Espadero en aquellas fechas y luego Jiménez, Edelmann, Desvernine, Saumell, Arizti y el propio Cervantes citado, han enaltecido el nombre de Cuba en la gloriosa senda del arte, como hoy lo verifica otro núcleo de pianistas educadores, a cuya cabeza figura el venerable artista, decano de los músicos de Cuba, maestro Hubert de Blanck, a cuya sombra se hizo pianista Dulce María Serret.
En mi último viaje a Europa, presencié sus éxitos en Madrid y escuché de labios de los maestros Bretón, ya fallecido y que entonces era Director del Real Conservatorio; Villa, Director de la Banda Municipal, y Conrado del Campo, reputado como el más grande armonista de España, los elogios más enaltecedores, referentes al talento de esta joven compatriota que ha trabajado siempre llena de entusiasmo y de fe, para alcanzar la celebridad que hoy disfruta.
Dulce María Serret, antes de venir a Cuba en este viaje triunfal en que nos ha hecho admirarla con entusiasmo por el pleno desarrollo en sus talentos y facultades pianísticas, vivía en la ville Lumiére de sus conciertos. Y este es el elogio más grande que puede hacerse de la joven artista.
Testigo de los innumerables triunfos de Dulce María Serret en la capital de Francia, ha sido nuestro ilustre Ministro, el doctor Rafael Martínez Ortiz, quien conoce la alta estimación que disfruta nuestra gran pianista en aquel refinado ambiente artístico.
Dulce María Serret pertenece a la Maison de L’Amerique Latine y a distinguidas sociedades latino-americanas radicadas en París. Ella ha sido siempre una entusiasta defensora y divulgadora de nuestra música, pues los años de ausencia que ha disfrutado en el extranjero, sólo le han servido bajo el punto de vista de su patriotismo, para exaltar su amor al terruño, tomando parte en todas las fiestas celebradas en honor de Cuba y de los cubanos.
Aún resuenan en nuestros oídos las salvas de aplausos con que fué recibida por nuestro público el día en que se presentó en su primer concierto en el gran Teatro Nacional. Pocas veces hemos visto congregado un grupo de artistas y de dilettanti tan numeroso como el que concurrió a dicho concierto, ávido de rendir su homenaje a la ilustre artista.
Las cualidades salientes de esta excelsa pianista, que pudiera decirse que es una intérprete de la nueva maravillosa escuela francesa, son una técnica extraordinaria, una eran sonoridad y una brillantez poco comunes.
Su labor de tantos años ha sido una labor fructífera, pues ella ha sabido aquilatar los ocultos tesoros del arte pianístico y puede sentirse orgullosa de ostentar su muy interesante personalidad musical en las que sin dudas de ningún género, han influido las sanas doctrinas de su educadores y su temperamento tropical.
Desde las columnas de esta Revista, que ha sido siempre un heraldo de las artes nacionales, enviamos a la gloriosa hija de Santiago, el testimonio de nuestra admiración y de nuestro cariño.
EDUARDO SÁNCHEZ DE FUENTES.
Septiembre, 1926.
Bibliografía y notas
- Sánchez de Fuentes, Eduardo. “Srta. Dulce María Serret gran pianista cubana”. Revista El Fígaro. Año XLIII, núm. 15, 5 de septiembre 1926, p. 318.
- Conservatorio Nacional de Música de la Habana
Deja una respuesta