
El Huracán de Matanzas en octubre siete y ocho de 1870. Faltando pocos días para celebrarse el ciento setenta y siete aniversario de la fundación de Matanzas devastó la ciudad un poderoso huracán. A las doce del día viernes siete de octubre de 1870 comenzaron a sentirse fuertes vientos acompañados de aguaceros hasta que a la media noche desencadenó el huracán su mortífera furia inundando grandes partes de la población.
Los desbordados ríos San Juan y Yumurí hicieron que hombres, mujeres y niños tuvieran que nadar para salvar sus vidas. Dada la voz de alarma poco se pudo hacer para auxiliarlos debido a la precipitada subida de las aguas y el hundimiento de casas y edificios. Los puentes de Bailén y el del Yumurí que comunicaban los barrios de Pueblo Nuevo y Versalles fueron arrastrados por la potente corriente.
En la bahía la desastrosa situación alcanzó proporciones alarmantes pues de los veintiún buques surtos en puerto se perdieron seis, contándose entre ellos una fragata de guerra inglesa. Tampoco se salvó la estación de trenes de San Luis de la línea de Villanueva, desaparecida con todo y telégrafo. De ella un familiar nacido a principios del siglo XX contaba una anécdota en la que un empleado de trenes se había salvado del meteoro navegando por la bahía de Matanzas sobre el techo de la estación, la distorsionada historia oral quizás oída de sus padres tenía su trasfondo de verdad.
A la medianoche y después de viajar desde la Habana conducido por el Sr. Augusto López Sánchez llegó a la estación de Matanzas un tren. Hubo un intervalo de calma entre las tres y treinta y las cuatro y treinta de la madrugada, se despejó la atmósfera y se descubrió la Luna. Probablemente el ojo del huracán paseaba su pupila para contemplar las ruinas de la ciudad. Los que respiraron con alivio sólo se equivocaron pues recomenzó este con nuevo y mayor ímpetu.
Los pasajeros desembarcados del tren junto a los que aguardaban por otros tuvieron que quedarse en la Estación de San Luis, eran unas sesenta personas. El ascenso del agua les obligó a subirse al techo del local, varios fueron arrastrados y otros se refugiaron en una especie de balsa rústica hasta que aproximadamente a las seis de la mañana se vieron gritando y pidiendo auxilio pasar río abajo hacia la bahía donde una ola les sepultó. Estando en terreno bajo, en las márgenes del Río San Juan, desapareció la Estación así como los carros y coches todos arrastrados al mar.
El conductor Augusto López logró regresar a la Habana desde donde hizo varias declaraciones confirmando que no le parecía exagerada la cifra de dos mil muertos avanzada por los tabloides. El barrio de Pueblo Nuevo por su situación geográfica parecía ser la zona más afectada. También elogió a un retranquero llamado Emilio Gómez quien salvó a nado tres familias y al conductor Ramón Comellas, a peones blancos y negros que ayudaron en la desgracia.
Pronto se llamó el Ayuntamiento a sesión permanente y se crearon comisiones que llevaran ayuda y alimentos a los que quedaron sin ropas y hogar. La ciudad estaba incomunicada, ni ferrocarriles ni telégrafo. A las dos de la tarde del día ocho todavía no había amainado el huracán.
Algunos días después publicará el periódico La Voz de Cuba un anuncio del Ferrocarril de Bahía señalando que se trabaja desde Aguacate a Matanzas para despejar las vías. El Comisionado enviado el ocho por el Brigadier Gobernador de Matanzas con pliegos para el General Caballero de Rodas se encontraba para el doce de octubre desaparecido.
Los días posteriores a la catástrofe además de las desgracias inherentes al fenómeno meteorológico tuvieron su lote de crímenes y robos ante lo cual respondió el Brigadier Gobernador de Matanzas Juan Burriel dictando varios Bandos. Aparecieron también grupos a quienes él llamó “gentes de color” blandiendo banderas y palmas y dando voces subversivas.
Recuérdese que el país estaba en guerra desde el diez de octubre de 1868, fecha en la que se conmemoraba el alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes por la independencia de Cuba.
Publicado el Bando salieron a la calle los Voluntarios afectos a la Corona Española deteniendo a cuanto sospechoso se interpusiera.
En febrero de 1870, entre descargas cerradas y toques a degüello habían rodeado y tiroteado la casa de Benigno Gener. En función y por orden del Consejo de Guerra verbal y expeditivo fueron acusados del robo a la casa de Pablo Hernández y fusilados a las cinco de la tarde del diez de octubre de 1870: José Pérez y Antonio B. Podemos imaginarnos el clima de terror reinante en el momento.
No solamente en Matanzas se movilizaron los que aún tenían techo para ayudar a los que habían perdido sus familiares, sus cosechas y sus casas, también en otras jurisdicciones afectadas se ofreció cobijo y se distribuyeron alimentos.
Un testigo nos cuenta el horror vivido: No hay casa que no haya sufrido poco ó mucho. Las cajas de azúcar, los tanques de miel, bocoyes, envases, duelas, en fin todo ha desaparecido. Se dice que por el Ojo de Agua y Versalles ha habido 75 muertos y ahogados. Todo el mundo anda cual nos pinta el Éxodo de los hijos de Israel. Las pérdidas son inmensas. De los dos mil muertos se cree que fueron en realidad unos ochocientos.
¿Por qué esta catástrofe? Desde el día siete de octubre con los aguaceros y chubascos que luego se convirtieron en una intensa lluvia torrencial se fue acumulando el agua en los ríos de Matanzas, unido a esto la dirección y fuerza del viento que conjugados llevaron enormes masas de agua al fondo de la bahía impidiendo el drenaje de los ríos hacia el mar creó las condiciones perfectas para que se inundara la ciudad por el volumen acumulado de agua.
En la madrugada del día ocho pasa el vórtice del ciclón sobre la ciudad lo que trae un período de calma que durará una hora. Hacia las cinco de la madrugada comienza a soplar de nuevo el viento, esta vez en dirección contraria lo que libera la presión que retiene las aguas de la inundación y crea un flujo que arrastra a su paso objetos, casas y vidas.
¿Aprendimos de esta catástrofe? No parece, pues en la actualidad si usted se pasea por la margen del río San Juan en el barrio de Pueblo Nuevo, cerca del Palmar de Junco y a pesar de ser un terreno inundable verá cuántas casas se han construido. Todo parece indicar que del Huracán de Matanzas y su diezmo nadie se acuerda.
La hoja con la última nota queda sobre la mesa, creo que he terminado sin darme cuenta que detrás de mí unos ojos indiscretos escrutan el papel. Mirándome desfachatado por encima de la montura que sostiene una nariz respingada me espeta:
— Oye m’ecobio ¡Qué te importa si d’éso hace como ciento cincuenta años!
Y pienso sin responder:
¡Ay, San Carlos! ¿Qué sabrá un huracán de fechas y números?
A. Martínez (pub. Sep. 12, 2019)
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