El Misticismo de Martí para la Revista Social por I. Méndez. La primera sorpresa que nos produce la lectura de José Martí, es la de sus persistentes ideas sobre la vida, el deber, el dolor y la muerte.
Nota mística que se enuncia en los comienzos de su existencia, como una predestinación maravillosa, y sigue su acorde su vida en crescendo a culminar solemnísimo.
¿Por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio? — le pregunta a su madre en instantes decisivos.
Al balbuceo de Abdala, donde ya “es dulce morir por la patria”, siguen estas emocionantes concreciones, donde ya brota el inefable ritmo religioso de la vida del más atrayente de los libertadores americanos, insólito a sus años:
“El bien es Dios”. — “Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo”. — “Sufrir es quizás mas que gozar. Sufrir es morir por la torpe vida por nosotros creada, y nacer para la vida de lo bueno, única vida verdadera.”
“Si meses antes, — reflexiona sin acritud — era mi vida un beso de mi madre, y mi gloria mis sueños de colegio… ¿qué me importa?… el que sufre por su patria y vive para Dios, en este u otros mundos tiene verdadera gloria.”
En la niñez la vida le revela su secreto. Martí se halla a los 17 años en comunicación con su Dios, que es el bien, que no maldice, porque es todo amor y compasión, y al que acatará por siempre y le ofrendará su alma.
“La vida -nos asevera más tarde- no tiene dolores para el que entiende a tiempo su sentido.”
¿Cuál es el sentido de La vida para Martí? En otra ocasión dijimos que la concebía sobre un plano superior al que hay que ascender para comprenderlo de un todo.
«La vida, nos persuade, es sutil, complicada y ordenada, aunque parezca brusca, simple y desordenada al ignorante».
“La vida humana no es toda la vida. La tumba es vía y no término. La mente no podría concebir lo que no fuera capaz de realizar.”
“La vida es universal, y todo lo que existe mero grado y forma de ella, y cada ser vivo su agente, que luego de adelantar la vida general y la suya propia en su camino por la Tierra, a La Naturaleza inmensa vuelve, y se pierde y esparce en su grandeza y hermosura.”
Estas afirmaciones, en cuya reiteración y definición se detiene Martí siempre de paciente modo, muestran como un deseo de sistematizar sus ideas a este respecto, que tanta concordancia tiene con El Concepto de la vida, libro que ya en 1880 pensaba escribir cuando se fuese “sintiendo escaso de ella”.
Podría decirse que sobre la dicha de la muerte fundamente Martí su admirable, salvador concepto de la vida.
El Apóstol cubano, nos propone la vida como una expiación. Mezcla de panteísmo y palingenesia, en el ir y venir del universo cada ser es por una transmigración que se sucede hasta el perfeccionamiento de la vida humana. Por eso, nos dirá en sus Versos libres, (“tajos son estos de mis propias entrañas”), que la vida no es accidente fortuito ni fiesta descabellada donde al más osado se reserve el mejor sitio:
“No es la vida
copa de mago que el capricho torna
en hiel para los míseros, y en férvido
Tokay para el feliz...”
“El que es traidor a sus deberes,
muere como un traidor, del golpe propio.”
Y les dice bíblicamente a los niños: «Los que están con los brazos cruzados, sin pensar y sin trabajar, viviendo de lo que otros trabajan, esos comen y beben como los demás hombres, pero en la verdad de la verdad, esos no están vivos».
Vivir no es meramente respirar. Vivir es ser útil al mundo, en cuyo servicio va el bien de todos.
“…he puesto solo,
mientras que el mundo gigantesco crece,
mi jornal en las ollas de la casa!
Por Dios, que soy un vil!”
Y en otra ocasión, pregunta, bienaventuradamente: ¿puede ser feliz quien solo es útil a sí propio?
El mundo está en pecado, como en tiempos de Cristo, puesto que “mientras haya un hombre infeliz, hay algún hombre culpable” y “mientras haya un antro, no hay derecho al sol”.
Cada hombre que se inmola por una idea justa, al par que se redime impulsa un tanto la humanidad por la senda que conduce a la cima hermosa, donde “ha de parar el mundo cuando sean buenos todos los hombres, en una vida de mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni ruido, sino un gusto de vivir, queriéndose todos como hermanos, y en el alma una fuerza serena”.
Divide los hombres en dos grupos: “entre aquellos que viven exclusivamente para su beneficio y el pequeño grupo de seres que dependen directamente de ellos, egoístas estos últimos en grado menor y con circunstancia atenuante; y aquellos a quienes más que el propio bien, o tanto por lo menos, preocupa el bien de los demás. El avaro es el tipo esencial del egoísta; el héroe es el tipo esencial del altruista”.
Mas, convencido como se halla Martí de que “el espíritu humano tiene tendencia natural a la bondad y a la cultura, y en presencia de lo alto, se alza”, ya que “la perla está en su concha y la virtud en el espíritu humano”, a los desinteresados que “aman por cuantos no aman; sufren por cuantos se olvidan de sufrir” compete la tarea de romper la concha para que la esencia de la virtud perfume el mundo.
“La humanidad no se redime sino por determinada cantidad de sufrimiento, —insiste constantemente— y cuando unos la esquivan, es preciso que otros la acumulen.” Esta es la mas alta misión del héroe en la tierra, según el mártir de Dos Ríos, pues “la grandeza, luz para los que la contemplan, es horno encendido para quien la lleva dentro, de cuyo fuego muere”.
Esta evangélica concepción de la vida que a otro hombre hubiera entumecido y restado al deber del mundo, recluyéndolo en un ascetismo enervador, es mina de donde Martí saca su portentoso optimismo, tan claro, sentido y bello que nos arrastra y en él nos confunde.
¿Utópicas estas deleitosas y confortadoras proposiciones del Apóstol? Como si él se adelantara a propugnarlas, musita con atrayente subyugadora constancia: “Quien se da a los hombres es devorado por ellos, pero es ley maravillosa de la naturaleza que sólo esté completo el que se dá y no se empieza a poseer la vida hasta que no vaciamos sin reparo y tasa, en bien de los demás, la nuestra”.
“Pero el hombre que al buey sin pena imita,
buey torna a ser, y en apagado bruto
la escala universal de nuevo empieza...
El vivo que la estrella sin temor se ciñe,
como que crea, crece!”
Los de espíritu conservador, interesados en que el orbe no avance, suelen reír en la hora presente de estas preciosas idealidades, a las que debe el mundo su adelanto y la justicia su crecimiento; pero sepan que “el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ese es el verdadero hombre, el único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”.
¡Inefable verdad histórica! Ya sabéis cuáles son los verdaderos hombres prácticos en la depurada ética martiana. ¿Queréis saber cuáles son los ilusos para este original magnífico altruista?: los pícaros y los habilidosos, ya que “todos los pícaros son tontos” y “la habilidad es la cualidad de los pequeños”.
Conocer la vida, no es, en fin de cuentas, sino haber penetrado o adivinado el más allá de ella. “En la arrobadora armonía universal —escribe— toda teoría sobre el cuerpo ha de ir comprobada por una correspondiente del espíritu.”
De su definición de la vida, expuesta en parte en los anteriores párrafos, percibimos la idea que tenía de la muerte. Véase acentuada:
“La muerte no es más que una forma oculta de la vida” o “el paso oscuro a los restantes lances de ella”.
A un poeta pesimista le encarece con estas trascendentales e introspectivas frases “que vacíe en él la ciencia que en mí han puesto la mirada de los niños, colérica como quien entra en casa mezquina viniendo de palacio, y la última mirada de los moribundos, que es una cita y no una despedida…” E impele al vate con esta exultación que contiene de lo más acendrado del creador misticismo de Martí:
“La muerte es júbilo, reanudamiento, tarea nueva. La vida humana sería una invención repugnante y bárbara, si estuviera limitada a la vida de la tierra. Pues ¿qué es nuestro cerebro, sementera de proezas, sino nuncio del país cierto, en que han de rematarse?
Nace el árbol en la tierra, y halla atmósfera en que extender sus ramas; y el agua en la honda madre, y tiene cauce en donde echar sus fuentes; y nacerán las ideas de justicia en la mente, las jubilosas ansias de no cumplidos sacrificios, el acabado programa de hazañas espirituales, los deleites que acompañan a la imaginación de una vida pura y honesta, imposible de logro en la tierra
—¿y no tendrá espacio en que tender al aire su ramaje esta arboleda de Oro? ¿Qué es más el hombre al morir, por mucho que haya trabajado en vida, que gigante que ha vivido condenado a tejer cestos de monje y fabricar nidillos de jilguero? ¿Qué ha de ser del espíritu tierno y rebosante que, falto de empleo fructífero, se refugia en sí mismo y sale íntegro y no empleado en la tierra?
Este poeta venturoso no ha entrado aún en los senos amargos de la vida. No ha sufrido bastante. Del sufrimiento, como el halo de la luz, brota la fe en la existencia venidera. Ha vivido con la mente, que ofusca; y con el amor, que a veces desengaña; fáltale vivir aún con el dolor que conforta, acrisola y esclarece.”
“La muerte —manifiesta en otro lugar— es lo más difícil de entender; pero los viejos que han sido buenos dicen que ellos saben lo que es; y por eso están tranquilos.”
Los “místicos con la mirada vuelta a dentro, quieren conformar locamente el mundo al concepto que en sí llevan de él. Negar lo espiritual, que duele y luce, que guía y consuela, que sana y mata, es como negar que el sol da luz.”
Martí no combatió credos. Únicamente defendió la libertad de todos, porque “el mejor modo de servir a Dios es ser hombre y cuidarse que no se menoscabe la libertad”. “La salud de la libertad —proclama como eje de su predicación prepara a la dicha de la muerte”.
Los dogmas religiosos, apunta, no son más que “la infancia de las verdades naturales” y no hay modo “de salvarse de seguir ciegamente un sistema filosófico, sino nutrirse de todos”.
Ve clara la verdad en la naturaleza y cree que va recta al corazón del “hombre que, sin dejarse cegar por la desdicha, lee la promesa de final ventura en el equilibrio y la gracia del mundo”, y recalca:
“Cada nido es una nueva revelación de la naturaleza; el mundo no pudo haber sido hecho contra lo que revela con su propio testimonio.”
Pocos meses antes de morir, confirma una vez más sus creencias: “En el orden largo y encadenado de la naturaleza, en que un árbol o una peña duran siglos, no puede en una sola vida acabarse la vida del hombre que les es superior ¡No hay cuenta que no se pague en la naturaleza armoniosa y lógica!”
Este férvido espiritualismo que informa la vida del epónimo cubano, no tiene un momento de desconsuelo, un ápice de incertidumbre ni una sola manifestación terrorífica de lo desconocido.
Si “el bien es Dios”, “cuando se ha vivido para el hombre ¿quién nos podrá hacer mal, ni querer mal? La vida se ha de llevar con bravura y a la muerte se la ha de esperar con un beso”.
“El viaje humano consiste en llegar al país que llevamos descrito en nuestro interior, y que una voz constante nos promete.”
Eso hizo él, místico maravilloso. Sordo a las falacias y convites del mundo, por el camino de la virtud purificadora del hombre, siguió tras la estrella que ilumina y mata, hacia la inmortalidad.
Madrid, 1929
Citas y referencias:
- Méndez, I. (1929, junio). El Misticismo de Martí. Revista Social, pp. 11,71,80,81.
- Escritores y poetas.
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