Memorias de Rosa Cruz: El perrito chino del mechón amarillo
– Ay Rosa ¿pero qué te pasa a tí? Desde que volviste siempre te andas quejando, que si las colas, la escasez, el no hay… Mira, empieza a pensar positivo y no lo digas así, imagínate que los productos existen pero se encuentran momentáneamente indisponibles, que hubo una rotura, faltó la pieza del camión o que no alcanzó el combustible porque es fin de mes.
Abuela Chola está recostada en el sillón, la falta de aire es crónica, ya ha ido tres veces a la bodega de la esquina a buscar la leche e’ dieta, pá colmo se le rompió la rueda del cochecito que le adaptó Guanajera.
– Mija se lo dije, yo no estaba de acuerdo con que le pusiera la rueda del contenedor de basura, esta gira pá tó los láo y la otra sigue una sola dirección. Vaya usté a saber si hasta se la robó.
El abanico vibra celestialmente enviándole una bocanada de aire fresco, el calor es insoportable. Salgo del solar y a tres cuadras me cuelo en el Café Atenas, uno de los pocos lugares climatizados del centro.
Una cerveza, le pido al mesero que se acerca con el menú.
— ¿Usted no piensa almorzar?
No, solo quiero tomarme una cerveza, es mucho el calor.
— Es que aquí no se puede tomar sin almorzar o comer, puede comprar la cerveza en la barra y salir del local.
Mire, no es la primera vez que vengo y a decir verdad esta si es la primera en la que me dicen eso.
— No soy el que decide, eso viene de arriba.
Siempre es lo mismo, viene de arriba, es una directiva, como si todo se resumiera a Zeus y el Olimpo, de arriba, de arriba ¿Qué cosa es eso de arriba?
— Es una decisión del administrador, solo sigo sus orientaciones.
¿Podría hablar con el administrador?
En la mesa del rincón, debajo de la consola se encuentra el administrador hojeando un montón de hojas llenas de números. Frente a él un individuo se come un enorme plato de espaguetis.
Hola ¿es usted el administrador? Me acaban de informar que está prohibido tomarse una cerveza en el lugar.
— Es cierto, fue decidido así por la cantidad de elementos antisociales que venían a consumir bebidas alcohólicas al lugar.
Vaya ¿pero no cree usted que no todos somos elementos? tomarse una cerveza e irse no creo que le acarree ningún disgusto.
El individuo del espagueti levanta la cabeza del atracón y con mirada inquisitoria me espeta:
— ¿No fuiste tú quien tuvo problemas en la oficina de Tránsito la semana pasada?
Mire usted, de una cerveza ya pasamos a un problema vehicular.
¿Quién, yo? Estuve allí hace unos días, acompañando una amistad que por cierto salió muy disgustada y diciendo improperios por la falta de ética con que la trató cierta persona. Quizás recuerde al tronco de mulata manejando un Lada. La doctora estalló finalmente, lo hizo. Sí y mucho antes de que le dijera que hasta el perrito chino con el mechón amarillo que se paseaba por allí se meó en la llanta de su carro.
— A mí no se me olvidan las caras… lanzó con una mirada de contentura.
El atónito administrador, testigo de aquella pequeña escena, apunta su dedo índice hacia una de las puertas en la que el vidrio había sido reemplazado por unas tablas de madera.
— ¿Ve usted? Eso lo rompieron los que vienen a emborracharse y terminan fajándose. Es por eso que se decidió poner fin al consumo de bebidas en el restaurante.
Es que usted está aplicando una medida general sin discernir entre lo que es un delincuente que viene a tomarse una caja de cervezas y una persona —un cliente— que pide una y hasta quizás almuerce.
— Puede ir al costado, allí se vende cerveza también
Están calientes, hace un calor infernal y las tres mesas están unas sobre las otras, además toda una serie de personajes no paran de molestar pidiendo dinero.
— Bueno, vamos a hacer una excepción, puede sentarse si lo desea.
Miro afuera y de pronto me siento culpable, ridícula, allí está la loca de turno mascando un mocho de tabaco con sus labios muy rojos y mirándome con una sonrisa, seguro que está pensando
¡Oye acaba de salir pá que me tires la foto y me sueltes el fulita!
Subo por la empinada escalera hasta el baño del segundo piso, el hedor hiere los pulmones y da arqueadas, no hay bombillo, apoyo el pie contra la puerta dejando un filo para que pase la luz. De pronto empujan la puerta….
¡Ocupado! logro gritar ¿Where you come from? Me dice una voz desde el otro lado… y respondo ¡Soy de Cuba! Santo Cielo déjenme mear
¿Quién pudiera ser ese perrito chino del mechón amarillo? Para no tener que parecer turista en mi tierra, no tomar cerveza, no hacer trámites ni ir a los baños públicos. Salgo corriendo para en la explanada dar de frente con tres jóvenes que al son de un bafle gesticulan
¡Oye prieta, tás’ hecha una mónstra! y sonando pá’ colmo la canción de los Kola Loka:
Cuando salí de la Habana de nadie me despedí
sólo de un perrito chino que venía detrás de mí
No me despedí pero sí me desprendí a la carrera quitándome de la cabeza la melodía para darme cuenta de que un perrito ladrando me perseguía y, recordé mi niñez cuando las croquetas se pegaban en el cielo de la boca y me reía a carcajadas mirando las muecas de los canes intentando despegarlas, intacto todavía algo quedaba de inocencia para cantar aquella lejana canción infantil:
Cuando salí de la Habana
de nadie me despedí
solo de un perrito chino
que venía tras de mí.
Como el perrito era chino
un señor me lo compró
por un poco de dinero
y unas botas de charol.
Las botas se me rompieron
el dinero se acabó
¡Ay! perrito de mi vida
¡Ay! perrito de mi amor.
Cuando yo llegué a mi casa
mi mamá me regañó
me haló por una oreja
y a la cama me tiró.
¡Alabáo sea el perrito!
Deja una respuesta