A Federico Beltrán Masses le han llamado el pintor de los nocturnos, una forma chopiniana de la estructura artística, una voluptuosa y acariciadora comprensión de los valores en las dulces sombras de la noche. Como Sorolla1 ama al sol, reflejo de su temperamento vigoroso, rollizo, bermejo, y Zuloaga2 ama la tormentuosa, árida, tarde gris.
Beltrán ama la gama azul y verde de los metálicos cielos orientales; las carnales conjunciones de vagos claroscuros y triunfales academias femeninas; y la pompa multicolora de fastuosos reinos poéticos, de lejanos paisajes, prados de esmeralda bajo cielos de cobaltos; luminarias extrañas de lampadarios bizantinos y claridades de astros rutilantes; rincones de la India con sus mercados revueltos de collares de perlas, conos de marfil, tejidos de cien metales con cien reflejos y cien dibujos.
Federico Beltrán Masses es un inconforme en el medio burgués de nuestra generación, impulsado por una espontaneidad que a ratos podríase calificar de viciosa. Su mortificación y su retorcimiento son sinceros, pues en sus telas cuentan en colores las pasiones neurósicas, las incertidumbres y el dolor físico de la creación.
Beltrán debe sufrir una fiebre quemante y extraña cuando en su imaginación fecunda se comiencen a delinear las fantásticas arcadas de la villa de Persia, de Beluchistan3 o de la Arabia, cuando las gamas de la clave mayor de su paleta, comiencen a manchar con sus cálidos y vibrantes tonos el fondo azul punzador y fascinante de sus visiones miliunochescas.
Por un avatar inexplicable, Federico Beltrán procede de Oriente; tiene la técnica de un artista de Golconda o de Samarcanda, y en sus pasmosos desnudos, canta la canción levantina: la carne pródiga y firme de las heroínas del amor y del vicio.
Sensual y plástico, tanto en la vida como en el arte, quiere llevar a la tela, el anhelo de seducir, de fascinar, de enervar; como pasa pálido, envuelto en una atmósfera de sándalo de Noche de China, gesticulando con sus largas y exangües manos abaciales4; de la misma manera crea sus figuras fatales, sádicas, con bocas de labios gruesos más bien hechos para el martirio que para la caricia; con sus cuerpos felinos donde la carne se crispa con todas las ansias inhumanas. Cuerpos de mártires con deseos de cortesanas; anhelos de sádicos en castidades perversas; vampiresas aristócratas disfrazadas de hetairas5.
Toda esa confusión de Amor y de Dolor, el poeta de la gama, lo va bloqueando en el misterio azul y verde de una noche eterna; noche más dulce que el día: paisajes lívidos donde ríe Salomé las fatigas de las orgías; paisajes indecisos y esfumados allá lejísimo, en fragmentos de acrópolis y de cenotafios; visiones de dombos y minaretes; bahías tirrenas donde vogan velas fenicias;
Jardines por donde pasean hieráticos pavo reales o se deslizan joyescos lagartos; guirnaldas de rosas carnosas de una Flora desconocida; una peregrinación a través de países de sueño y de leyenda; viajes en una barca negra con un farol rojo en la proa a través de los poemas de bardos de la Persia y de la Arabia, de versículos del Corán o de episodios paganos de Palestina.
Como Tiziano adoraba los rojos; Tintoretto los ocres; Velázquez las sepias, Beltrán adora el azul y el verde.
¡Pocos cuadros tienen tanta maravillosa tonalidad con otros matices, tan sugestivos!
Podría legar al futuro dos nuevas tintas eléctricas y descriptivas. Esos dos colores predominan con exageración en su paleta bien abundante; pero en la actual manera del artista, la obsesión romántica es más fuerte que la impresión realista.
Su sexto sentido es la decoración: y en ello se iguala a los decoradores muniquenses, a Klinger y a von Stuck; pero con una coloración prodigiosa, sin crudezas moscovitas ni grisáceas gamas británicas; Beltrán rara vez usa los neutros; o todo sombra o todo luz.
Una luz formada con titilaciones de estrellas y dardeantes piedras; esa luz que él nunca ha visto en las selvas de la India y en el desierto del Egipto. Decorativo y algunas veces demasiado minucioso hasta la dulzura; su fuerte golpe a luas sienes le produce la psicología del asunto, la historia de la leyenda.
Federico Beltrán Masses como todos los pintores de raza española es un sectario de Goya. De ningún otro pintor recibe influencia tan directa y tan decisiva; llevando su pasión por el maestro, hasta sugestionarse en sus composiciones; pero sólo la figuración de toreros místicos, de gitanas lascivas o de hijosdalgos romanescos, lo delatan español.
Manet se enorgullecía en su influencia de Goya; pero siempre era francés; Aub rey Beardsley contaba que su dibujo nació de las visitas al Prado, permaneciendo inglés siempre; Beltrán, a pesar de sus soñaciones bizantinas, siempre es un latino, un provenzal elocuente y voluptuoso.
Y lo original de su vida, no es que naciera en Avignon, en Barcelona, en Palmas, en Tetuán o en Murcia; Federico Beltrán Masses nació -para honra y orgullo de una villa desconocida y monótona de nuestra verde y azul Isla de Cuba: en Güira de Melena!
Además de Goya, Beltran ha sufrido influencias manifiestas de coloristas, como Monticelli, como Delacroix, manifiestas en sus porchades al aire libre, sus sketches rápidos, nerviosos, inundaciones del iris en todas sus armonías y ahí lo vemos a lucha con los amarillos y las púrpuras sin olvidarse de sus cerúleos y de sus verdes: ya el veronés, ya la ceniza; polvos de esmeraldas y záfiros entre los cuales abren sus pupilas diamantinas las estrellas…!
Muy joven aun, no podemos profetizar si su manera continúe por años. Lo dudo. Está en la floración romántica del entusiasmo fogoso.
Está en la ruta parnasiana que va surcando Anglada Camarassa — pervertido un poco por las decadencias tudescas — tras él marchan los sherazadianos, estilo Nestor, con joyas bárbaras en los dedos y amantes pintadas con polvos de ocres y largos pendientes de berylites y sardonias. ¡Quién sabe si su dibujo perfecto cree una escuela entre el orientalismo y el impresionismo!
Posee todas las cualidades del Califa. Sus lienzos, retratos y composición están ritmados en la misma parte: una bondad de pincel y una ardiente ansia de amante le hacen hermosear todo sujeto; ver la belleza en todo rostro y modular las bocas de sus modelos, como rojos claveles llenos de zumo, llenos de sangre.
Cada uno de sus retratos se puede dividir en varios cuadros. Al escritor Hoyos y Vinent, heráldico, viviendo aun en un silencio físico, se alza un poco feudal en la impertinencia del monóculo y la bizarría don juanesca de un fieltro y de una capa; mientras a sus pies las mujeres de sus novelas, las almas de sus crónicas.
Pero en la composición, es donde Beltrán exulta: La Maja Maldita es una admirable disposición de valores, desde la piedra de anillo al tigresco color de los ojos; de la carne velada por la negra mantilla al escarpín puntiagudo de vibrante raso.
El Primogénito es una dolorosa tragedia de una mujer fatal, un enorme y blanco murciélago perverso que bebió con sus fuertes labios la sangre y el oro del primogénito, Pierrot tísico y funambulesco, víctima blanca del vampiro blanco; burlado por la vida y la comedia en la máscara que ríe tras la butaca.
Hasta en el titular su espíritu encuentra pomposos apelativos; envíos de rondeles, epigramas helénicos y nombres de cuentos bizantinos. Es una lenta excursión por el país donde vivió Rimbaud, Augusto de Armes y Rubén Darío: invocación a Ladsmy, La Danza del Rubí, Canción de Triana, Canción de Belitis, El juicio de Páris, La belle ecoutesse…
Su taller o más bien su boudoir — pues Beltrán pinta con luz artificial — tiene de capilla y de aula; un tibio ambiente perfumado, un sibaritismo de gran amoroso; algo de aturdimiento artístico, de vacilación de espíritu, como si el eclecticismo le ofreciese los frutos de muchos árboles sin seducir su deliciosa fantasmagoría y sus sueños de peregrino inquieto:
Un viajante a la torre de mármol donde Afrodita se ofrecía a los ojos de los alejandrinos; a la sala de jaspes pórfidos donde la sulamita muerde la boca roja del príncipe de Bagdad y la floresta de esmeralda donde la canela embriaga y el betel punza acremente.
— En los picos de Europa, en la Asturias pintoresca, encontré el primer momento de belleza! decíame Beltrán.
Pero la Naturaleza impávida no lo ayudó a conocer el secreto de los dolores y los placeres expresados en el sadismo impuro de su Salomé -tan diversa de la de Gustavo Moreau- ni la sofocante lubricidad de sus bacanales salomónicas.
Entre los pintores decorativos es el Corifeo; entre los rimadores de ritmos nuevos es el Pontífice; entre los románticos del pincel es el Bardo blondo, inconforme aun, pasando por la época peligrosa y un poco artificial del Arte enfermizo, femenino y vago tratando como el cisne de no manchar su plumaje…
París, Invierno de 1919.
Bibliografía y notas:
- Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 27 Feb. 1863 – Cercedilla, 10 Ago. 1923) fue un pintor español conocido como el maestro de la luz. ↩︎
- Ignacio Zuloaga Zabaleta (Éibar, 26 Jlo. 1870 – Madrid, 31 Oct. 1945), pintor español conocido por su paleta cromática oscura donde destaca la presencia del negro. ↩︎
- El Baluchistán es una región histórica de Asia, hoy repartida entre varios países: su parte occidental corresponde a Irán (provincia de Sistán y Baluchistán); su parte meridional pertenece a Afganistán; y su parte oriental, a la provincia pakistaní de Baluchistán. ↩︎
- Abacial: Perteneciente o relativo al abad o a la abadía. La grandeza abacial y su sabiduría irradiaron su influencia sobre vastas regiones circunvecinas. ↩︎
- Heteras o hetairas: Nombre que recibían en la antigua Grecia las cortesanas. Se sostiene que, según las distintas fuentes, tenían diversas funciones, como Aspasia, maestra de retórica y logógrafa, y otras eran damas de compañía (o prostituta refinada). Mientras que las mujeres decorosas se ponían prendas de lino o lana, las hetairas utilizaban prendas transparentes, generalmente de color azafranado, si bien solían desenvolverse completamente desnudas. [wikipedia] ↩︎
- Cisneros, F. (1920, Ene.). Crónicas de Arte: El Pintor de los Nocturnos. Revista Social, pp.16,17,88,90.
- Escritores y Poetas.
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