
El Teatro y la Música Cubanos de Antaño. Con su estilo fácil, pintoresco y ameno nos relata Ramiro Cabrera lo que fueron en otros tiempos la música, el teatro y los cantos populares cubanos, su inicio y desenvolvimiento; bellas tradiciones que nuestro estimado y culto colaborador revive para enseñanza y deleite de los lectores de Social, avaloradas con la reproducción de grabados de la época.
No conozco muy bien la materia, pero algo puedo decir de nuestras tradiciones, en lo que se refiere a los cantos populares de la tierra.
Este asunto pertenece a lo que en retórica se llama lírica dramática. Hay que confesar que la historia de nuestras letras, si muy brillante, no es muy antigua. Los viejos que me leen lo saben. La juventud puede que ignore que hasta fines del siglo XVIII no había en Cuba imprentas.
La primera la fundó la Capitanía general en 1781 y en ella imprimían la Guía de Forasteros, la Gaceta de la Habana, el Papel Periódico de la Habana, etc.
Es fácil suponer que aquella sociedad, que España se interesaba en mantener en la ignorancia, trasmitía sus emociones, sus historias y leyendas por medio de las canciones acompañadas de música. Las más antiguas eran la zarabanda, los cantares andaluces, los boleros y las tonadillas, transformadas, o por decirlo así, influenciadas por los areitos de los indios.
Los cantos más en boga, de aquellos días que pasaron, se han conservado y trasmitido hasta nosotros sin necesidad de escribirlos, por medio de la misma tradición. “La Morena”, “Cachunilo”, “¿Cuándo?”, “La Guavina”, “El Padre Pando” y otros. Las contiendas políticas de aquellos buenos colonos, las querellas, los amores, las rencillas, los afectos, las desdichas y las venturas, se pintaban, se reproducían en los cantos, en las canciones dulces, melodiosas, que llevaban en sus notas la tristeza y la quietud de los aires aborígenes.

Todavía, hoy mismo, en los campos, las tonadas de los guajiros, que parecen gemidos prolongados, dan una idea exacta de aquellas manifestaciones del arte. Cualquiera que fuesen sus bellezas o defectos, es el hecho que ellos al oírlos nos hacen pensar en aquellos días de aislamiento en que permanecieron nuestros abuelos, obligados por los errores de la colonización española a hacer una larga vida de estancamiento de todo progreso y cultura propiamente dichos.
Decía que en el siglo diez y ocho. Pues, efectivamente, fué el año 1790, después de la toma de la Habana por los ingleses —año 1762— cuando se representó por primera vez un drama en esta ciudad. El autor: El Capacho. Título: “El Príncipe Jardinero o el fingido Cloridano”. En 1562 se ofreció por primera vez una representación teatral, levantándose el escenario junto al Castillo de la Fuerza, que aun existe al lado del Senado, donde se encuentra en la actualidad la Secretaría de la Guerra.
La obra que se puso en escena se titulaba “Los buenos en el cielo y los malos en el suelo”. El éxito fué extraordinario. El público quedó tan regustado que hubo un alboroto fenomenal: el Gobernador, desde el palco escénico, amenazó con meterlos en el cepo si no se tranquilizaban. Los buenos vecinos, querían a todo trance que se repitiera la función…
Había una sola orquesta en la Habana, por aquella fecha; la componían Almansa, malagueño; Viceiro, portugués y Micaela Ginés, negra horra1 de Santo Domingo. Tocaban el violín, el clarinete y la vihuela. Excusado decir que tales músicos eran los niños mimados de la Ciudad y que la juventud bailadora se los disputaba frecuentemente.
En época reciente Torroella, con sus grandes bigotes y el tabaco en la boca, fué el glorioso sucesor de aquellos primitivos artistas, en lo que hace a la maestría con que ejecutaba los clásicos danzones del día.
El primer teatro de que se tiene noticia en nuestra ciudad, después de aquel escenario improvisado del Castillo de la Fuerza, estuvo en el callejón de Júztiz. Después hubo otro en la Alameda interior. El de la calle de Jesús María se hizo más tarde, y por último recordamos, por las narraciones y tradiciones de familia, el círculo Habanero o teatro de Villanueva que duró hasta los años de 1868.
Antes se abrió el Circo del Campo de Marte, y ellos fueron teatro de las glorias del actor Francisco Covarrubia —año 1800— el primer cubano que se presentó en las tablas, precursor de Delgado, de Salas, de Pildaín y de esa pléyade que comanda el asturiano aplatanado, Regino López.
Volviendo a nuestros cantos se explica que los cubanos en sus canciones y en sus bailes se enorgullezcan cuando se reconoce que tienen un sello propio peculiar, originalísimo.
En los primeros siglos de la colonización, hasta muy adelantado el siglo XVIII, Cuba no era más que un punto enclavado a los bajeles que se dirigían al Continente. Las casas eran de paja. No había más edificios de piedra que el del Castillo de la Fuerza, la población total de la Isla no pasaba de veinte o treinta mil almas.
A menudo era preciso huir al interior por las incursiones temibles de los piratas. Así, sin comunicación ni contacto de los habitantes de la Habana con los de las demás provincias, es razonable que la poesía, el canto y el baile fuesen los únicos regocijos y expansiones de los primeros pobladores.
Es condición de todas las sociedades primitivas comunicar sus emociones, sus tristezas, sus alegrías, por el canto y así nuestros campesinos, aislados, en medio de las selvas, alegres hoy bajo el sol claro, refulgente, aterrados mañana por la tormenta, entonan esas canciones y décimas tan dulces y tan tristes que oyéndolas muchas veces se nos estrecha el corazón y se nos abrasan los ojos de lágrimas.
Los cantos de los negros africanos, han formado papel importante en la formación de la típica música criolla.
El negro era bailador y cantador por excelencia.
Los dueños de esclavos y los mayorales, hacían carecer a veces de vestidos, de alimentos y de medicinas a sus negradas; sin embargo, nunca les negaban el que cantasen y bailasen. Parece que el instinto, que la experiencia, les permitía comprender, que el negro lo soportaba todo, fatigas, hambre, trabajo, con tal de que se le dejare entonar sus cantos y hacer sus bailes, que los transportaba a la tierra amada, que calmaba sus dolores y les daba fugaces instantes de dicha, de consuelo y de alegría.
Las familias nobles o pudientes de la época a que nos referimos, es curioso notar que no obstante la carencia de escuelas y la falta de sistemas de enseñanzas reglamentados, poseían el latín, hacían versos en el idioma de Virgilio y disertaban sobre historia y sobre letras con amplio conocimiento de la materia.
Estas familias enviaban sus hijos a España: probablemente la cultura, la adquirían en las iglesias, en los conventos y sólo eran duchos en materias puramente literarias. La convulsión interna que reinaba en Francia. las ideas progresistas de los filósofos de aquella Francia de Luis XV se mantenían ocultas por los gobernantes de las monarquías vecinas y naturalmente, era obra de buen gobierno mantener a los pueblos en la mayor ignorancia posible.
En materia de política social y económica, por decirlo así, se vivía en el mayor de los atrasos. Se explica que el canto fuera la válvula de escape a las pasiones y sentimientos de la época.
Hemos recorrido toda la escala y subsistimos y subsistiremos. Seamos resueltos y mantengamos la fe en nuestros ánimos. Conservemos lo nuestro; mantengamos lo nuestro; vivamos al fin y hagamos porque no se olviden nuestros cantos ni nuestros bailes criollos: resistamos a todo, antes que otra música y otros acordes hieran nuestros oídos y maten nuestras ilusiones.
Sintámonos músicos. Afirmémonos nacionalmente y contribuyamos todos a que se forme una buena orquesta que dirija al país y que se ponga a tono.
¿Un buen director para esta orquesta?
¡Ya lo tendremos! ¡Pero que sea cubano! Si sabe hacer su oficio y templar bien los instrumentos, prestémosle alientos y fe. Si es malo y desentona, bajemos el telón y de su propia batuta hagamos la horca del castigo y de la reprobación.
Bibliografía y notas
- Horro. Dícese del que, habiendo sido esclavo alcanza la libertad. Diccionario cubano, etimológico, critico, razonado y comprensivo de José Miguel Macías, Veracruz, 1885. ↩︎
- Cabrera, Ramiro. “El Teatro y la Música Cubanos de Antaño”. Revista Social. Vol. VIII, núm. I, enero 1923, pp. 17, 57, 59
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