

Nuestras Visitas: Señorita Emilia Iglesias… —¡ Hola! ¿Ya está aquí? Hace pocos momentos ha pasado usted por mi lado y ni siquiera me ha reconocido.
—¿De veras? Pues lo lamento mucho. Cuando usted me vió pasar debía ir corriendo en busca del fotógrafo a quien había dado un plantón de media hora! Sin embargo, para usted he sido muy puntual; hemos quedado en vernos a las dos y, son las dos y tres minutos… ¿Quiere usted que subamos a su camerino?
El camerino de Emilia Iglesias es… como todos los camerinos. Una habitación no muy holgada, una puerta estrecha y una ventana aún más pequeña y estrecha todavía. En una percha, cubiertos por una cortina de ramos verdes, están los trajes de “Maruxa” y “Certamen Nacional”, las dos primeras obras cantadas aquí por la eminente artista.
En uno de los testeros un gran espejo veneciano y, a los lados, dos pequeñas mesitas con diversos adminículos de tocador.
Sobre una de las mesitas, clavado en la pared, está un retrato del insigne Vives, con una valiosísima dedicatoria a la artista; sobre la otra mesa, el retrato de Mizzi Wirth, la célebre cantante alemana, también dedicado cariñosamente.
Mientras Buendía prepara los trastos fotográficos, la señorita Iglesias y yo nos hemos sentado cómodamente en dos sillas vienesas.
Buendía ordena “poses”, se despacha a su gusto tirando varias placas y, yo… cavilo.
¿Habéis visto alguna vez a Emilia Iglesias? Es bajita, regordeta, de finas facciones, ojos grandes y hondos, manos cuidadas y con las uñas brillantísimas que parecen espejos. Sus zapatos, pequeñitos, infantiles, tienen tacones inverosímiles que hacen pensar en peligrosos equilibrios. De sus orejas, diminutas, translúcidas, penden, como dos albas lágrimas, finas perlas del Golfo en esa extraña forma de las peras.
Sus labios, exentos de ajeno colorido, se plegan frecuentemente en amable sonrisa. Sus ojos, ojos encantadores, tienen, a veces, chispazos de alegría: a veces, lánguidos suspiros de nostalgia…
Si Emilia Iglesias no supiese expresar con la palabra, hablaría con el fuego de sus ojos, con la expresión del rostro, con los ademanes de sus manos, distinguidos y aristocráticos, que sazonan con la euritmia del gesto el raudal de la frase.


—Señorita Iglesias— pregunto —me parece haber oído que no es esta la primera vez que viene usted a la Habana.
—Y ha oído bien usted —replica —Estuve aquí en la Compañía Infantil, aquella célebre Compañía de que formaba también parte Esperanza Iris y que debutó hace no sé cuántos años en Payret.
—¿No recuerda usted la fecha de su debut en “Payret”?
—No. ¡Hace ya tantos años! Sólo sé que entonces era empresario del teatro el doctor Saaverio…
—Ha muerto ya.
—Sí. Ya lo sé. Sus hijas eran mis grandes amiguitas; no sé si ahora lograrán recordarme; pero cuando sepa que están en el teatro, les haré pasar recado.
—¿Qué edad tenía usted cuando actuaba con la Compañía Infantil? —e intencionadamente añadí —. Me han dicho que contaba usted quince años…
—¿Quince años? ¡No! ¡Qué barbaridad! Pues, ¿y qué edad iba yo a tener ahora? Guando debutamos en Payret yo tan sólo tenía ocho años, y… ¡ya es mucho!
Las protestas de Emilia Iglesias me hicieron sonreír. ¡Oh, sempiterno espíritu femenino que defiendes los años como palmos de terreno en combate cruento! Y al fin y al cabo, ¿por qué no defenderlos si es la vida un combate en que la muerte va ganando terreno lentamente?
—Ya sé que es usted natural de Zaragoza, la patria de la Pilarica. ¿Quiere usted decirme ahora si debutó en su ciudad natal?
—No. Debuté en el “Tívoli” de Barcelona.
—¿Como primera tiple?
—¡Ca! Debuté en el coro, pero… en broma, no crea. Unas coristas, amigas de mi casa, se empeñaron en llevarme y me hicieron salir a escena con ellas. Algo así como un debut involuntario e inesperado!
—¿Dónde vive usted? En Zaragoza ¿verdad ?
—No. Mi casa está en Barcelona. De allí vengo, después de hacer una gran temporada. Crea usted que me inquieta la salud de mi familia. ¡No he recibido cartas todavía! Nada. que no puedo tranquilizarme; esta carencia de noticias me sobresalta. ¿Qué les habrá pasado?
—¡Pero, señora! ¡Si acaba usted de llegar y aún no ha venido de España otro vapor que el que la trajo a usted!
¡Ay! ¡Sí tiene usted razón! No me haga caso; a veces, mis nervios no me dejan pensar ni lo que digo…
Y Emilia Iglesias hizo un mohín delicioso de niña mimada que llevó nuevamente la sonrisa a mis labios.
— ¿Piensa usted estar mucho tiempo entre nosotros ?— pregunté.
—He venido por seis meses, pero… quién sabe…
—No la dejemos marchar nosotros, ¿verdal? Le participo que las artistas como usted, que vienen por seis meses, suelen estar entre nosotros por lo menos dos años.
—¡ Ay! No… eso no puede ser.
—¿Cómo? ¿Por qué no puede ser?
—¡Por… nada! Porque me esperan…
—¡Ah, vamos! Comprendido. ¿Con que la esperan a usted? ¿Y quién es ese feliz mortal?
—Un muchacho muy bueno. Nos casaremos pronto; por eso digo que es imposible que me quede entre ustedes como sería mi gusto.
—¡Bah! Puede él venir acá. La distancia no es obstáculo cuando se quiere bien. Pero, ¿Cómo se atreve usted a querer a un catalán hoy, que las demás regiones españolas han declarado el “boycottage” a los “productos” catalanes?
La señorita Iglesias rio mis comentarios y repuso:
—No tema usted. El es catalán, pero ante todo es buen español.
Y nuestra conversación vagó breves momentos, con frivolidad de mariposa, sobre los hondos problemas del actual regionalismo español.
Volvimos a la vida de la artista, al ambiente teatral y aventuré:
—¿Es usted muy sensible?
—¡Oh, mucho! ¡Muchísimo! La noche del estreno de “Maruxa” lloraba emocionada mientras el público aplaudía, y, aquí mismo, el día de mi debut, también con “Maruxa”, no pude contener las lágrimas ante las ovaciones que el público me tributó.
—¿Ha trabajado usted mucho ante los públicos de América ?
—Ante todos.
—¿Qué público de América es el mejor, a su juicio?
—¡Ah! Todos son muy buenos, sobre todo los de Lima, Santiago de Chile y el mismo de aquí. Este público de la Habana, parece inteligente en artes y sabe ser benévolo con los artistas. La inteligencia no la demuestran los públicos solamente silbando lo malo y aplaudiendo lo bueno, sino que la demuestran también perdonando a los artistas defectos momentáneos, causados por determinadas circunstancias desfavorables que están fuera del dominio de las facultades.
—¿Es usted muy religiosa ?— pregunté observando una medalla que pendía de su cuello.
—Según el sentido que dé usted a la pregunta. Si usted entiende por religiosa el estar constantemente en la iglesia, comulgar y confesar con frecuencia, etc., le diré desde luego, que no soy religiosa. En cambio, soy muy devota de nuestra Virgen del Pilar, cuya imagen llevo constantemente en este medallón para besarla siempre que salgo a escena. Es más, siempre va en mi baúl de camarote, cuando me embarco, un gran cuadro de la Pilarica, que coloco a la cabecera de la cama. Ella me protege y me libra de naufragios.
Emilia Iglesias dijo esta frase con un acento tan especial, que no pude menos que preguntarle:
—¿Teme usted naufragar?
—¡Muchísimo! —respondió. —Tengo ahora más miedo al viajar, que a los comienzos de mi carrera artística. El naufragio es el fantasma perenne de mis noches de navegación. ¡Hasta creo que enflaquezco abordo!
—Entonces, ¿no le agrada a usted viajar, cambiar de horizonte, tratar nuevas personas y experimentar costumbres nuevas?
—He viajado tanto…! —dijo Emilia Iglesias melancólicamente. —Conozco todo el mundo; a mi regreso de Filipinas hicimos viaje por el Cabo…
—Un viaje encantador, ¿verdad? Pero, ¿no ha tenido usted nunca mal encuentro durante su largo peregrinaje?
—¿Un mal encuentro? ¡Hombre, quien sabe! Me hace usted meditar…
La señorita Iglesias meditó un momento, tomó actitud melo-dramática y dijo:
—Pues, sí. He tenido un mal encuentro ¡ Malísimo! Fué en Filipinas. Me sentí enferma y los médicos diagnosticaron la apendicitis. Y al operarme, los doctores encontraron… seis tumores, a más del apéndice inflamado! ¡Es todo un mal encuentro! ¿Verdad ?
Y riendo el doloroso chiste de la eminente artista, estreché su mano blanca y fina…
Salí y, el recuerdo de la Iglesias persiste vivamente en mi alma, porque su dulce voz, sus negros ojos, la euritmia de su gesto son algo que no puede olvidarse fácilmente.
L. Gómez-Wangüemert.
Emilia Iglesias en el Teatro Nacional
Con magnífico éxito se inauguraron ayer (Sábado 22 de febrero 1919) las tandas aristocráticas. La valiosa tiple Emilia Iglesias, en la zarzuela “Bohemios” primero y después cantando couplets de Martínez Abades y Padilla, fue aplaudidísima.
En el gran coliseo habrá hoy dos funciones. En la matinée se pondrá en escena la zarzuela en tres actos “El Lego de San Pablo”. Por la noche, “La Tempestad”, por Emilia Iglesias, Teresita Montes, Ortiz de Zárate y Jacinto Arriola.
Para mañana, fiesta de la Patria, se anuncian: en matinée, “Las Golondrinas”. Por la noche, “El dúo de la Africana” y “Gigantes y Cabezudos”, por Emilia Iglesias. El martes “La Cara de Dios”. Se preparan “El Anillo de Hierro”, “El Barberillo de Lavapiés”, “La Guerra Santa” y “Las mujeres de Don Juan”.
Bibliografía y notas
- Gómez-Wangüemert, L. “Nuestras visitas: Emilia Iglesias”. El Fígaro. Año XXXVI, núm. 6, 23 de febrero 1919, pp. 162-16
- “Nacional”. Diario de La Marina. Año LXXXVII, núm. 54, 23 de febrero 1919, p. 6
- Emilia Colás Iglesias en https://es.wikipedia.org/wiki/Emilia_Iglesias
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