
El título lo dice: La Especial de Manuel Carranza especialista de los abanicos, y no sólo en lo que se refiere á estos que le dieron tanta reputación, sino á todo lo que salía de aquella casa, parisiense por el chic é inglesa por la honradez en lo que se refería á solidez y duración en lo que exportaba.
El nombre de Manuel Carranza era muy conocido en la Habana, habiendo llegado á ganarse la estimación y las simpatías no sólo de la clase alta, la que hacía sus pedidos en gran escala, sino de la clase media y, lo que era mas difícil y meritorio: de la clase humilde y que daba treinta vueltas á un medio antes de gastarlo.
¿Se quiere una prueba de lo que afirmo? Yo he visto comprar en una misma tarde á una obrera cinco abanicos de cinco centavos y a una gran dama otro de 300 pesos. Y ambas salieron del establecimiento complacidísimas.
La especialidad de la casa Carranza eran los abanicos. Las cinco partes del mundo llevaban su tributo al ciento diecinueve de la calle del Obispo, desde donde lo llevaban á diversas casas y á las sucursales establecidas en los diversos puntos de la ciudad. Cada abanico llevaba el sello de su origen.

Francia se llevaba la palma de la elegancia, compitiendo con ella el Japón en lo que á profusión de abanicos se refiere. Austria sobresalía en la orgía de plumas que recaman el varillaje y España hacía buena figura con sus pintorescos valencianos que parecían acaparar el aire para la mayor alegría de la cara.
Los cuatro abanicos; el francés, el español, el japonés y el austriaco se suceden como ministerios constitucionales en el caprichoso reinado de la boga, por ley de la inconstancia, tan encantadora como femenina.
La estancia de Carranza en Obispo ciento diecinueve era en 1899 muy reciente: desde el bloqueo. La había sido fundada cerca de 1879 por el mismo Carranza en la calle de la Habana.
El negocio subía como la espuma y en una escala enorme, á tal punto que se hizo necesaria una nueva casa, triple de grande, para las necesidades del giro. Pensó Carranza en un sitio céntrico, concurrido y cuya área de solar fuese digno del gran éxito logrado en Cuba por el joven industrial mexicano. Adquirió el solar donde se alzó la nueva cuya fachada se reproduce en el grabado de este artículo del Fígaro.
Comenzada la guerra hispanoamericana comenzó el bloqueo. Otro se hubiera desalentado, Carranza no. La fortuna que es buena compañera de los que persisten le animó en su empresa y su casa abrió sus puertas.

La nueva casa de Obispo ciento diecinueve se hallaba dividida en varios departamentos, porque no eran solo abanicos lo que se vendía a sus favorecedores. A la entrada, á la izquierda estaba el de guantes ocupando toda el ala hasta el fondo, donde se abría el escritorio del propietario cuyo aspecto reproduce el fotógrafo Gómez Carrera.
Allí se ofrecían al público en variedad y novedad, los cabritillas, suecias, “peau de saxe” y cuanto Diosa creó para caricia de los dedos. A la izquierda, en vis á vis, el de abanicos, otro de paraguas, donde se admiran los bonitos (franceses) y los sólidos y resistentes (ingleses) y el de sombrillas (todas francesas, que Francia se ha llevado en este ramo la palma única).
Este gusto en la distribución y esta competencia en el gusto hacen de La Especial de Carranza el único establecimiento de su clase, no sólo en América, sino en Europa. No halla análoga La Especial mas que en la capital España.
En Francia, donde se hacen los abanicos más bellos del mundo, no hay establecimiento igual al que en la Habana posee eI Sr. Carranza. Parece una exageración y es la exacta verdad. Lo que sí hay en Europa es lo que hay también en La Especial: un grupito de bellas y cultas demoiselles francesas en el departamento de guantes, para probarlos, ajustarlos, alisarlos y moldearlos con un chic extraordinario sobre la mano de la compradora.
Siempre sonrientes y siempre dignas, añaden encanto al encanto. Muy jóvenes y muy bonitas — como toda importación francesa — como los abanicos de la “capital de las naciones”.
Terminada nuestra visita á los departamentos de La Especial y mientras el fotógrafo tomaba una vista del interior de la casa, pasamos á contemplar una novedad introducida por Carranza en su establecimiento y que revela la escrupulosidad y la conciencia en sus relaciones mercantiles con el público.
Nos referimos al cuarto fabricado expresamente para ver la mercancía con luz artificial. Es un elegante boudoir de techo pintado al óleo por un hábil artista: el señor Jiménez, y cuyo medallón central lo llenan tres figuras: una japonesa, una francesa y una madrileña.
Este techo no lo vimos al entrar, pues en el cuarto reinaba una gran obscuridad. De pronto se iluminó la habitación, encendiéndose las cuatro peras de vidrio fijadas en cada ángulo del techo y el ramo de globos de cristal que soporta alzado sobre la cabeza el tronco de una egipcia de bronce de tamaño natural.
Las paredes, tapizadas de papel terciopelo, están llenas de “piedouches” de palisandro sobre las cuales reposan paisajes de cabritilla para abanicos, bien á la vista, á altura de hombre — ó de mujer — y entre las figuras de las cuales fijaba la luz como enamorada de tantos prismas y reflejos.

En esta habitación se estudian los efectos del gas y la luz eléctrica sobre la piel del guante, sobre el papel, la pluma ó la seda de los abanicos y el juego de los matices sobre el duo que forman la piel humana y la piel ficticia que recubre las extremidades del ser humano. Así nadie se engaña, y se suprimen de golpe todas las reclamaciones, tan enojosas para unos y otros.
En suma, la casa de Carranza es una de las que se han llevado el premio en la gran oferta de la moda habanera. A ella la copa de oro, premio del vencedor; á ella los arcos de triunfo hechos con varillajes de nácar, sándalo, carey, plumas, que simbolizan su existencia.
Y hacia ella el escritor tiende su diestra amistosa, leal, franca, entusiasta, sin las mentiras del guante para estrechar la tibia y muy simpática del muy simpático “gentleman” mexicano cubano que es entre nosotros Manuel Carranza, propietario del magnifico establecimiento de guantes, paraguas, abanicos y sombrillas que lleva por título La Especial.
Respecto á Carranza está bien empleada la frase: la Europa nos lo envidia —con excepción de Madrid, —y con la Europa, la América toda —sin exceptuar Nueva York, la colosal metrópoli. Por ahí puede juzgarse de lo excepcional de la Casa Carranza y de lo excepcional de Carranza en la Casa.
Una Casa donde las novedades se suceden en cada estación y hallan aceptación aún por los más exigentes en cuestiones de novedad tiene derecho á ser citado en primer término, á sumar todos los sufragios de aplauso, y á proclamarse única en su género y única en su giro.
¿Quién puede disputarle el cetro? Quién puede compartir no con La Especial sino con la especialísima?
Y especialísima en toda América era la casa de abanicos, sombrillas, guantes y paraguas que con tan alta competencia y tan supremo modo dirigía el mejicano-cubano don Manuel Carranza, distinguido comerciante y excelente amigo.
Bibliografía y Notas
- “La Casa de Carranza: La Especial”. Revista El Fígaro, (Febrero 1899).
- “Los Expositores Cubanos.” Cuba y América: Revista Ilustrada, vol. 7, no. 100–105, Oct. 1901, p. 293.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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