La fábrica de dulces de Pedro y Ca. en Santa María del Rosario. Sería curioso, en verdad investigar cuando el hombre inventó el primer dulce. No sonriáis. Meditad un momento. El hombre encontró sin duda, en la naturaleza, en la vida, muchas cosas dulces. Desde luego, perdonadme la franqueza, el dulce primero, con un dulzor inolvidable, fué la mujer.
Unos labios que no por primitivos dejaron de ser encantadores y unos ojos y un corazón deliciosos. Casi al mismo tiempo, cuando levantó los ojos, al cielo con ansias de comulgar con lo infinito, percibió las frutas, dulce tentación de una dulzura menos dulce que la mujer, pero… dulce al fin.
Luego… oh…! luego vino la incesante evolución, el anhelo de perfeccionamiento que fué llevando al hombre a aquilatar más y más la civilización que germinaba en él como un presentimiento. Vinieron los adelantos, y vinieron los días fastuosos, y el estómago y el paladar, más refinados cada día, necesitaron de sabias combinaciones.
El dulce fué uno de los aspectos del placer de los magnates. Cada festín. era un esfuerzo de la inventiva de hombres sabios en el arte de guisar y combinar fantásticas mezclas en donde frutas, zumos ignorados, néctares extraordinarios, se ligaron en verdaderas joyas gastronómicas, permítasenos la frase…
Después… después, amontonad siglos, civilizaciones, cambios geológicos todo el progreso de este mundo proteiforme. A las obras de los admirables reposteros de otras épocas sucedieron las grandes industrias modernas en que cada máquina vale como veinte hombres y las más raras combinaciones se pueden realizar.
Hoy no hay país que no posea innumerables fábricas de dulces. El hombre no puede prescindir de él; es ya un arte exquisito, es también una necesidad : su estómago se lo pide, su gula se lo sugiere, su organización fisiológica se lo exige. En su vasta y complicada economía el azúcar juega importante papel. Y puesto que todo se acopla bien dentro de él mismo, para justificar su deseo, el consumo de dulces es cada vez mayor…
Cuba une a su rica producción azucarera, una gran cantidad de sabrosas frutas para que la industria del dulce sea admirable. Cada dulcería es un palacio encantado de cosas ricas. Las casas industriales que explotan el negocio obtienen mayor éxito cada día.
Un ejemplo de esto nos lo ofrece la gran fábrica de Pedro y Cía., la cual en año y medio que lleva de fundada, ha tenido una producción tan grande, que la colocan entre las primeras del país. Hoy no tiene capacidad para producir todo lo que le piden.
¿Qué ha hecho para lograr este éxito tan asombroso? Pues… laborar con buena fe: con inteligencia, con entusiasmo : es decir, no engañar al público. Para ello ha comenzado por emplear excelente materia prima. Esto que tal vez parezca una afirmación rutinaria, merece ser tomada en consideración, porque esta es la causa de que esta fábrica elabore los mejores dulces de guayaba, de mango, de naranja, de guanábana…
Hace varias semanas un señor en quien parece vinculada toda una tradición de excelentes gastrónomos, nos decía con el aire grave de quien tiene una gran preocupación:
—Pero… ¿ha visto usted, amigo?… las cosas están imposibles…
—Sí, la guerra— contestamos con esa actitud vaga del que no tiene nada que decir.
—¡Qué guerra, ni guerra!— nos respondió indignado dicho señor —Si lo que me atormenta es que en Cuba, en el país de la guayaba y del azúcar, cueste trabajo encontrar un buen dulce…
Íbamos charlando despaciosamente por Prado. Envueltas en sus pieles vistosas las mujeres pasaban en veloces automóviles.
De pronto, el señor quiso hacer una estación en un café. Accedimos. Y a los pocos minutos de estar allí, nuestro amigo, sugestionado por las etiquetas de varios pomos de jalea de guayaba, abandonó la mesa y fué a indagar con el dependiente. Vino después relamiéndose de gusto como un gato malcriado.
—Aquí está!— gritaba con gran asombro de la concurrencia —Al fin! Aquí está lo que yo no probaba desde hace algún tiempo.
Observamos el frasco elegante, en donde la transparencia de la jalea fingía extrañas y apetitosas tonalidades. Era de la fábrica de Pedro y Cía. Y frente a ese frasco surgieron todas las divagaciones con que hemos comenzado estas líneas destinadas a consignar el éxito de una empresa nacional.
Aquel frasco de jalea nos impulsó a conocer a los señores que hacían tal Maravilla, que ya hubieran querido para sí los organizadores de los antiguos y famosos banquetes babilónicos. Fuimos unos días después a la fábrica, que se levanta airosa y confortable en el poético pueblo de Santa María del Rosario, en la señorial ciudad de los condes de Bayona. Admiramos el orden, la perfecta organización de los talleres.
Y allí, el señor Edelberto Pedro y Pérez, gerente de la fábrica, cuya actividad y energía son portentosas como lo demuestra el éxito alcanzado, nos enseñó y nos hizo probar una deliciosa especialidad de la casa: el Napolitano, verdadera maravilla de la moderna dulcería. En admirable combinación saborea el que lo come crema de guayaba, de mango y de naranja.
Allí supimos que en Santa María del Rosario, se produce la mejor guayaba de Cuba.
Vimos allí la fruta jugosa, apetitosa. Comprendimos, viéndola, la excelencia de los dulces que con ella fabrican. Observándolo todo comprendimos también como esta fábrica ha llegado a la prosperidad actual. Y admiramos cuan grande ha sido el tesón del señor Edelberto Pedro, quien además, ha encontrado en los señores Enrique Haas e Ignacio Unanue, socios industriales, una cooperación eficacísima.
Su oficina administrativa está instalada en la calle de O’Reilly núm. 16 y allí hay un completo muestrario de los productos de fábrica.
Mientras la mirada se perdía entre los millares de pomos de jalea, y de graciosas cajas de napolitanos y de pasta de guayaba, oíamos cuanto explicaban estos tres señores. Acostumbrados a ver grandes fábricas en manos de señores de cierta edad, nos sorprendíamos un poco al ver a los directores de esta, jóvenes, desafiando a la vida, y en pleno triunfo.
Los pedidos llegan a la oficina en cantidad enorme. Comprendimos que debíamos terminar la entrevista. Time is money. Nos marchamos. Pero no sin estrechar las manos de aquellos jóvenes en quienes adivinamos una voluntad férrea y un firme propósito de vencer.
Poder es querer…
Bibliografía y notas
- Mercurio. “El poder del esfuerzo. Querer es poder”. El Fígaro. Año XXXV, núm. 3, 20 de enero 1918, pp. 73-75.
- Boletín oficial de marcas y patentes. Año XIII, núm. 6, 31 de diciembre 1918.
- Personalidades y negocios de Cuba.
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