
Francisco Cela fue llamado el rey del bombón en Cuba y su dulcería se hallaba establecida en el Hotel Florida de la Habana. Comenzando el siglo XX —necesario es decirlo, en justicia— la fabricación de dulces en la Habana se hallaba notablemente atrasada, en comparación con las admirables y deliciosas “confiseries” y “gourmanderies” francesas, y las dulcerías españolas.
Llegó, por entonces, a la Habana, Francisco Cela.
Francisco Cela había trabajado durante algunos años en las mejores confiterías de París, Madrid y Barcelona.
Él conocía, maravillosamente, el secreto mágico de la dulcería francesa, en que los componentes, la mano de obra, la presentación, todo se alía, en una suprema combinación de encantamiento para los ojos y de hechizo para el paladar.
Francisco Cela había pasado largos años en ese delicioso ambiente de las confiterías parisienses. Ante sus ojos asombrados habían cruzado los más prodigiosos pastelillos y los bombones más refinados.

Había visto, también, y los había estudiado profundamente con voluntad de artista y anhelos de innovador, los espléndidos refinamientos de la dulcería madrileña y barcelonesa.
Corría, entonces el año 1901, cuando Francisco Cela llegó a Cuba. Comparó el estado de la dulcería fina, en Cuba, con relación a las prodigiosas maravillas parisienses y la encontró pobre. Pero, Francisco Cela no solo poseía la intuición artística del confitero prestigioso, sino que, su videncia comercial le hizo descubrir los inacabables tesoros que había en Cuba, para la fabricación de dulces.
Y Francisco Cela se puso a la obra. Fué un gran esfuerzo de su voluntad recia. Trabajó, bravamente, gallardamente, con su inteligencia. Puso, en baterías magníficas, su experiencia atesorada durante largos años en las “bomboneries” francesas.

Y de aquellos esfuerzos de Cela, de su inteligencia, de sus conocimientos, de toda su voluntad victoriosa, puesta en tensión, brotó, como un formidable boletín de triunfo, aquella dulcería del Hotel Inglaterra.
Jamás la Habana había visto cosa igual. Y todos, mientras saboreaban las deliciosas exquisiteces de Cela, entre un flan embrujador y un merenguito rosado, y que se dijera brotado de una cocina celestial, todos proclamaron a Francisco Cela, como indiscutible Rey del Bombón, en Cuba.
En 1918 la dulcería de Francisco Cela se hallaba establecida en el Hotel Florida.
El lugar era insuperable. Con el sabor del dulce se mezclaba el grito persistente de la civilización, que tal era el crac-crac continuo del telégrafo situado en frente, y también se mezclaba otro ruido más turbador y harmonioso: tal era la canción del oro, que brotaba de los bancos que rodeaban la dulcería de Cela.
Dijérase un símbolo de amable humanidad. Los bancos, donde se amontonaba el oro de las naciones, dándole guardia de honor a los castilletes de crocantes, a las cajas de bombones, semejantes a cofrecillos de Aladino, y a las pequeñitas colinas amarillas de los flanes; ¡Oh, dulces y deliciosos flanes, encanto del alma y de la naturaleza, y gloria viva del más refinado paladar!

Francisco Cela estableció, hacia mediados de 1916, su dulcería en el Hotel Florida, calle de Cuba esquina a Obispo. Fabricaba toda clase de dulces, conservas, confituras, etc. y servía a domicilio. En la confección de dulces, empleaba las mejores substancias. Veinte hombres escogidos, se dedicaban a la fabricación de los dulces.
Los maestros que confeccionaban los dulces eran verdaderos “maîtres” franceses, procedentes de las mejores confiterías de París, Madrid y Barcelona.
Tuvo la casa un surtido permanente de bombones:
¡Esos bombones que constituyen entre novios elegantes y refinados, como una palabra encantadora de amor, al obsequiárselos entre sí!

Y contaba, también, con esos estuches de primorosa fantasía, delicados “bijou”, que ofrenda a su novia el galán enamorado, como el más glorioso endulzamiento de la vida, y que luego desvalijados de sus bombones, sirven a la encantadora novia, para guardar, como en un amado relicario, una carta apasionada, un rizo castaño, unas lindas violetas marchitas.
¡Ved, pues, cuán grande es la trascendencia de la industria del dulce, y cómo influía en el corazón de una gentil muchacha de veinte años, uno de esos estuches de bombones, comprados por el novio apasionado en la dulcería de Francisco Cela.
Descendiendo del amor a la sanidad y a la higiene, debe saberse que la dulcería de Cela, tuvo un gran departamento de máquinas especiales para la fabricación de los dulces, donde la mano del hombre no intervenía para nada.

El dulce se fabricaba con la mayor pureza, y las sustancias eran las más saludables, huevos frescos de gallinas de la casa y mantequilla —la mejor mantequilla del mundo, de Camagüey—. En cuanto al azúcar, ya se sabe que Cuba era la mejor productora. Eso fué lo que adivinó Cela: que Cuba reunía para la fabricación de dulces, los mejores elementos del mundo.
Y allí, en su nueva casa del Hotel Florida, entre dulces, que, dijéranse celestiales, Francisco Cela era aclamado, diariamente, por cinco mil compradores, como el Rey del Bombón, en Cuba.
En 1918 anota el Diario de La Marina: …Y la juventud femenina, elegante y gentil, que concurra a esta fiesta de gloria, será galante y espléndidamente obsequiada, en todos les intermedios del programa bailable, con dulces exquisitos y las nutritivas rosquillas marca del Distrito de Sarria, primorosamente hechas, exclusivamente para esta fiesta de amor, por el entusiasta sarriano Pancho Cela, en su elegante dulcería del hermoso Hotel Florida, de Obispo y Cuba.
Bibliografía y notas
- “Dulcería Inglaterra”. Diario de La Marina. Año LXIII, núm. 305, 30 de diciembre 1902, p. 1
- “Gran Dulcería del Hotel Florida”. Diario de La Marina. Año LXXXV, núm. 289, 31 de diciembre 1917, p. 7
- “Los hijos de Sarria en Palatino”. Diario de La Marina. Año LXXXVI, núm. 40, 9 de febrero 1918, p. 7
- Personalidades y negocios de la Habana
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