
La Industrial Alfarera Cubana de Pablo Bregolat Rosell. Finalizando la segunda década del siglo XX era la fabricación de ladrillos una industria de inestimable valor para el país. Nunca se había desarrollado en Cuba con tal pujanza el fomento urbano, ni jamás tan elevados precios habían alcanzado los elementos de fabricación.
Puede decirse, sin hipérbole, que la industria alfarera cubana no alcanzaba a atender todas las necesidades del consumo nacional. Y eso que esta manufactura había llegado entre nosotros a un grado de adelanto e intensidad grandes.
La “Industrial Alfarera Cubana” luchaba en 1918 contra las naturales dificultades creadas por las circunstancias. Entre el aumento de pedidos y la crisis se había entablado una competencia que los que dirigían esta fábrica intentaban solucionar. Unida a las necesidades y exigencias del mercado estaban los méritos extraordinarios de los productos elaborados por la Alfarera Cubana, lo que exigía a esta industria una intensificación poderosa y continuada.
Para la fabricación de sus ladrillos, tejas, losetas, etc., Don Pablo Bregolat Rosell tenía en cuenta, principalmente, las condiciones climatológicas del país. Pensando en ello consiguió llegar a aleaciones ideales que daban a sus productos todas las condiciones de temple y resistencia apetecidas. Sin desatender a la cantidad de la fabricación se preocupaba constantemente de su calidad, llegando un grado de crédito y garantía envidiable.

La “Industrial Alfarera Cubana” fué fundada el año de 1892 por don Pablo Bregolat Rosell y estaba en Calabazar, donde tenía establecido un tejar modelo dotado de todos los adelantos modernos y de gran capacidad, la que fue preciso aumentar con nuevas naves en vista del desarrollo cada vez mayor de la industria y por efecto de la demanda siempre creciente.
Bregolat como gran conocedor de la materia, decidió explotar una industria de la cual nadie en aquel entonces se hubiese querido hacer cargo, más por ignorancia y por rutina que por otra causa porque puede decirse que nadie creía en otra fabricación que la vulgarísima de los toscos ladrillos destinados a la edificación de casas.
Esa era toda la importancia que se concedía a lo que con el barro pudiera hacerse.
El señor Pablo Bregolat Rosell, conocedor del negocio y del arte, no titubeó un momento una vez hubo tomado determinación de emprender el negocio. Para montar la fábrica de “tejas planas” sacrificó todo cuanto poseía.
Empezó con ahínco la producción, y cuando apenas habían llegado al mercado las primeras muestras de la misma todo el terreno de la fábrica fué ocupado con motivo de la guerra de la independencia y convertido en cuarteles para las fuerzas del gobierno.
La ocupación duró hasta la terminación de la guerra, y en aquellos terrenos en los que había empezado a surgir una nueva e importante industria, quedaron ruinas solamente de la misma y del lugar en donde estaba instalada.

Pero Don Pablo Bregolat no era hombre a quien arredren los tropiezos y le hagan perder la fe en sus fuerzas y en el negocio. Bien lo demostró, cuando dando prueba de la entereza de su carácter, sin reparar en sacrificios morales y materiales, después de vencer obstáculos ante los cuales tal vez se hubiese estrellado la voluntad de alguien menos dueño de sí mismo que lo era el señor Bregolat, supo éste hacer surgir nuevamente de sus escombros la industria a la que tantos afanes había dedicado y pensaba dedicar en lo sucesivo.
La fábrica que él levantara empleando en ella todos los recursos de que era poseedor: la industria que había empezado a fomentar y que al empezar a dar fruto la guerra, siempre cruel, había hecho desaparecer sin tener en cuenta para nada la suma de sacrificios y actividades que representaba, no podía desaparecer en definitiva.
Y no desapareció.
Como acabamos de decir otro espíritu menos emprendedor la habría abandonado; pero el espíritu que poseía el señor Bregolat, y la visión exacta que del porvenir de la industria alfarera tenía dicho señor, realizaron la obra del resurgimiento: un resurgimiento brillante.
La fabricación de la teja plana fué un hecho y constituyó al mismo tiempo que un triunfo para el industrial otro triunfo para la industria nacional.
Dicha teja, completamente igual a la afamada teja francesa, fué solicitadísima y con ella se cubrieron un sin fin de casas lo mismo en la Habana que en el interior de la Isla.
El Gobierno la adoptó también y obtuvo la preferencia en todas las subastas del Estado.

Ocurrió, a raíz del triunfo absoluto de la teja plana cubana que los importadores de la de igual clase del extranjero, especialmente de la de Marsella que fué siempre la más acreditada en el mercado cubano, emprendieron una lucha tenaz y sin cuartel haciéndole una competencia ruinosa.
A tal extremo llegó ésta que rebajaron los precios en un cincuenta por ciento al mismo tiempo que por medio de propaganda bien retribuida propalaban la especie de que la teja cubana no servía y que su efectividad duraba muy poco tiempo.
Al fin, después de cuatro años de lucha estéril, viendo que nada podían contra un producto excelente contra el cual era inútil todo ataque, los fabricantes de Marsella autorizaron a sus representantes para que se pusiesen al habla con Don Pablo Bregolat y lograsen de dicho señor que no fabricase más tejas en Cuba.
Para conseguirlo se ofreció pagar una crecida cantidad anual como compensación o indemnización. Finalmente llegaron a un acuerdo el señor Bregolat y los fabricantes de Marsella, y cesó aquél en la fabricación del excelente material.
Pero el señor Bregolat no permaneció inactivo y encauzó sus actividades hacia la producción de losas para azoteas y ladrillo delgado (ladrillo catalán).

Al principio hubo de luchar con los inconvenientes con que tropieza todo lo nuevo. Fué preciso vencer prejuicios que hacen ver superioridad en cualquier artículo, sea el que fuere, extranjero sobre el mismo artículo producido en el país.
Por falta de conocimientos técnicos y por otras causas, el introducir el artículo en el mercado resultó sumamente costoso. Pero, poco a poco, se impusieron por su bondad y excelente fabricación lo mismo las losas que los ladrillos, y se llegó, finalmente, al caso de que los consumidores de unas y otros fueron luego los más entusiastas propagandistas de los productos del tejar Industrial Alfarera Cubana, de Don Pablo Bregolat.
La fábrica contaba con todos los adelantos modernos. Tenía su planta hidráulica, propia, por medio de la cual se producía fuerza motriz para varios aparatos y maquinaria, y agua en abundancia para la industria y riego de tres caballerías de tierra que contenía la finca.
El resto de la fuerza necesaria para otros menesteres era producida por gas pobre, siendo la Industria Alfarera Cubana la única que hacia 1918 lo usaba en Cuba.
El número de operarios que trabajaban en la Industria alfarera de que nos ocupamos ascendía a ochenta, número que en circunstancias especiales se aumentaba considerablemente.
A pesar de que la producción era de diez y seis mil losas diarias había pedidos en turno por la cantidad de cincuenta mil. Y los consumidores, que no encontraban palabras bastante expresivas para ponderar las excelencias de la losa que producía la Industrial Alfarera Cubana estaban quejosos por lo mucho que tenían que esperar la entrega de sus pedidos.
Ello obedecía a la gran demanda; ello era la mejor prueba de la prosperidad creciente de aquella.

Con otra producción se esperaba aumentara la esfera de acción de la Alfarera planificándose una ampliación del tejar con prensas para materiales refractarios, de 200 toneladas de presión con todo lo necesario para producir 30.000 ladrillos refractarios al día.
Los materiales refractarios, para hornos de todas clases, bloques para forrar hornos de fundición de hierro, para gasógenos para plantas eléctricas, para hornos de ingenios y para todas las industrias que necesitaban tan elevada temperatura, eran de superior calidad y resistían toda competencia.

En cartas y certificados que obraban en poder del señor Bregolat daban fe de ello consumidores tan importantes como Krajewski Pesant y Co., Viuda de Gámiz, Gaubeca y Co., Planta Eléctrica de Cárdenas, Centrales “Chaparra”, “España”, “Aguedita” y otros muchos.
Los materiales que se empleaban, como el barro y la arena refractaria, procedían de Consolación del Sur en donde la casa contaba con fincas y embarcaderos con muelles propios. Parte del barro necesario se adquiría también en los terrenos que ocupaba el tejar, en Calabazar.
La Industrial Alfarera Cubana tenía camiones para el reparto de los pedidos; vías de ferrocarril en los mismos terrenos para cargar los productos, y chuchos en Consolación del Sur y en Puerta de Golpe.
Las ventas anuales ascendían a $300.000. Los edificios que poseía la Compañía eran para oficina y casa vivienda, para taller de máquinas, casa-secadero, carpintería y cuatro hornos, construyéndose un horno más y dos naves para material refractario.

Don Pedro Bregolat era el Administrador y Director técnico de la Industrial Alfarera Cubana. A él, y a su gigantesco esfuerzo se debió la existencia y la prosperidad de una industria que constituyó un timbre de honor para la industria nacional.
Notas de interés
El señor Pablo Bregolat y Rossell era natural de Labasa, Lérida, España e hijo de Pedro Bregolat y María Rossell. En septiembre de 1915 recibió a sus sesenta años la carta de naturalización en Cuba.1
Ayer (20 de agosto 1915) embarcó con rumbo a la madre patria acompañada de su simpática hija María Bregolat, nuestro particular amigo, señor Pablo Bregolat, fundador propietario de la gran fábrica de productos cerámicos Industrial Alfarera Cubana situada en el Calabazar de la Habana.2 El señor Bregolat va en viaje de recreo y para reponer su salud algo quebrantada en su constante labor. Reciban nuestra cariñosa despedida tan simpáticos amigos y que pronto podamos verlo de regreso completamente repuesto.

Doña María Colell de Bregolat. Con objeto de esperar la llegada del vapor María Cristina en el que regresan de Barcelona don Pablo Bregolat y la señorita María Bregolat y Colell, esposo e hija de la señora doña María Colell, cuyo fallecimiento acaeció ayer, se ha embalsamado el cadáver de la finada, al cual se dará cristiana sepultura en el Cementerio del pueblo de Calabazar en esta provincia, a las diez de la mañana de hoy, viernes, saliendo el cortejo fúnebre de la finca Los Mangos ubicada en aquella localidad.3
Todos los esfuerzos de la ciencia médica y los cariñosos y asiduos cuidados que a la enferma prodigó su amante y afligido hijo Pedro Bregolat esperanzado en que su padre y hermana llegaran antes del sensible final, que tan dolorosa impresión les causara a los imprevenidos viajeros, resultaron infructuosos.
Que en paz descanse la virtuosa señora, muy estimada por sus sentimientos caritativos y reciban los dolientes nuestro más sentido pésame.

El señor Pablo Bregolat y Rosell (Q.E. P. D.) falleció el día primero de septiembre 1919 a bordo del Vapor Reina María Cristina.
Bibliografía y notas
- “Cartas de naturalización expedidas durante el mes de septiembre de 1915”. Boletín Oficial de la Secretaría de Estado. Año XII, núm. 138, octubre 1915, p. 597. ↩︎
- “Buen Viaje”. Diario de La Marina. Año LXXXIII, núm. 233, 21 de agosto 1915, p. 5. ↩︎
- “Doña María Colell de Bregolat”. Diario de La Marina. Año LXXXIV, núm. 154, 2 de junio 1916, p. 11 ↩︎
- “Esquela fúnebre de María Colell de Bregolat”. Diario de La Marina. Año LXXXIV, núm. 127, 1 de junio 1916, p. 4
- “Esquela fúnebre de Pablo Bregolat y Rosell”. Diario de La Marina. Año LXXXVII, núm. 248, 5 de septiembre 1919, p. 15
- Personalidades y negocios de la Habana
Deja una respuesta