En el rango de las primeras joyerías de la ciudad, entre las de más auge y mayor nombradía, tuvo su sitio de preferencia La Acacia joyería modelo de Manuel Augusto y Joaquín Cores, que dió su nombre á uno de los tramos más transitados de la capital, á ese pedacito de la calle de San Rafael, populoso y céntrico, que no pocos ya conocían con una denominación que nació en la crónica: boulevard-Acacia.
Fundación de la joyería La Acacia
Manuel Augusto y Joaquín Cores fundaron esa joyería en la calle de San Miguel hacia 1874. Afanosos y constantes, en una obra de todos los días y en un esfuerzo de todas las horas, fueron dando impulso al establecimiento, extendiendo su giro y afianzando su crédito, hasta que llegó á convertirse La Acacia en una de las mejores y más espléndidas joyerías de la Habana.
El público, ese público culto de la Habana que no dejaba morir ningún esfuerzo cuando reconocía que era sano, noble y desinteresado, supo corresponder desde temprano á la meritísima laboriosidad de los hermanos Cores, y la casa, que subía ya como la espuma, necesitaba asegurar su existencia, trasladándose, para orgullo de la Habana, al céntrico lugar de la calle de San Rafael.
A despecho de las vicisitudes de los tiempos, segura y confiada en el porvenir la joyería La Acacia resistió todo ese largo período en que no salían por sus puertas otras prendas que algún puñado de monedas con que aliviar hogares cubanos víctimas de la miseria.
Porque entre tantas joyas que deslumbraban al pasar por La Acacia, había una que ni estaba en la vidriera ni guardada en los estuches, y era la bondad hermosa de Joaquín Cores en favor del necesitado.
Joya de valor inestimable que irradiaba en todos los ámbitos del elegante establecimiento de la calle de San Rafael.
En rigor, era La Acacia la única joyería que en la Habana se dedicaba exclusivamente á su giro.
No había más que alhajas. Si acaso, alguno que otro objeto de arte que, por su factura, su novedad y su chic, merecía la égida de aquel hogar de perlas, de oro y de brillantes.
Retirado Manuel Augusto Cores de los negocios en el lejano regazo de su amantísima familia, continuó con su solo nombre, J. Cores, el laborioso, emprendedor é incansable hermano.
¡Y cuán denodada empresa tuvo que desarrollar! ¡Qué hermosa la campaña librada! Solo, con el propio esfuerzo, con la personal iniciativa y con su inmediata dirección, sin desfallecer un instante.
Sostuvo Joaquín Cores el crédito y prestigio de La Acacia hasta que bajo los estímulos de impresiones mas halagüeñas puso en acción su inventiva, concibiendo primero y haciendo ejecutar después lo que había de constituir en nuestro mundo de la elegancia la alta nota de la actualidad mas refinada y más exquisita.
Cuestión de épocas
En tiempos como los del fin de la colonia española, en que todo lo que fueran emblemas, atributos y signos cubanos tenía que responder á un legítimo sentimiento popular, contenido á través ele tantos años, el Sr. Cores fué el primero en ofrecer al gusto de la sociedad el modelo mas primoroso de joyas, que reuniesen a la materialidad de su valor, el aliciente de su actualidad.
París vació en centenares de estuches un mar tricolor sobre el pelouche de aquella linda vidriera de La Acacia.
Toda la Habana desfiló por allí, complacida y admirada. Era la última palabra del refinamiento: en pulseras, sortijas, botones, dijes, alfileres, etc., admirábanse, primorosamente montados, puntas de brillantes, rubíes y zafiros que en artística combinación forman estrellitas, triángulos , franjas y escudos cubanos.
Es el último esfuerzo realizado por Cores, y al que ha sabido corresponder, como se merecía, toda esa sociedad que siempre hizo de La Acacia su casa predilecta, única é indispensable.
Una mirada al interior del negocio de los hermanos Manuel Augusto Cores y Joaquín Cores
Ya con la pluma en la mano, se me ocurre hacer una descripción minuciosa de La Acacia, donde la mas refinada elegancia y buen gusto presidía desde el mobiliario, que era todo de nogal tallado, hasta los originales y muelles asientos de pelouche y maderas finas y las brillantes y relucientes vidrieras, todo era allí irreprochable.
La mirada curiosa buscaba con ansia algo que no la deslumbrara, y después de recorrer uno por uno todos los escaparates, los objetos todos, se caía en un desvanecimiento semejante al que se siente cuando miramos al sol. Inconscientemente era necesario frotarse los ojos, como queriendo volver de aquel deslumbramiento.
Comprendo que me he atrevido á mucho al ofrecer una descripción de La Acacia. Esto es imposible cuando no nos llamamos Conde Kostia, por eso desisto de mi intento y pido al lector que en vez de leerme si fuera aún posible visitara La Acacia, y allí pudiera ver lo que yo no puedo describir.
¡Con cuanta satisfacción haría yo ese boceto a la pluma, cuando por anticipado se sabe que ha de encontrar el inmediato y merecido beneplácito de los lectores! ¡Qué bello asunto escribir de la bella Acacia!
Como nota curiosa publicó El Fígaro1 en 1902 un artículo titulado Cuidado con los relojes y de este un extracto:
Pero, ahora en la Habana, los ladrones dejan chiquitos á los de México. Allá le quitan usted la cartera, con algunos billetitos del banco Nacional: aquí le preparan una celada y lo arruinan; penetran en la casa del marqués de Aguasclaras y le roban veinte mil duros; se cuelan en La Acacia y dejan vacíos los estuches de valiosas joyas…
Bibliografía y Notas
- “Una joyería modelo, La Acacia”. Revista El Fígaro, (Febrero 1899).
- “La Acacia.” Revista de Cuba: Periódico Mensual de Ciencias, Derecho, Literatura y Bellas Artes, vol. 13, no. I, enero 1883, p. 483.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
- Z. “Cuidado con los relojes”. Revista El Fígaro. Año XVIII, núm. 2, 12 de enero 1902, p. 20. ↩︎
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