Tradiciones Indias: La Flecha de Oro. No hace muchos años que al desmontar los terrenos, hasta entónces vírgenes, pertenecientes á una finca cercana de Matanzas, se encontró una cueva grande, adornada de preciosas estalactitas y de no menos notables estalagmitas, y hacia una de las extremidades de un espacioso salón una flecha de jiquí, como de vara y media de longitud, y cuya punta era de macizo oro.
¿Cuál era el origen de aquella flecha? ¿Quién y en qué tiempo la colocó allí…? Esto es lo que vamos á explicar á nuestros lectores, si se dignan leer las presentes líneas, y si consienten gustosos en dar crédito á una tradición, vaga como todas las tradiciones de este género, si se refieren sobre todo á una raza que como la indiana desapareció en breves años sin dejarnos apenas otros recuerdos que los de sus infortunios y sus pesares.
Mabey cacique del Yumurí, amaba entrañablemente á Guanicanaona, Hija de Yaití, cacique vecino de Guarionea.
Guanicanaona era más bella que el sol de su patria, más tierna y delicada que la melancólica luna que riela su plateada luz en las apacibles aguas de los indianos rios. Había consagrado todo su cariño á un joven naitano, señor de muchas tierras y amigo predilecto de su padre; así es que mas de una vez rechazó las ardientes súplicas del que quería ser dueño de un corazón esclavo ya del valiente Barajá.
Sabedor de todo el padre de Guanicanaona, y teniendo noticia de que Mabey preparaba en secreto una expedición para hacerse dueño, ya que no por el amor por las armas, del ídolo que adoraba, declaró la guerra á su infiel vecino.
Empeñóse con no visto ardor la lucha, y más de una vez la palma de la victoria ornó las sienes de ambos combatientes; sin embargo, jamás hubo un encuentro decisivo.
Tal era el estado de las cosas, cuando un día que Guanicanaona estaba sola en la tienda de su padre, fué sorprendida de improviso por los espías de su pretendiente enemigo, y llevada á su presencia.
Generoso, empero, como todos los de su raza, Mabey no quiso abusar de la circunstancia que ponía en sus manos el ser por quien tanto suspiraba: después de haberla tranquilizado sobre su suerte futura, envió una embajada al cacique Yaití.
Partieron cuatro indios de los mas jóvenes y valientes del cacicazgo; presentados que fueron á Yaití le mostraron el collar de conchas, símbolo de paz que Mabey había ordenado entregarle.
Guarionea arrojó furioso el collar y contestó á los de la embajada. “Decid á vuestro cacique, que si Guanicanaona ha caído en poder de Mabey, Yaití sabrá arrancarla ó morir”.
Reunió al momento un escogido ejército y marchó en persona á combatir.
Vanas fueron las razones de Mabey para reducir al cacique á que terminara la guerra; Yaití encolerizado se precipitó sobre sus enemigos y trabó el mas sangriento de los combates que jamás presenciaron los campos de Cuba.
El deseo de venganza ahogaba los más generosos sentimientos, y la lucha llegó hasta el punto de que una flecha dirigida contra Mabey atravesase el corazón de la desventurada virgen. Al verla caer su padre, frenético dió la órden de retirada, y cumpliendo lo que prometió se quitó la vida á presencia de su enemigo.
Mabey triste y cabizbajo mandó al siguiente día que se le hicieran á Guanicanaona magníficos funerales, y la hermosa jóven fué enterrada en el salon donde se encontró la flecha, colocada de intento sobre su sepultura.
He aquí la tradición de la flecha de oro.
Fernando Valdés y Aguirre.
De interés: Historias y leyendas de Cuba
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