Los Almacenes de La Isla de Cuba propiedad de Víctor Campa en la Habana. Ha comenzado el año de 1903 con un suceso de singular resonancia en el mundo traperil. La antigua y popular tienda de ropas que lleva el nombre de la isla en que vivimos y que había logrado adquirir renombre y fama entre las familias habaneras, por sus excelentes artículos y precios reducidos, ha dado un largo paso en el camino de su merecida prosperidad, que parece ya afianzada para siempre.
La labor infatigable de su dueño, el apreciable comerciante señor Víctor Campa, noble hijo de Hispania, ha culminado de un modo brillante, levantando en la Calzada del Monte esquina á Factoría un soberbio edilicio de dos pisos, en el mismo local que antes ocupaba, para dar á sus negocios la amplitud que exigía ya el éxito de su establecimiento.
La Isla de Cuba es prueba notoria de lo que puede la perseverancia de un hombre emprendedor. Víctor Campa llegó á Cuba muy joven, tierno adolescente y relaciones de familia lo llevaron de dependiente al mismo establecimiento que habría de ser suyo más tarde.
Allí empezó á trabajar con todo empeño, con la fe de los que anhelan llegar á ser útiles á la sociedad y en un plazo relativamente corto, pues el señor Campa apenas tiene cuarenta años, llegó hace ya tiempo de dependiente a dueño, realizando así el sueño dorado de los que trabajan detrás de un mostrador.
Naturalmente que éxito tan airoso no podía ser sino resultante de privaciones sin cuento y de luchas incesantes: en esta ocasión como casi siempre sucede, la fortuna se puso del lado del trabajo.
Ensancha el corazón entrar hoy en los amplios salones de La Isla de Cuba. La extensa planta baja está dividida en dos cuadrados regulares que separa por el centro una artística escalera de dos brazos y que conducen al piso alto.
En el salón bajo agrúpanse á su derecha, inmensas piezas de lienzos de toda clase, desde el modestísimo chaconat de dos centavos hasta el opulento raso de dos y tres duros, y detrás del largo mostrador una falange de entusiastas jóvenes atienden con exquisita solicitud las demandas de las señoras que en número verdaderamente extraordinario acude á surtirse de telas para su toilette.
En ala izquierda, se observa el mismo espectáculo; pero aquí en vez de telas, buscan las señoras artículos de sedería y adornos para sus trajes.
En el fondo, se encuentra el departamento de contabilidad, en donde empleados cuidadosos é inteligentes, llevan la marcha del negocio, apreciando hasta sus últimos latidos las palpitaciones del establecimiento y en el centro, á la izquierda, en sencillo escritorio, el dueño señor Campa, como capitán de aquél navío, observándolo todo desde el puente.
Antes de franquear la airosa escalera construida de rica caoba, fuerza es detenerse delante de las dos soberbias figuras de bronce que se se encuentran como guardianes á su entrada. Tiene cada una en sus brazos un elegante ramillete de bombillos eléctricos que le dan por la noche un aspecto encantador.
Ya arriba, nos encontramos con el departamento de peletería, en donde el gusto más exigente ó el capricho más inconstante no encontraría qué pedir, pues desde la pantufla corriente hasta el magnífico zapato de charol, pasando por la infinidad de borceguíes, botines y polacas, hay cuanto la moda soberana ha impuesto para uso de señoras y caballeros.
También en el piso alto está instalado el admirable departamento de sombreros y ropa blanca para señoras y confecciones á cargo de entendidas señoritas, cuya competencia en modisturas femeninas es admirada por cuantas personas han acudido á La Isla de Cuba en busca de esos atavíos de la mujer.
La noche que se inauguró este nuevo edificio de La Isla de Cuba, una espléndida noche de Diciembre, en el vértigo de luz y de perfumes en que allí todos nos encontramos, en la compañía de tanta mujer elegante y bella como acudió á confirmar con su presencia las simpatías que le inspira el popular establecimiento, aquella noche, repetimos, reclinados en una de las barandas del amplio balcón y abarcando con la vista el soberbio espectáculo que se nos ofrecía, nos pusimos á filosofar sobre la supuesta inconstancia de la fortuna.
—¿Es cierto— nos decíamos — que la Fortuna es una loca coquetuela que dispensa sus favores al primero que le viene en ganas, ó si en contra de lo que dice el vulgo, es una matrona sesuda y reflexiva que sólo ofrece sus dones al que se los pide con las armas de la constancia y del trabajo?
Mucho hay en efecto que hablar sobre esto, pero ya comprenderán los lectores que no es esta la ocasión para enfrascarse en pseudo-filosofías que, por otra parte, nos llevarían muy lejos. Baste á nuestro intento decir que en el caso de Víctor Campa, la Fortuna no se coló por la puerta, casquivana y casual, sino que vino por la fuerza incontrastable de la lucha, con el esfuerzo del trabajo, que según la frase de un escritor insigne, es la atracción más poderosa del Universo. Lo que el trabajo no atraiga, no podrá ser atraído por nadie.
Los que anhelamos para Cuba un porvenir próspero, debido al esfuerzo de nuestra raza, sin ayuda de la decantada fuerza sajona, más aparente que real, hemos de ver con noble alegría la prosperidad y arraigo de establecimientos como La Isla de Cuba que significan una fuerza mercantil y social poderosísima para sumarla á las ya crecidas con que Cuba cuenta para valerse por sí misma.
Por eso nuestras enhorabuenas y felicitaciones al señor Campa son tan espontáneas como interesadas: lo primero, porque obedecen á impulsos de una convicción sincera y profunda y lo segundo, porque al felicitarlo á él nos felicitamos por fuerza á nosotros mismos, ya que lo tenemos como miembro de la familia latina que hoy más que nunca tiene que unirse en apretado haz para prevenirse de amenazas que serán tanto más remotas cuanto más firme y verdadera sea la unión de los amenazados.
Volviendo ahora á la tienda y dejando consideraciones de orden moral y político que su historia y desenvolvimiento nos han sugerido, diremos que nada falta en La Isla de Cuba para ser un establecimiento de primer orden y el viajero que la visite al punto recordará alguno de los famosos establecimientos de Europa ó los Estados Unidos en donde el cliente encuentra de todo, como Le Petit Saint Thomas ó La Belle Jardiniére, de París; El Siglo, de Barcelona; ó el Haver-Maker, de New- York.
Claro que hoy La Isla de Cuba no es, no puede ser lo que son aquellos colosales establecimientos, pero también es cierto, más que cierto, ciertísimo, que la Habana está todavía lejos de París, de New- York y aún de Barcelona, á pesar del Malecón.
Las lectoras de El Fígaro harán bien en acudir á La Isla de Cuba á buscar telas para sus trajes, adornos para confeccionarlos, sedas y encajes, rasos y brocados, cintas, zapatos, sombreros y cuanto necesite para su propio atavío ó para el del hogar. Si así lo hacen, será para ellas el provecho y para El Fígaro la gloria de habérselo recomendado.
Don Tancredo.
Almacenes de La Isla de Cuba en 1925
Fue La Isla de Cuba decana entre los establecimientos dedicados al giro de tejidos en la ciudad de la Habana. Su fundación data del año 1866, fecha en que fué establecida por su fundador, en una pequeña casa de techo de tejas, en la misma esquina de la calzada del Monte No. 55 a 57 entre Suárez y Factoría, donde continuaba en 1925.
En el año de 1880 el señor Víctor Campa y Blanco, empleado de la firma fundadora desde el año 1876, compró el establecimiento permaneciendo desde entonces al frente de la dirección de los negocios de La Isla de Cuba.
Más tarde, en 1891, vino a su lado el señor Manuel Campa y Alvarez y al igual que don Víctor continuaba en estado activo concluido el primer cuarto del siglo XX.
A estos dos hombres se debía la prosperidad de La Isla de Cuba, eran ellos los taumaturgos milagrosos que hicieron de una tienda de poca importancia, un establecimiento que contaba por millones de pesos, la cifra anual de sus negocios. Un raro talento natural y una constancia rayana en la obstinación, unidos entre sí han sido los autores del milagro.
La casa popularmente conocida contaba con una clientela de todas las clases sociales, desde las más altas y hasta las más humildes recibían igual trato esmerado. Con el lema de “No importa la utilidad, no importa la pérdida; vendamos siempre al precio más bajo” llevaban su negocio adelante.
La casa mantenía relaciones comerciales con todos los mercados del mundo, y la extensión de su crédito era ilimitado. Pasaron incólumes a través de las grandes crisis comerciales y al contado pagaban en todos los mercados. Esta norma no fué cambiada en nada durante el crack bancario y comercial de 1920-21.
Los edificios en que estaba situado el establecimiento pertenecían a los señores Víctor Campa y Blanco y Manuel Campa y Álvarez.
Inauguración del hermoso y nuevo edificio comercial de la Isla de Cuba.1
Nuestros distinguidos amigos los señores Víctor Campa y Cía. propietarios de los grandes y muy populares almacenes de ropa, sedería, sombrerería y talleres de confecciones “La Isla de Cuba”, situados en la Calzada del Monte 55 nos invitan galantemente para el acto de la inauguración del nuevo y magnífico edificio comercial que acaban de fabricar para su establecimiento y cuyo acto tendrá lugar hoy jueves 31 de marzo 1927.
Será bendecido el edificio por el Arzobispo de la Habana, Monseñor Manuel Ruiz, y al terminar la ceremonia religiosa los invitados serán obsequiados por un champagne de honor. La inauguración del nuevo edificio marca una nueva etapa en la próspera y larga vida de la sociedad comercial.
Muy agradecidos por la atenta invitación que se nos hace para dicho acto.
Del señor Víctor Campa Blanco una hija nombrada Cándida Campa casó en 1917 con Ricardo A. Rivón Alonso quien era propietario principal de la joyería Cuervo y Sobrinos. Nacieron de esta unión Adelaida Rivón Campa y Ricardo A. Rivón Campa.2
Bibliografía y referencias:
- Tancredo, Don. “Almacenes de La Isla de Cuba”. Revista El Fígaro. Año XIX, núm. 2 y 3, enero 1903.
- “La Isla de Cuba.” en El Libro de Cuba. Habana: Talleres del Sindicato de Artes Gráficas, 1925. p. 865.
- Personalidades y Negocios de la Habana
MARIO CAMPA GONZALEZ dice
Víctor Campa Blanco es mi bisabuelo.
Su hijo Mario Campa Alonso es mi abuelo. Su hijo, Mario Víctor Ramón Lázaro Campa Soliño es mi papá.
Mi nombre es Mario Guillermo Campa González
Almar dice
Me alegra que haya encontrado en este artículo referencia a su familia y también que los Campa estén presentes, un negocio echo con esfuerzo y trabajo! Cordiales saludos Sr. Mario Guillermo.
Campa dice
Hola Mario.
Entonces Mario Campa Alonso, tu abuelo es hermano de Víctor Campa Alonso? Y donde queda Nena Campa?
Saludos