Leopoldo Romañach visto por Jesús Castellanos para El Fígaro en 1910. Encontré al maestro sumergido en el sol, en el trabajo, en el divino sosiego de su arte.
La escena, que traía inquietos y presa de toda suerte de conjeturas á unos cuantos muchachos tostados de aquella agreste orilla del Almendares, componía una nota exótica en el centro de los agrios peñascales, rubios por la sequía.
De espaldas al río, el modelo, ese vivo y sanguíneo botero, prestado por Sorolla a Romañach, y que es su ultima y más afortunada obra de plein air. Alrededor del caballete del maestro, otros caballetes de discípulas. Bajo los sombreros, mariposas gigantes en la magia del sol, se ríe y se murmura, y á ratos, como por las ráfagas del viento que dobla los juncos, se piensa gravemente en la línea y en el color.
Los grillos trasnochadores duermen y á nuestras palabras, embotadas en el ancho silencio, sólo responden los suspiros del manglar mecido en el agua muerta y las esquilas de las vacas latiendo lejos, hacia la otra orilla.
Aquel día estaba el maestro verboso, tal vez comunicado con la fiebre del paisaje. Había querido iniciará sus alumnos en una lección de figuras al aire libre, enfrentándolos valientemente con toda la magna complejidad del problema de la luz. Y estaba contento de su iniciativa porque sus discípulos habían avanzado con ello un gran paso.
Porque en esta ruda alma de artista sin envidias, el ideal remoto, el que en cada espíritu resume los más delicados designios, es el de crear herederos de su propia alcurnia, plantando seriamente con un conjunto de pintores sinceros y sin secretos trics, los primeros bloques de lo que podrá ser definidamente nuestro arte nacional.
Romañach es hoy doblemente el maestro: para el arte y para la patria. Sus alumnos podrán ó no tener talento y no es concluido que hayan de maravillar á los salones europeos, pero sí es absolutamente seguro que no pondrán en ridículo á su tierra olvidada, y para el ojo experto podrán revelar que en estos rumbos hay una escuela de noble verdad, rebelde á la tentación de lo bonito y lo compuesto, lealmente avasallada á la simple y desnuda realidad.
Y he aquí que en la expansiva franqueza de los campos, hablamos naturalmente de sus proyectos. Romañach tiene en sus características de artista nato, la de un violento y nunca apagado entusiasmo.
“No se llega á ser pintor, decía Benjamín Constant, hasta que no se es, á todas horas, dormido ó despierto.”
El autor de La Convalesciente es un obseso del color y sus dedos nerviosos reclaman á cada instante la paleta. Una vez en un abierto baño de playa, bajo un sol loco de verano, recuerdo que zambullíamos entre una turba de trusas policromas, regodeándonos en esa compleja caricia única que sólo sabe dar el agua (y que maravillosamente ha escapado á algunas sensibilidades de poetas).
Romañach, pintor á todas horas, había concebido entre dos aguas su cuadro imposible: congestionado, acaso por el sol, acaso por la inspiración, alzaba los brazos mojados gritando: “Vea Vd., vea usted las tonalidades de la carne y de las trusas bajo el agua verde”; y desconsolado añadía: “mientras no pintemos eso no haremos nada.” Así es el hombre.
Prepara ahora Romañach un gran cuadro de sentimiento, La promesa. De él es una fina cabeza cargada de melancolía que hoy publica El Fígaro.
Una joven enferma ha ofrecido en su crisis agónica una peregrinación á la ermita lejana á cambio de la salud: la curación se ha logrado pero no la salud; el pobre organismo queda herido y vienen horas de abatimiento y de suave pena desleída en lágrimas calladas; pero la promesa está hecha y la joven pálida se hace conducir en una silla de ruedas hasta los pies del Cristo enorme, gastados por la ofrenda babosa de los besos.
El tema conviene exactamente al temperamento emotivo y concentrado del artista, y sus facultades técnicas son las de una manera simple y espontanea, que peca en todo caso de no concluir demasiado, y su gusto va hacia los tonos ocres y sombríos que campean en Velázquez, admirablemente aptos para conducir á estas impresiones dolorosas y agudas de la vida práctica.
Se encuentra ahora el maestro en su plena energía. Fuerte exponente de ella dá esta admirable colección de retratos que hoy exornan las planas de El Fígaro, realizados en pocos meses a partir de su vuelta de Europa.
Romañach ha hecho en ellos el retrato moderno en cuanto casa el interés del modelo con la alta preocupación del artista. Bien es cierto que en esta misma clasificación del género se agrupan Carolus Durán y Sargent, Gándara y Sorolla, que nada tienen de común, la pintura literaria y de salón y la fuerte pintura realista esclava de la técnica.
Romañach, hondamente impresionado en su juventud por el gran yankee que creó Los Profetas de Boston no ha dejado como él de ser el jugoso y audaz colorista de siempre al hacerse elegante y amable retratista de señoras.
En esta hermosa manía de sinceridad está la base de su robusta personalidad artística. No es común, convengamos en ello, que encontremos á estos pintores de interior, á estos retratistas de mundanas composiciones, en medio de un cerco de rocas desnudas, coronados por ásperos magueyes bajo la bendición solar.
En la galería se aprecian las siguientes obras del pintor Leopoldo Romañach: 1- Retrato de la señorita María Teresa Ginerés, 2 – La Promesa (Fragmento de un cuadro), 3 – Retrato de la señorita Nora Stapleton, 4 – Retrato de la señorita Ana María Ferrer, 5 – Señora R. S. de R. (Estudio), 6 – Retrato de la señorita Nena Rivero, 7 – El Pescador (Cuadro).
Romañach, aparte sus sagrados estímulos de maestro, va á la santa fuente de la Naturaleza —panacea para todos los quebrantos del cuerpo y del espíritu— á curarse de la monotonía de una visión recortada, á libertarse del estudio y de la ciudad donde hasta la luz es una mentira. Así sólo puede saber de cierto cómo son las carnes y cómo flotan las figuras en la atmósfera confundiéndose con ella.
Al volver al estudio cada día, creed que va operándose en su espíritu una regeneración y que ya puede dar la batalla á las añagazas de la luz y los reflejos… Lástima que esta sacra noción del arte, única que sal va al elegido no haya alentado por igual impulso en algunos temperamentos que aquí vimos nacer con positivo talento y que positivamente también han muerto.
Consérvennos los dioses este extraño ejemplar de perseverancia y de fé, surgido por milagro en el trópico criminal que todo lo disuelve y empaña. Aquella mañana de oro en que el río sinuoso y glauco, los breñales adustos, los sombreros audaces y la turba asombrada de andante rapacería fueron testigos de sus gestos de iluminación y de sus explosiones de entusiasmo, consideraba yo su fuerte torso de campesino y su bien clavada cabeza velazquiana, é imaginaba optimistamente que no todo debe estar perdido por aquí, como repiten los señores políticos, cuando aun hay quien tan tercamente sueñe, cuando á orillas de un agua mansa hay un Nazareno que funda altivamente su pequeña escuela de idealismo.
Jesús Castellanos.
Marzo 1910.
Bibliografía y notas
- “Leopoldo Romañach”. Revista El Fígaro. Año XXVI, núm. 13, 27 de marzo 1910, p. 148.
De interés:
- “Leopoldo Romañach.” El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. (Octubre 10, 1899).
- Una Vía de agua, Romañach y sus cuadros por Jesús Castellanos.
- García Cisneros, Francisco. “Hablando de Romañach.” Revista Social, vol. III, no. 2, Febrero 1918, pp. 18-19.
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