
Los paseos habaneros de los tiempos coloniales contado en Recuerdos de Antaño por Emilio Roig de Leuchsenring. El más antiguo de los historiadores cubanos tantas veces citado en estos Recuerdos, José Martín Félix de Arrate, nos habla en su famosa historia de los lugares que utilizaban por el año de 1761 los vecinos de esta ciudad para su esparcimiento, o sea de los primeros paseos habaneros de que se tienen noticias.
Aunque la Habana, dice, “no goza de los célebres paseos de otras regiones y ciudades más opulentas… acá la misma amenidad de los sitios suministra la parte más principal para el recreo, siendo innegable que aun sin incluir el paseo de la bahía, que no está en uso, y fuera de extremado placer si se practicase, porque en la ribera opuesta a la población, brinda la apacibilidad de algunos parajes bastante incentivo para un honesto pasatiempo;
…Tenemos, sin numerar éste, otros por la parte de tierra que son los acostumbrados, ya tomando por la puerta de la Punta el camino de la caleta que es una alameda natural en que se disfruta con el fresco sombrío de los viveros y limpia llanura de la senda más deleitable, la vista del mar por una banda y por la otra la de las huertas que están asentadas por aquel paraje:
ya saliendo por la puerta de Tierra a la calzada en que hoy se van plantando árboles copudos que le den sombrío por donde encaminar el paseo a los Cocales, y a los dos barrios inmediatos de Nuestra Señora de Guadalupe y Santísimo Cristo de la Salud, o ya últimamente eligiendo para el recreo el Arsenal en donde sus máquinas y tráfago pueden divertir y ocupar el tiempo y la atención con gusto mucho rato no sólo a los inclinados a la náutica, sino a los que no lo son.”
Fueron después la Alameda de Paula, la Plaza de Armas, la Cortina de Valdés, el Nuevo Prado o Alameda de Isabel II y el Paseo Militar o de Tacón, los lugares expresamente construidos como sitios de recreo, que merecieron la preferencia de los habaneros para su esparcimiento, durante la época colonial.
Alameda de Paula

Entre las diversas obras de ornato que en 1771 acometió el Marqués de la Torre, figuró la construcción de un teatro y de la Alameda de Paula, malecón que dominaba la bahía y las montañas y caserío de Regla. Reducida al principio a un terraplén adornado con álamos y bancos de piedra, fué hermoseada por los sucesivos gobernadores de la Isla y principalmente por Someruelos, que mejoró también el teatro Principal, que figuraba en uno de sus extremos.
Dice Pezuela que de 1803 a 5 se embaldosó y adornó con una sencilla fuente, colocándose años más tarde una baranda de hierro en toda su extensión, amplias escaleras a los costados, y farolas. Junto al hospital de Paula que se encontraba en uno de sus extremos había, al decir de Bachiller y Morales, “una espaciosa enramada de bejuco indio siempre verde y salpicado de sus amarillas flores:
Bajo de ella se colocaban perpetuas mesitas, donde se jugaba al dominó, se refrescaba y conversaba. El café de las Delicias, de madera, que daba a la calle era el establecimiento de que constituía una parte y la más notable el alegre patio encajonado entre el mar de la bahía y las paredes de un hospital”.
Plaza de Armas

Circundada por el Templete, el Palacio de los Capitanes Generales, el de la Intendencia, la casa del Conde de Santovenia, el Castillo de la Fuerza y la casa del Tribunal Mercantil y Junta de Fomento, y ostentando en su centro la estatua de Fernando VII, fué la Plaza de Armas en épocas lejanas el sitio preferido de diversión por los habaneros y extranjeros que nos visitaban, principalmente en las noches de retreta en que tocaba en su centro una banda militar.
Discurriendo por sus calles interiores, que contaban floridos jardines, refrescados por fuentes, o sentados en los bancos que se hallaban de trecho en trecho, o paseando en sus quitrines y carruajes por las calles exteriores, “toda la Habana” de 184… se daba sita allí esos “días de moda” o de retreta, así como el jueves y viernes santo, en que a pie concurría a oír el concierto sacro que esos días se daba en la Plaza de Armas.
Cortina de Valdés
Inició la construcción de esta alameda en 1841, el Capitán General don Gerónimo Valdés, de quien tomó el nombre. Teñía una longitud de 200 varas castellanas y se extendía sobre el lienzo de la muralla del mar entre la batería de San Telmo y el Parque de Artillería, entrándose a ella, en sus extremos, por dos escaleras de piedra.
Tenía asientos de piedra, árboles y una barandilla que la circundaba, siendo preferido este paseo por lo céntrico, fresco y hermosas vistas a la entrada del puerto.
Nuevo Prado o Alameda de Isabel II

Lo construyó el marqués de la Torre en 1772, desde la puerta de la Punta a los baluartes del N.O., formado por cuatro calles de árboles, ensanchándolo y prolongándolo, los siguientes Capitanes Generales, principalmente las Casas, Someruelos, Vives y Ricafort, llegando a los setenta años de su inicio a extenderse, desde la nueva cárcel, por la calzada de San Lázaro, hasta la Puerta de Tierra, teniendo en este extremo la fuente de la India o de la Noble Habana, ostentando, además, en una de sus secciones, la estatua de Isabel II que se colocó en 1851 y dos fuentes pequeñas más, repartidas en otros tramos del paseo.
Al principio, los concurrentes a éste, según dice. José M. de la Torre, daban después una vueltecita por las calles del Empedrado, Habana, Sol o Jesús María y Oficios, reuniéndose los hombres en el café de Mr. Tavern, que se conocía por Café de Taberna, en la Plaza Vieja.
Después, hacia 1810, la vueltecita se hacía hasta la Plaza de Armas, continuándose hasta la nevería de Juan Antonio Monte, situada en Cuba entre Luz y Acosta, a tomar helados, que valían a peso la copa.
Paseo Militar o de Tacón
Fué, emprendida la iniciativa de la obra de este paseo por Don Miguel Tacón en 1835, concluyéndola su sucesor Ezpeleta, en 1839, extendiéndose desde el campo de Peñalver hasta la fortaleza del Príncipe, con unas 2,000 varas de largo y 40 de ancho, 20 para la calle central y 10 a las laterales, divididas por cuatro hileras de álamos blancos, pinos y bambúes y ostentando bancos en abundancia.
Constaba de cinco plazuelas que lo interrumpían. En la primera estaba y está la estatua de Carlos III; en la segunda, una columna estriada en el centro de una fuente, rematada por una estatua de la diosa Ceres; y en las demás sendas fuentes, de las que, en la última, había una estatua de Esculapio.
Casi al final del Paseo se encuentra la Quinta de los Molinos, antigua residencia veraniega de los Capitanes Generales. Este Paseo estuvo muy en moda al inaugurarse y hacia 1844 en que se hermoseó la calle de la Reina que a él conducía.

Bibliografía y notas
- Roig de Leuchsenring, Emilio. Recuerdos de Antaño. Los paseos habaneros de los tiempos coloniales. Revista Social. Volumen XII, núm. 11, pp. 49-52, 92.
- Vista de la Fuente de la Habana. Dedicada al Excmo. Conde de Villanueva, Intendente de la Isla de Cuba, por su obediente servidor Santiago J. Sawkins. Litografiado por Jaccottet y publicado por Thierry Freres, Paris.
- Alameda de Paula. Dibujo sobre piedra por F. Mialhe, impreso en la litografía de la Real Sociedad Patriótica para el libro Isla de Cuba Pintoresca.
- Plaza de Armas en noche de retreta. Dibujado sobre piedra por L. Cuevas e impreso por la litografía del Gobierno para el libro Paseo Pintoresco por la Isla de Cuba.
- Paseo de Isabel II. Dibujo sobre piedra por F. Mialhe impreso en la litografía de la calle de O’Reilly número 10, para el libro Isla de Cuba Pintoresca (Grabados de la colección Roig de Leuchsenring).
- Paseo Militar del Príncipe. Grabado y litografía en colores de Eduardo Laplante, impreso por S. Martín y editado por L. Marquier y Laplante, Mercaderes número 7, Habana. (Colección Massaguer).
- Emilio Roig de Leuchsenring (Cristóbal de la Habana) en Escritores y poetas
- Personalidades y negocios de la Habana
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