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María del Carmen Villar Buceta en las Poetisas Cubanas de Social.

17/10/2016 Por Almar 1 comentario

María Villar Buceta
María Villar Buceta

No conocemos personalmente a María del Carmen Villar Buceta. Son muy pocos nuestros literatos y artistas que la han tratado. Y cuando empezaron a aparecer en re­vistas y periódicos sus primeras composiciones poéticas, y se dijo que la autora era una niña campesina y sin cultura apenas se llegó a dudar de su existencia real, atribuyéndose sus versos a uno de los mejores poetas cubanos de la hora presente: Agustín Acosta.

Se entablaron entonces acaloradas polémicas. Acosta negó esa falsa paternidad. Y, al fin, se aclaró por completo que María Villar Bu­ceta existía realmente, que era muchacha nacida y criada en un pueblo de la provincia de Matanzas, Pedro Betancourt, antiguo Co­rral Falso, donde, huérfana de madre desde sus más tiernos años, había hecho las veces de madre de sus hermanitos y ama de su casa, oscuras santas y nobles tareas a las que consagró todos los momentos de esa época feliz de la vida en que, sin preocupaciones ni conflictos morales, se deslizan los días entre juegos y risas, suave y tranquilamente.

María no conoció esa edad dichosa, ni pudo tampoco en su pubertad sentir el calor que dan a las niñas que comienzan a ser mujeres, los consejos y los besos maternales.

¿Cómo en estas circunstancias, ocupada exclusivamente de los quehaceres de su familia, ha podido formar su cultura, su exquisito gusto artístico y su conocimiento de las reglas retóricas y métricas, y adquirir esa comprensión del alma humana que revelan sus trabajos en prosa y verso?

Sus producciones parecen obra de un cerebro en perfecto estado de madurez; su manera de razonar es lógica, precisa, contundente; bucea, a veces, en las profundidades del espíritu y sabe presentar estados de alma con la concisión y brillantez con que pudiera hacerlo experimentado psicólogo.

Su poesía, más que femenina, tierna, dulce y suave es firme, vibrante. conceptuosa y robusta.

¿Cómo resolver esta contradicción que, a nuestro juicio. existía entre la mujer, casi una niña, sencilla, hacendosa, muy “de su casa”, y la escritora de la que bien podría decirse, como de la Avellaneda, “es mucho hombre esta mujer”?

Incapaces de resolver por nosotros mismos el enigma, y en la imposibilidad, por nuestras ocupaciones, de visitar en su pueblo a Ma­ría Villar Buceta, le escribimos pidiéndole datos sobre su vida, los comienzos de su vocación literaria, maestros, etc.

A nuestras demandas contestó, enviándonos esta admirable y originalísima autobiografía:

Aunque no ha insistido usted, amable doc­tor Roig de Leuchsenring, en su honrosa petición, esto de hacer mi autobiografía es una cosa demasiado buena para que yo renuncie a ella. (Oh! esto no debe sorprender a nadie: el espíritu de renunciamiento mal se aviene con nuestra idiosincrasia.)

Empero, ello es tarea harto difícil para quien, como yo, carece en absoluto de ragos distintivos: ni una joroba hilarante, ni un miembro contrahecho me destaca de la abrumadora anonimidad del montón.

Visto siempre de blanco, o de negro. Vivo “como todo el mundo”. Soy cortés y ceremoniosa con las mujeres. Y con los hombres. Y con los niños. Una desesperante regularidad rige mi vida.

En política soy inevitablemente gubernamental. En las cuestiones internacionales me obstino en ser neutral. Jamás doy mi opinión a nadie; cuando no carezco de ella, la oculto avaramente.

Soy prudente hasta la cobardía: me dejo atropellar… por comodidad. No utilizo el derecho de protesta. Vivo como anestesiada a todo sentimiento de rebeldía. Soporto con evangélica mansedumbre la charla de las comadres, los gritos de los chiquillos y las impertinencias de los tontos. Oigo con estúpida curiosidad todas las conversaciones. No me intereso por nada, pero me entero de todo, aunque nunca sé “hacerme cargo”.

Uniforme en mi actitud, soy inmune a todo proceso de evolución. El estoicismo es la piedra angular de mí carácter. Dijérase que estoy orgánicamente incapacitada para iniciarme y definirme en nuevas actitudes.

Mi edad es indefinible, como toda mi persona sin personalidad.

Ejemplar de una especie asexual, inclasificable, la suficiencia de los analistas estréllase ante mi amorfidad espiritual. Y piensa, sin querer, en “El hombre mediocre”, de Ingenieros. Y no se vuelve a acordar de mí, porque yo soy así: el arquetipo del ente perfectamente vulgar!

Más he aquí que un buen día me doy cuenta de que vivo en las tinieblas. Comprendo mi insignificancia, y quiero salir de ella, a toda costa. Un megalómano anhelo de “figurar” invade y turba la inacción de mis células cebrales. En mí espíritu enfermo de obscuridad bulle la obsesión de una aurora que me revindique.

Ya no me resigno a ser un factor negativo en la sociedad. Y el ente-nulidad se convierte en el ente-iniciativa. Y pronuncio conferencias, y organizo concursos literarios, y me afilio a aca­démias y ateneos. Y figuro en todos los periódicos, y mando mi retrato a todas las revistas, con el correspondiente autobombo. Los demás entes que andan por el mundo se agrupan en torno de este ente de talento excepcional, que es “el cerebro” del día. Llegaré a ser académica, o miembro de Jurados de escultura.

Se me verá, lento el paso, grave el rostro, con las manos cruzadas a la espalda. Estaré resolviendo, seguramente… la cuadratura del círculo. Acaso, al andar de Cronos, ingrese en la Sociedad Protectora de animales. Y me siente bajo la cúpula de los Inmortales.

Para entonces, ¡oh amigos, oh poetas! si me encontráis al paso, descubríos. Es la Villar Buceta, súper-hembra, que pasa…

Intrigado aún más con esta página, en la que descubríamos un aspecto hasta ahora ignorado en María, la ironía, sutil, y valiente, fina y resuelta que envuelve y avalora aún más su autobiografía, le escribimos de nuevo, insistiendo en datos preciosos, que pudieran servimos para satisfacer nuestra curiosidad de biógrafos al redactar estas líneas, que como las similares escritas sobre las demás poetisas cubanas, no tienen pretensiones críticas de ninguna clase.

A nuestra carta contestó con la siguiente, complemento precioso, en su fondo y en su forma, de la anterior autobiografía:

Pacientísimo amigo:

Aunque no se “hacerme cargo” bien comprendo, y lamento de igual modo, la decepción que habrá sufrido usted ante una autobiografía tan absolutamente exenta de interés. Tengo, en pero, una justificación: mi confesión de impersonalidad.

Poeta sin “literatura”, mujer sin historia ¿qué puedo contar de mí? ¿Genialida­des..? Bah! Quién no las tiene..? Más dejemos, amigo doctor Roig, a futuros buceadores de vidas muertas la enojosa misión de perpetuar tonterías ilustres. Refugié­monos en el Más Allá para que, al menos, no tengamos que lamentar con Fradique ¡el excelso Fradique! “como éramos en 1867”.

¿Mi edad… Si no lo sé. Si hasta hay quien sueña en yo no sé qué absurdas metempsícosis.

¿Lugar de nacimiento? Oh! Esto sólo debemos consignarlo ante el peligro de que siete ciudades nos reclamen, como al bueno de Homero.

¿Libros por publicar, y publicados? De tentación tan lamentable… liberanos, Domine…!

Honores recibidos: fui nombrada vocal del Comité de Recolecta pro-Byrne, y miembro de una Junta de Damas Piadosas… a la moderna usanza. Honores. Este vocablo ¡tiene acepciones tan convencionales! Examinemos las distintas fórmulas:

La de cortesía:
“Tengo el honor de dirigirme a usted…”
La de discordia:
“Tengo el honor de presentarle a…”
La de modestia:
“Los inmerecidos elogios conque me honra usted…”
La política:
“El Comité del barrio norte, que me hon­ro en presidir…”
La de los recién casados:
“Fulano y Mengana tienen el honor de participarle su efectuado enlace etc…”

Incontables, doctor, incontables!

Y basta. Más si aún creyese usted incompleta mi autobiografía… oh, entonces no vacile en desecharla! Y he aquí de qué imprevista manera purgaría usted su imperdonable error de selección.

La amistad y la gratitud de su amiga,
María Villar Buceta

Nuestros lectores que conozcan y hayan seguido la producción poética de María Vi­llar Buecta, se encontrarán, sin duda, perplejos ahora, como nosotros nos encontramos. Admirábamos hasta hoy a esa prodigiosa niña poetisa; de aquí en adelante no sabemos si nuestra admiración es aún mayor por María Villar Buceta, estupenda prosista, maestra en la ironía y el buen decir.

Bibliografía y otras fuentes:

  • Roig de Leuchsenring, E. (1920, julio). Poetisas Cubanas, María Villar Buceta. Revista Social, pp. 35,76.

María del Carmen Villar Buceta nació el 25 de abril de 1899 en Corral Falso de Macuriges, hoy municipio Pedro Betancourt, provincia de Matanzas. Su infancia transcurrió en un ambiente muy difícil para alguien que como ella desde muy temprana edad manifestó inquietudes de carácter literario.

La pobreza imperante en el hogar y la incultura predominante en su pueblo natal frenaron sus ambiciones intelectuales. Cursó la enseñanza primaria y cuando apenas contaba con once años abandonó los estudios para asumir la crianza de sus hermanos menores y las labores propias del hogar al fallecer su madre.

A pesar del medio adverso en el cual se desarrollaba su existencia María se convierte en una verdadera autodidacta. Su afán por la lectura le ofrece nuevos horizontes y se inicia en el cultivo de la poesía.

En 1916 el Diario de La Marina publica en la Habana su primer soneto titulado «Desilusión», marca este el inicio de su original lirismo. Al aparecer sus primeros versos en revistas y periódicos habaneros, debido a la profundidad del contenido y madurez de estilo, muchos se negaron a creer que pudieran ser de una joven provinciana. Algunos dudaron de su real existencia y llegaron a atribuir sus versos al poeta Agustín Acosta. El propio Acosta se encargaría de aclarar estas interrogantes.

En busca de trabajo y mejoras económicas se traslada con su familia a la Habana en 1921. Comienza a laborar en la redacción del Diario La Noche y es precisamente aquí donde publica su inmortal trabajo periodístico “El 24 de febrero y yo”. Esto motiva la visita de Rubén Martínez Villena quien quiso conocerla personalmente, lo que finalizó en una entrañable amistad entre Rubén y María, quienes se convertirían en compañeros de lucha años más tarde durante la revolución de los años 30.

Su libro de poemas Unanimismo se publica en 1927 gracias al aporte monetario de su amiga Sarah Méndez Capote.

La poetisa establece relaciones de amistad con destacadas personalidades como Laguado Jayme, Gaspar García Galló, Emilio Roig de Leuchsenring, Enrique José Varona y Fernando Ortiz. Por gestiones de estos tres últimos comienza a trabajar en la Biblioteca Nacional. Allí realizó una importante labor de catalogación de los fondos existentes que marcó pautas en el trabajo futuro de las bibliotecas en Cuba.

Instaurada la dictadura de Gerardo Machado, María es una de sus más fervientes opositoras. Participó en la distribución de proclamas contra el régimen, en manifestaciones y huelgas. A inicios de la década del 30 integra las filas del Primer Partido Comunista de Cuba. Adscrita al grupo Minorista formó parte también del grupo Gorki, primera filial Internacional de Escritores y Artistas Revolucionarios, siendo la única mujer en el mismo.

A la caída de Machado enfrenta la reacción del ABC, es cesanteada de su puesto de trabajo en la Biblioteca Nacional. Pasa a laborar en la Biblioteca Municipal de La Habana. En 1934 escribe su ensayo bibliográfico Vida y Muerte de Rosa Luxemburgo. Dos años más tarde imparte en el Lyceum de La Habana el Primer Curso de Iniciación Biblioteconómica ofrecido en Cuba, con el cual sienta las bases de la organización científica de bibliotecas.

En 1938 labora en calidad de bibliotecaria en la Escuela Nocturna Popular del Cerro. Cinco años después retorna a la Biblioteca Nacional. Al fundarse en 1934 la Escuela Profesional de Periodismo, se traslada al centro para dirigir su biblioteca. Imparte ese año un curso de Biblioteconomía.

En 1944 edita una Contribución a la Bibliografía de Rafael María de Labra y aparecen en los periódicos esporádicos artículos suyos sobre diversos temas. A solicitud de la F.E.U en 1946 pronuncia en el Aula Magna de la Universidad de la Habana su inolvidable conferencia “Evocación de Rubén Martínez Villena”.

En la década de los sesenta comenta varios libros en la Revista Política Internacional del MINREX, traduce el prólogo de la obra Ideología del Colonialismo de Nelson Wrnecn Sodré, publica notas críticas sobre textos del Congreso de los Estados Unidos acerca de la muerte de John F. Kennedy, entrega en el órgano de prensa El Mundo artículos sobre temas artísticos o políticos y labora como responsable de la Biblioteca de Relaciones Exteriores.

Se destaca en estos años en conferencias impartidas, una en el Capitolio Nacional el 7 de julio de 1960 sobre bibliotecología y la otra dictada el 3 de febrero de 1976 en la Sala del Centro de Documentación del Consejo Nacional de Cultura, titulada “El Doctor Emilio Roig de Leuchsenring como documentalista”.

María Villar Buceta falleció en La Habana el 29 de junio de 1977 dejando un poemario inédito titulado “Último tiempo”.

Poemas de María Villar Buceta

  • Sed de Vida
  • Unanimismo

Publicado en: Escritores y Poetas Etiquetado como: Emilio Roig de Leuchsenring, María del Carmen Villar Buceta, Revista Social

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Comentarios

  1. Osvaldo Manuel Alvarez Torres dice

    29/12/2022 a las 13:35

    Excelsa Poetisa a quien conocí siendo yo muy joven. Podría alguien remitirme su poema ESCLAVITUD??

    Responder

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