Octavo Salón de Bellas Artes de la Habana en 1923 por Gregorio Campos.
Por octava vez, con un entusiasmo digno de mejor suerte, y ante la más significativa carencia del apoyo oficial, se ofrece al público el “Salón de Bellas Artes”. ¿Éxito, fracaso? Fuera engañar a los expositores el afirmar que una exhibición en las condiciones y forma que se realiza la que nos ocupa, representa el triunfo de sus constantes esfuerzos y desvelos: no quiere tampoco decir lo anterior, que semejante empeño, sea contraproducente y negativo.
Si por desgracia el ambiente artístico desvaído y pobre, no secunda el afanoso laborar de los artistas cubanos, no son ellos los culpables de que tal suceda. En otras partes estos concursos que reflejan netamente el grado de cultura de un pueblo —y la medida de la cultura la da el Arte— cuentan siempre con el amparo oficial y la protección moral y material del Estado.
Ni un solo premio, ni algo que en cierto modo sirva de estímulo y aliento a quienes en forma más pura y sincera que otros muchos, construyen patria, sobre los ideales cimientos en que se asienta toda obra bella, ampara a los concurrentes a esta Exposición, con el verdadero carácter de nacional.
Ni siquiera tu vieron la suerte de que sus obras fueran colocadas en condiciones. Las pequeñas habitaciones de una casa, no creemos que sean las más adecuadas para colgar en sus muros cuadros, que, forzosamente tienen que contemplarse desde los peores puntos de vista.
Una Exposición, precisa de salones amplios, donde las obras puedan espaciarse convenientemente, sin acumulaciones, ni abigarramientos cromáticos tan perjudiciales a la técnica de las mismas.
A ser posible, —y esto ocurre en las más importantes exposiciones europeas— -debe emplearse siempre la luz natural, discreta y sabiamente tamizada con velarium, luz siempre cenital, sin estridencias ni brusquedades, claridad que no ofenda y que envuelva en un diáfano ambiente a los cuadros.
El pintor, generalmente, realiza su obra de día, y a esta luz, no a la grosera y cruda de las bombillas eléctricas, ha de contemplarse su producción; lo contrario es perjudicarla, haciendo que el color resulte duro y brutalmente agresivo.
El que el local sea reducido y falto de holgura, acarrea el peligro de no poder admitir más que lienzos pequeños, cohibiendo con ello la inspiración del artista y obligándole en cierto modo a la mezquindad de asuntos, que trae consigo la de procedimientos.
Hechas estas consideraciones, que nos sugiere el emplazamiento del VIII Salón de Bellas Artes, reseñaremos, sin ánimo de crítica y con imparcial juicio, cuanto en una somera impresión consideramos dentro de nuestro modesto criterio como digno de mérito y atención.
Acto de presencia, merecedor de todo encomio, lo ofrecen quienes ya encanecieron aquí en la profesión artística y son considerados como maestros. Para ellos, y en un caso como este del Salón de Bellas Artes de la Habana, el elogio ha de ser espontáneo.
Romañach con sus estudios —creemos que para un techo— no catalogados; Rodríguez Morey exponiendo un paisaje de juvenil factura; Armando Menocal, con una serie de retratos; Aurelio Melero, concurriendo en igual forma y Edelmann y Pintó con un paisaje, confirman su nombre, sirviendo de ejemplo a la juventud que ellos ya recorrieron.
De estos jóvenes a quienes espera brillante porvenir, citaremos varios nombres, cuya obra merece un detenido estudio, que el espacio disponible nos veda hacer en estas páginas.
Jorge Mañach, es uno de esos casos —no muy frecuentes— de completo artista. Si no conociéramos al escritor y al hombre, que tan admirablemente se funden en sus atinadas, irónicas y profundas “Glosas trashumantes”, del “Diario de la Marina”, bastaríanos el contemplar los cuadros que presenta en este “Salón”.
Con ser excelente su autorretrato, justo de técnica, severo de color, e irreprochable de estilo: amplio de pincelada a la manera moderna de un Ignacio Zuloaga, con la sugerente idealidad de los fondos, que son como el complemento espiritual de la imagen reproducida; no cautiva tanto nuestra atención como el señalado en el Catálogo con el número 53, titulado “Estudio”. Este lienzo es para nuestro juicio uno de los más interesantes y profundamente pintados del “Salón”.
La mano que supo ejecutar tal obra, obedece a una poderosa inteligencia artística. Tal vez sea ésta la manera más personal del pintor, que nos recuerda poderosamente a la de uno de los más grandes artistas españoles contemporáneos, a Gustavo Maeztu, admirado en Berlín y París, y no muy comprendido en España.
Mañach, es una realidad en el arte cubano: pintor y escritor con personalidad ya definida, igual que sucediera a Waldek Rousseau en Francia, y en España a Don Antonio Maura, y más señaladamente al incomparable Santiago Susiñol.
Enrique Caravia presenta un sólo cuadro, “Retocando Imágenes”. Públicamente hemos alentado, a este muchacho, cuya obra en anteriores exposiciones, mereció alabanzas sin restricción. Hoy, confirmamos aquellos juicios halagüeños, ante la rotundidad y perfección de su lienzo: en él existen detalles acabados de técnica.
Caravia domina el color: lo dice terminantemente el fondo de su obra, hecho a toda luz, sin temor a dificultades ni obstáculos; con una fé ciega en el éxito. Jóvenes como éste, merecen sin ningún género de dudas el apoyo oficial de una pensión. Domadores de voluntad, son de aquellos que sujetan el triunfo entre sus manos.
Una colección de apuntes; paisajes de realista factura y jugosidad de color, particularmente los señalados con los números 42 y 43, “Puente del Castillo del Príncipe” y “La Habana desde la Universidad”, muestran la perfecta visión artística de Wilfredo Lam Castillo.
Caso análogo ocurre con los presentados por la señora Amelia Peláez y del Casal, haciendo especial mención del titulado “Bajo el puente”.
Hipólito Canal Ripoll, figura con dos lienzos de paisaje, “Tierra arada”, que es de excelente técnica y justeza de color, y “Aguas tranquilas”, en que parece negar el pintor sus buenas disposiciones artísticas.
De antigua escuela, aunque moderno en los procedimientos, es un bello paisaje de G. Loredo, obra que no figura en eI Catálogo.
Santana, pensionado en España, expone un desnudo de sólida factura, lienzo que hemos conocido anteriormente sin el fondo que ahora presenta.
Argudín, otro pensionado en Madrid, ha enviado a este concurso dos cuadros, de ellos “Antonia la Castiza”, es el que más llama nuestra atención; el artista se ofrece en el mismo en posesión de una escuela sobria, y de una técnica precisa. Vence sin dificultad los obstáculos, y sólo en su color advertimos cierta dureza.
Su ejecución es fácil y la manera de empastar excelente. Por cierto que los confeccionadores del Catálogo se sintieron tan cubanos, que a este cuadro le dieron una “mensión” en el Concurso Nacional de Madrid de 1917. ¡Estos cajistas confunden con tanta facilidad la c con la s !
Sin catalogar figuran varios cuadros de Vega, uno de los más sólidos prestigios del arte cubano. A nuestro modesto entender, el de más mérito es el paisaje de “Arizona”. El desnudo, sobre ser falso de color y de técnica ruín, adolece de graves defectos de dibujo.
Adriano Baster, discípulo del gran pintor andaluz Mezquita, presenta dos lienzos concienzudamente pintados. “Calidades” el más personal, nos muestra al artista que posee el secreto de la técnica, y cuya paleta. es sobria y vigorosa de color. En el “Retrato de mi madre” se patentiza claramente la influencia del maestro; esta tela tal vez sea de todas las expuestas en el “Salón”, la de más soltura de color y mejor técnica pictórica.
Rafael Blanco, que es sin disputa una reputación artística ya elogiada sin distingos ni paréntesis en otras ocasiones, presenta once magníficas aguatintas. La mordacidad y la ironía, corren en ellos parejas con la personalidad de su trazo, y la solidez de su ejecución. Blanco es un dibujante que en los buenos tiempos de “Simplicísimus”, hubiera levantado ronchas con sus sátiras, entre los caballeros germanos de la tabla redonda.
De los escultores cubanos que concurren al “Salón”, citaremos con elogio a Benito Paredes. Sus yesos son expresivos, y algunos de ellos, como el retrato del joven periodista señor César Rodríguez, de gran parecido.
Cuatro compatriotas de quien escribe estas líneas, se honran concurriendo al VIII Salón de Bellas Artes de la Habana. Enrique Perdices, el Director de la revista “Civilización”, presenta varios dibujos a pluma, de factura acabada y muy moderno procedimiento. El puntillismo de Perdices, nos muestra una depuración artística de la que son bella ofrenda estos cartones, trabajados con paciencia de miniaturista.
Masit, un dibujante a quien conocíamos anteriormente de Madrid, sugestionado por lo que en arte cristalizó la literatura perversa de Lorraine, Claude Farrere y Achille Essebach, nos ofrece unos cuantos gouaches, llenos de luminosos preciosismos en ese estilo sin sexo definido, que califica el arte elegante y peligroso de José Zamora, Bujados, Juan Luis, León Astruc, Ricardo Juez y otros muchos exquisitos dibujantes españoles.
Rafael Sanchis Yago, de cuya labor excelentísima hemos hablado en estas columnas, concurre con seis bellísimos retratos de personas de la alta sociedad habanera. Fabiano, el dibujante francés, tendrá mucho que aprender en estas obras, acabadas y perfectas.
El clou de este “Salón” lo constituye Ramón Mateu. Las siete esculturas que presenta, son otras tantas obras de arte; difícilmente puede decirse cuál es la mejor. La ductilidad de sus dedos, el hacer de la materia lo que quiere, y el sujetar su obra a una perfecta unidad, son características de este escultor valenciano, que honra tan gallardamente el arte nacional.
Si se nos pusiera en la alternativa de elegir algo de lo por él expuesto, nosotros no dudaríamos ante “María Luisa”, el exquisito bronce que muestra el retrato de una de las hijas del gran pintor Pinazo.
Mas advertimos, que todo lo que ofrece al público habanero es de una insuperable belleza y perfección. “Beethoven“, “Mary”, “La Venus Valenciana”, “Niños», (el delicadísimo fragmento para una fuente) todo en fin, da la sensación serena y augusta de un arte fuerte, expresivo, tranquilo y lleno de sugestión. Pronto, y a los lectores de El Fígaro, prometo darles detallada cuenta, podremos admirar una obra maestra del genio de Mateu, una estupenda talla de madera sin policromar del Crucificado.
Reseñado queda a la ligera el VIII Salón de Bellas Artes de la Habana, en el que la admisión debiera haber sido más depurada, para evitar el bochorno de bastantes crímenes artísticos, y cuya psicología es de una completa falta de orientación en Arte.
Gregorio Campos, 1923.
Bibliografía y notas
- Campos, Gregorio. “VIII Salón de Bellas Artes de la Habana”. El Fígaro. Marzo 25, 1923, pp. 154, 155.
Deja una respuesta