Junto a vientos de otoño anduve las calles, casi desiertas y sin embargo, llenas de matronas que salen armadas de nasobucos. Una empuja un carrito de compras y se posiciona en una parada de autobús, otra ayudada por dos bastones de marcha se imprime un rítmico movimiento volando sobre las caídas hojas y la tercera pelirroja veloz pasa corriendo perseguida por las calorías.
Hay que pagar por parquear y respirar el aire puro de este Monte Real. Contra todo pronóstico la multitud marcha porque aquí se valoran caminantes y naturaleza. Los árboles han perdido casi todo su follaje y las hojas disimulan el suelo con tonos de mostazas y pintalabios.
El chalet que corona la montaña tiene un gigantesco jardín de formas cementadas, la inmensa plataforma comanda el panorama y las flechas de cobre en sus parapetos indican las montañas en la distancia. Nada queda a la ventura, todo ha sido pensado, desde la inocente barrera que protege al descuidado caminante hasta el cartelón de la zona de peligro.
Enfilo por las escaleras de madera que descienden las faldas del monte. Los que bajan se deslizan en éxtasis y los que suben aspiran el aire buscando la presa que huye. Allí debajo se encuentra el monumento casi desconocido de Simón McTavish, el león dieciochesco que hacía temblar los comerciantes.
Allí, en un rincón olvidado queda una estela de piedra que recuerda su memoria y marca el lugar donde gustaba meditar. Antes estaba el demolido monumento funerario del que se dice era de los más antiguos de la ciudad. El sencillo homenaje recuerda la invencibilidad del tiempo.
A su lado Ravenscrag, parte del sitio patrimonial del Monte Real y de la milla dorada donde vivían los más pudientes y los Sires. El “nido de cuervos“ con su atalaya, sus blasones, su caballeriza, su casa de empleados, su verja monumental, devenido hospital desde mil novecientos cuarenta al ser donado por Hugo Andrés Montagu.
De la cabeza de demonio que corona uno de los muebles de la biblioteca pocos saben, hoy si podemos hablar de ello, es treinta y uno de octubre, la noche de las reliquias en la que se tallan calabazas y, los niños disfrazados salen al anochecer a la calle para ir preguntando por las casas marcadas con los símbolos de la pagana fiesta ¿La bolsa o la vida? Y cobran en chocolates y golosinas.
Hoy es diferente. El locutor de radio pregunta a sus oyentes a qué hora las sombras de la luna abren sus puertas, los niños están desorientados y los caramelos contentos.
Frente a la casona que domina la cima, sin palabras un cuervo vino a despedirse antes de que partiera del Monte Real. Graznó y miró a través de su ojo marrón oscuro, dicen que puede imitar la voz humana.
Todo lo contado aquí no es ficción… es la serena convicción de que pese a todo lo que pudiera afectarnos o aunque la vida parezca anodina el secreto está en los detalles. Es poder ser capaz de ver más allá de lo insignificante y comprender que la capacidad de soñar solo tiene un dueño ¡Nosotros! Ese poder, pese a todo, debemos mantenerlo intacto.
A. Martínez, Oct. 31, 2020
Bibliografía y Notas
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