Una entrevista con el general Calixto García por el corresponsal de “Le Temps” de París. Fui el último periodista á quien el ilustre general Calixto García concedió una entrevista en esta tierra de Cuba, que tanto debe á su valor y su genio político.
Era el 16 de Noviembre (1898) último, la antevíspera de su partida para los Estados Unidos: acompañado de un distinguido jefe del ejército cubano, el brigadier Rafael Montalvo, me dirigí al campamento de la playa de Marianao.
Cuando descendíamos del tren, el general Calixto García llegaba, rodeado de un grupo numeroso de oficiales, para tomar aquel mismo tren que regresaba á la Habana. Apresúreme a subir en el mismo coche en que entró, y presto fuile presentado por el antedicho brigadier Montalvo.
Dispensome la más cortés acogida , levantándose, y al extenderme afectuosamente la mano, me invitó á que me colocase frente á su asiento. Al saludarle en mi calidad de francés y de corresponsal del periódico Le Temps, el general me dijo con militar franqueza:
El diario Le Temps es uno de los pocos periódicos franceses que se han mostrado imparciales y justos tocante á la causa cubana, y estoy por eso encantado al encontrarme con su representante y decirle al mismo tiempo que estoy penosamente afectado por la actitud de otros órganos de la prensa francesa, tanto mientras la insurrección combatía como durante la guerra hispano-americana.
Los franceses han faltado á su gloriosa tradición. ¿Por qué la nación que tanto contribuyó á la independencia americana no nos ha tendido la mano para conquistar la nuestra? Seguramente no puedo reprocharle que no nos haya enviado un ejército, pero esperaba poder contar con su simpatía, ó al menos con su benévola neutralidad.
—Todo esto dicho en el más correcto francés y casi sin acento.
—Permitidme, general, que os explique por qué la prensa francesa se ha visto conducida á tomar contra la insurrección cubana la actitud que usted le reprocha: ha sido engañada y se ha engañado. Ha sido engañada por los informes que le llegaban de origen español, y se ha engañado por considerar sospechosa cualquier otra fuente de noticias.
—¿ Y por qué tanta credulidad para las mentiras oficiales y tanta desconfianza por la verdad que le gritaban los oprimidos?
—La razón es bien sencilla: esa verdad le llegaba por medio de los periódicos americanos, órganos sospechosos de una nación á la cual se atribuía que fomentaba la insurrección en beneficio propio, la sostenía con su dinero y no retrocedía ante ningún procedimiento que le permitiera apoderarse de la Isla de Cuba.
Lo que parecía más odioso á la prensa francesa era la narración, evidentemente mentirosa en su opinión, de los horrores cometidos por los españoles: se negaba á creer que en la aurora del siglo XX una nación cristiana haya podido producir a un émulo de Gengis-Kan, á un Weyler.
¡Ah! Todas las madres españolas se habrían sublevado indignadas si hubieran sabido que sus nobles hijos eran empleados en tan infame tarea. ¡Eso no era posible! Los despachos cubanos, los diarios americanos mentían; preciso era fiarse en la veracidad del honor español.
Partiendo de ahí y comprendiendo vagamente que había algo que cambiar en Cuba, tragó el anzuelo de la autonomía, que, según ella, practicada con amplitud y lealtad, debía, como resulta en el Canadá, asegurar la felicidad de la colonia.
Encontró injusto que los Estados Unidos impidieran el ensayo de autonomía inaugurado por España, y la irritación fué muy viva en Francia cuando se vió á los Estados Unidos intimarle á España la orden de abandonar su soberanía en la Isla de Cuba.
Los franceses juzgaron de muy buena fé, de acuerdo con el error en que se les tenía, que la autonomía más justa para España era más ventajosa para ustedes, y no comprendían por qué los patriotas cubanos no querían oír hablar sino de absoluta independencia. Esto equivale á una diferencia de opinión entre franceses y cubanos, pero de ningún modo significa hostilidad de los primeros contra los segundos.
El general García tuvo la amabilidad de decirme que era la primera vez que el asunto se le había presentado bajo ese aspecto, y que mi explicación le era, muy grata, porque amaba mucho á los franceses y había sufrido mucho ante la idea de tener en contra á verdaderos amigos.
Yo he estado — agregó — casi todos los años en París durante mi larga residencia en España, y allí veía con frecuencia á Rochefort y Lockroy, el actual ministro de Marina; estuve en la Exposición de 1878 y abrigo la fundada esperanza de ver la de 1900.
—En cuanto á eso,—le dije —me permitiréis, general, que lo dude.
—¿Y por qué? ¡Espero vivir hasta entonces!
—Viviréis mucho más , general, si el deseo de todos los patriotas cubanos se colmara; pero no seréis quizás
libre.
—¡No libre! ¡Yo siempre lo he sido!
—Pero , general, usted no ha sido nunca presidente de la República.
—¡Ah!— me respondió riendo. Veo, querido señor, que usted abriga propósitos respecto de mí.
Entonces me estrechó la mano, dándome cita para la Exposición de 1900. En aquel momento entreveía el obstáculo de la magistratura suprema que debía ser la recompensa de una vida heroica, y no había pensado en el obstáculo de la muerte.
¿Cómo el pensamiento de la muerte me hubiera asaltado en presencia de ese viejo patriota que rebosaba vida y salud, de mirada enérgica y de aire tan marcial?
Lo veía de buen humor, afable, expansivo, de ternura fraternal con todos los oficiales que le rodeaban; y cuando algunos días después la noticia de su muerte vino á producirme honda pena, comprendí que el corazón que había cesado de latir encerraba tesoros de bondad, que una gran inteligencia acababa de extinguirse y que la patria cubana había experimentado una pérdida irreparable.
J. E. JOHANET.
Corresponsal de “Le Temps” de París.
Bibliografía y notas
- Johanet, J. E. “Una entrevista con el general Calixto García”. Revista El Fígaro. Año XV, núm. 5, 6, 7 y 8, febrero 1899, pp. 22-24.
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