La boda de María Radelat Navarro y su esposo Enrique Fontanills en 1912 por Rene de Rohan. Un motivo feliz pone hoy en mis manos la pluma, por largo tiempo abandonada, del cronista de salones.
Enrique Fontanills, el compañero querido de todos en LETRAS, el príncipe y maestro de la Crónica Social, ha enlazado su vida, noble y generosa, en la noche del 31 de diciembre último, frente á los altares, á la de la bella y encantadora señorita María Radelat Navarro, flor y orgullo de la próspera y rica villa que el Undoso baña sus cristalinas aguas.
Y es tan venturosa causa la que me impone la difícil aunque esta vez amable misión de reemplazarle —nunca sustituirle— la presente semana en la amena charla que de domingo á domingo entabla el brillante narrador con habituales lectores de esta Revista, para con su pluma galana é informada comunicarles los acontecimientos notables de la vida social habanera.
Para disipar todo temor, es justo que anticipe la seguridad, antes de detenerme en la descripción de la lucida ceremonia, de que el próximo número ya volverá Enrique Fontanills á reanudar sus labores semanales de croniqueur en LETRAS. Los lectores en primer término, y luego él, siempre amable, me perdonen las deficiencias de la sustitución.
¿Por dónde empezar?
Apelaré al capítulo de bodas: es el tema risueño y siempre palpitante de la vida social.
El martes pasado, último día del año 1912, se celebró, en la intimidad, á las nueve y media de la noche, ante los altares del Sagrario de la Catedral, la boda de la angelical señorita María Radelat y Navarro con el intachable caballero, distinguido periodista y amigo universal, Enrique Fontanills, redactor del “Diario de la Marina” y fundador de la Crónica de esta Revista.
Los acordes de la marcha de esponsales anunciaron la entrada de los felices desposados y del templo.
¡Novia encantadora y distinguida!
Luciendo su albo traje atravesó María las naves del santuario, radiante de felicidad y de hermosura, como la misma luz que la envolvía.
El trousseau, primoroso, era de raso bordado en perlas y adornado con encajes de Chantilly. La larga cola de un de un traje virginal y el delicado velo que, como finísima gasa, cubría su rostro, contribuían á realzar los encantos múltiples de su natural belleza. En sus manos puras como caléndulas, recién abiertas, manos ducales, hacía el raro milagro de su color y su perfume un precioso bouquet.
Ofició en el acto el Rvdo. P. Jesús Flores. Allí, ante el representante de la iglesia católica, ante Dios y los hombres, formularon el juramento de imperecedero amor y eterno vínculo, María y Enrique.
Apadrinada fué la boda por la distinguida señora Juana Navarro, viuda de Radelat, madre de María, y el señor Nicolás Rivero, director del “Diario de la Marina”.
Dieron fe testimonial del acto, por ella los distinguidos caballeros señores Juan F. Argüelles, Edelberto Farrés, Eloy Martínez, Félix Iznaga y Rafael María Angulo; por él los no menos distinguidos caballeros, miembros prestigiosos de la aristocrática sociedad “Unión Club”, señores Ernesto A. Longa, Jesús M. Barraqué, Eduardo Dolz, Fermín Goicoechea y Miguel Morales Calvo.
Terminada la ceremonia partieron los venturosos novios en automóvil hacia el ingenio “Asunción”, del señor Juan Pedro Baró, situado en las cercanías del Mariel, en cuya finca pasarán los primeros días de su luna de miel.
Los regalos recibidos por la estimadísima pareja, de sus innumerables amigos, son muchos y valiosísimos.
A su retorno del ingenio “Asunción”, ocuparán los nuevos esposos el confortable y lujoso appartment que tienen preparado en el hotel “El Louvre”, residencia, desde hace mucho tiempo, del señor Fontanills.
Desea el cronista improvisado expresar sus mejores afectos y sus más fervientes deseos de venturanza á los nuevos esposos.
El que hace años reseña en nuestra capital ese perenne movimiento de las conveniencias y costumbres sociales, ha sido en estos días el objeto casi exclusivo de las crónicas de la prensa toda.
Sólo que en la recíproca no ha llevado ventaja el celebrado y querido maestro, porque las plumas más galanas no podrían imitarle.
En cambio acepte los votos sinceros de una dicha sin término que le hace la amistad y el compañerismo de la casa de LETRAS, que es la suya propia.
Bibliografía y notas
- De Rohan, Rene. “Crónica”. Letras. Año IX, núm. 1, enero 1913, pp. 10-11.
- Enrique Fontanills en Siluetas del Camino por Zamacois.
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