Juan Arnao y el Encuentro del Yumurí. El efecto del golpe dado en Cárdenas por Narciso López, exaltó el entusiasmo en los primeros momentos, causando la retirada profundo desencanto.
Hemos dicho antes que la frialdad de la población había sido el efecto de la sorpresa, pues nadie esperaba semejante golpe, sin previo aviso. Cuando el año 1848 pasó López por Matanzas con rumbo a los Estados Unidos, había dejado allí como agente general al ingeniero Carrerá. Era este hombre apto, resuelto y de valor; no había, perdido el tiempo, y los revolucionarios de 1822 estaban dispuestos a ayudar.
El esfuerzo de López fue extraordinario, pues obra grande es preparar una expedición de 600 hombres, con sus armas y equipos, de tal magnitud es el empeño, que durante nuestras últimas guerras de independencia nunca hemos podido organizar otra de igual fuerza.
Con la noticia adversa coincidió otra que vino a agravar el mal: la muerte de Carrerá.
Era este el agente mas enérgico, activo y agitador, era el centro de las comunicaciones con las personas mas notables del núcleo revolucionario; creyendo descubierto el hilo de la conspiración, midió los compromisos de su situación y no quiso ser preso.
Entre sus amigos que lamentaban su muerte, se dijo que se había envenenado, aunque no hubo prueba alguna que confirmara la sospecha.
El desembarco en Cárdenas del General López, había causado sorpresa y entusiasmo con la noticia del éxito; desencanto y pánico cuando se supo su retirada; que a los hombres el éxito les da valor, así como la derrota los desalienta.
En Cuba en aquella época había muchos que querían aparecer como revolucionarios, pero sin comprometerse, para no provocar las iras del Gobierno; ellos preferían la infamia, la esclavitud, con tal de que los dejaran vivir tranquilos; siendo bajos y cobardes, querían cubrir las apariencias para que se les creyera dignos y patriotas.
Estos se asustaron al conocer la osadía de López, pero al saber su retirada se ensañaron, diciendo que lo hecho era un engaño y que eso demostraba que no había esperanza para los que soñaban con la libertad, y que solo buscaban lanzar al pueblo a un sacrificio inútil. En realidad existía el deseo de lanzar a los españoles del país; pero eran pocos los que estaban dispuestos a correr el peligro. Tenían miedo y no querían confesarlo. Para estos la retirada de López era una bendición.
En cambio, había una masa de pueblo resuelta a todo, para quien López era un ídolo, e insoportable sufrir la arrogancia y descaro de los engreídos españoles.
Se conocían los trabajos llevados a cabo por Carrerá, y se decía que había cuatro mil cubanos con alguna organización y con sus jefes nombrados, que estaban dispuestos a incorporarse a López tan pronto como este desembarcara.
El trabajo de los españolizados hacía poco efecto en esa masa de gente dispuesta, que acogía siempre los rumores que corrían de las próximas tropelías que iba a ejecutar el Gobierno y sus prosélitos.
Los que laboraban por la revolución hacían el trabajo contrario, comprendiendo que no debía dejarse decaer el espíritu público; circulaban la noticia del próximo desembarco de López, para tener los ánimos en tensión.
En Matanzas, desde la supresión de la Sociedad Filarmónica se habían prohibido las diversiones y bailes, pero se toleraban en los arrabales y suburbios los guateques al son del órgano, la flauta, el violín y la guitarra, para los cuales nunca faltaba gente alegre y dispuestas. En una de esas calles se celebraba un bautizo entre música y alegría, había risas y cantos, los copleros populares siempre han tratado de halagar el sentimiento del pueblo, entre los cuales viven, así es que los que estaban en el bautizo decían a menudo un cantar en aquella época en boga:
“No te apures, china, que ellos volverán, Y con esa harina comeremos pan.”
A la puerta de la casa inmediata y ocupando la calle se aglomeraba una masa de pueblo, que venia a oír un hombre que, subido sobre una mesa, lo arengaba, pintando con negros colores los siniestros planes que, según decía, pensaban desarrollar los sicarios del Gobierno; produciendo con esto extraña excitación entre su auditorio:
Rompiendo por entre el gentío que obstruía la calle, se encuadró en la puerta una mujer joven, gallarda, bien formada, de ojos grandes y negros, presentando su cara un conjunto bello, atrayente y seductor, con voz vibrante interrumpe al orador y con desenvoltura y facilidad se dirige al auditorio en esta forma:
“Pues si es verdad que esta noche van a prender muchos cubanos y a violar las doncellas, como dice este hombre que esta hablando, y a matar gente como en el matadero y los hombres lo consienten, que nos den los calzones y se pongan las sayas.”
Una voz ronca y fuerte salió del tumulto:
“No deshonres tu casta, Marina, que antes nos tienen que hacer picadillo.”
El interruptor era un hombre alto y fornido, mayoral de ingenios, que por su potente voz le llamaban Tormenta; su nombre era Juan Manuel Alfonso; la mujer, Marina Manresa.
Las palabras de Marina levantaron el espíritu de sus oyentes, produciéndose un ligero tumulto, que atrajo al celador. Era este un cubano, quien para apaciguar los ánimos les dijo:
“Señores, les suplico que no me comprometan. Ustedes no saben lo que pasa.”
“Ni tú lo que nosotros sabemos”
Le contestó Antonio Madruga:
“El patrón de la goleta Ramón Pérez, que vino de Baracoa, dice que vió al vapor Criollo, del general López, en Punta Lucrecia, con que cría vergüenza y bota las borlas del cochino gobierno.”
¡López en tierra! se gritó entre el pueblo, que repetía con entusiasmo la noticia. ¡Contra candela! gritó la voz del mayoral. “Vamos a levantar la gente y a coger los soldados que están durmiendo en el cuartel”. El público fue dejando desierto el lugar; el celador se escurrió con rapidez a dar aviso al gobernador, que con la novedad, suspendió las órdenes de prisión por aquella noche.
En esos momentos llegaban a la reunión tres hombres: Miguel de Lara Acosta, Francisco Monzon y un francés amolador de tijeras llamado Andrehs. Cada uno de ellos traía una carabina.
“Miren la muestra -dijo Lara- de las cien que he comprado y que deben ponerme esta noche en la margen del río Yumurí.”
Lara había sido comisionado para comprar el armamento y elegido como jefe. Dirigiéndose al que había estado exhortando al pueblo, le dijo:
“He venido a hacerle saber a usted que aunque me han elegido para dar el grito esta noche, como yo no soy militar, lo pongo a usted en mi lugar.”
Las especies vertidas habían alejado por completo al público. Solos ya los conspiradores, el nuevo jefe trazó el plan y dio las órdenes.
Lara Acosta salió inmediatamente a citar los cien hombres que en grupos de a cuatro debían acercarse al punto designado para estar listos al toque de ánimas de las campanas de la Iglesia de la ciudad, para partir a armarse y atacar inmediatamente la casa del gobernador.
El jefe pasaría a entrevistarse con los principales comprometidos en el movimiento combinado para esperar la expedición.
El capitán retirado Pedro Acevedo, que podía disponer de mil hombres y estaba nombrado jefe de la vanguardia, consultado sobre la idea de adelantar la revolución para evitar las prisiones que pretendía realizar el gobierno, opinó que no, y en último caso esperaría oculto en el campo la llegada de la expedición. Se aferró a su consigna. Los demás hicieron lo mismo.
Al toque de ánimas, patrullas del gobierno cubrían las boca-calles. Los cuatro comprometidos estaban en el lugar convenido, esperando la llegada de sus compañeros.
Era Marina Manresa la prometida de Lara Acosta, y cuando este estaba dando los avisos a los grupos, lo había seguido paso a paso.
Los cuatro hombres que esperaban en el punto de cita, sintieron entre las sombras de la noche dos bultos que se les acercaban, y les dieron el “¡Quién vive!” “Cuba”, contestaron los recién llegados, Eran Marina y Juan Manuel Alfonso, que la acompañaba. “He oído decir al sereno -dijo Marina a Lara- que esta noche iba a correr sangre en el río, y vengo a morir contigo; no me prives de tan dulce muerte.”
No le dieron crédito y la obligaron a marchar acompañada de Alfonso; cuando estos se hubieron retirado, partieron ellos para el sitio indicado; el camino estaba en bajada, teniendo de un lado el río Yumurí y por el otro un paredón de arcilla inaccesible.
Los patriotas entraron silenciosos y resueltos en aquel callejón, y cuando casi llegaban al bote, sonó una descarga de fusilería.
Los cubanos, sorprendidos, se decidieron a luchar dando vivas y gritos que atrajeran al lugar a los comprometidos.
La tropa, para evitar los gritos, se lanzó sobre el pequeño grupo, luchando cuerpo a, cuerpo, puñal en mano; aquella lucha en la oscuridad produjo una verdadera confusión, en la que se herían sin concierto.
Lara, que era muy fuerte, logró romper la fila de soldados y llegó a la ciudad; Monzon y el francés fueron hechos prisioneros.
El jefe se había sostenido en el lugar; pronto llegaron los serenos con los faroles trayendo camillas para retirar los muertos y heridos; el jefe fue divisado y de nuevo empezó el combate, hasta que cruzado el cuerpo por las balas y rotas tres costillas, lo abandonaron en el campo, juzgándolo cadáver.
Marina y Alfonso habían fingido retirarse, quedando en una altura inmediata al lugar. “Si no vienen los llamados, el honor me manda cumplir con mi deber” – dijo Alfonso al sentir los tiros; a lo que contestó ella: “Yo cumpliré lo que he jurado a mi patria y a mi amante.“¡Los dos cayeron en aquella noche aciaga, víctimas sublimes del deber!
El jefe abandonado como muerto, vuelve en sí, se incorpora. Estaba solo, no ve más camino de salvación que el río, a pesar de su estado lo vadea, pide hospitalidad en una quinta vecina, donde lo acoge el encargado, un isleño, que lo delata al día siguiente, y es hecho prisionero.
El jefe era el patriota Juan Arnao Alfonso. Nacido en Limonar, Matanzas, el 17 de septiembre de 1812.
Son encausados y condenados a muerte. Roncali, al irse, les conmuta la pena por presidio en España. Concha, al llegar, les pone en libertad.
A esto fue lo que se llamó el “Encuentro del Yumurí” en la noche del 8 de octubre de 1850, los cubanos, luchando en combate desigual, derramaron sangre española y vertieron la suya por la causa de la libertad y la independencia.
Bibliografía y notas
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