El baño de la americana una leyenda de la Cueva de Bellamar. En los primeros años de su descubrimiento, la Cueva de Bellamar tuvo muchos cronistas que la dieron a conocer en América y Europa. Uno de ellos fue Samuel Hazard, quien escribió:
Quien no ha visto la Cueva de Bellamar, no ha visto a Cuba. – Samuel Hazard
– Samuel Hazard
Los primeros científicos que la vieron la llamaron “la octava maravilla del mundo”.
Cuando el visitante llega a ese lugar, la impresión que recibe es la de haber incurrido en un acto de intrusión; se siente cohibido al pensar que, en cualquier instante, pueda aparecer alguien de los que por siempre han morado allí.
En otro momento, uno puede creer que se encuentra en la nave de una inmensa catedral; en otros, en la garganta del diablo; en otros, se escuchan agudos silbidos que parecen ser emitidos por seres ocultos detrás de una estalagmita, y en ocasiones puede escucharse una música de esas que apaciguan el espíritu.
Con el tiempo, los que acudían de diversos lugares, dieron nombre a las figuras formadas por las estalactitas y estalagmitas a lo largo de la infinita noche de lo eterno. Así, cada quien, de acuerdo a su gusto o su cultura, vio allí un templo gótico, la cabeza de un cerdo, un pavo en adobo, el manto de Cristóbal Colón, y así fueron surgiendo los nombres fantásticos de las figuras que adornan ese extraordinario lugar, esculpidas por el agua y el tiempo.
También hay nombres supuestamente reales como es el rellano de Santos Parga, donde se dice que él (su descubridor) solía tomar descanso al regreso de las exploraciones por la extensa gruta, en pos de descubrir nuevas galerías.
De los más de sesenta y cinco lugares de la cueva, bautizados con disímiles nombres tales como El lago de las dalias, La lámpara de Aladino, El infierno, La virgen del Carmen, hay uno que tiene dos nombres, el que le pusieron al principio, La fuente misteriosa, y otro que le adjudicaron después, El baño de la americana, debido a la misteriosa desaparición de una turista en ese lugar.
Ocurrió a principios de este siglo. Todavía por entonces, para bajar y andar por la cueva se utilizaban medios rudimentarios no exentos de peligro.
Como se había acordado la noche anterior, a las seis y treinta de la mañana, el grupo de turistas norteamericanos esperaba en el vestíbulo del hotel, listo para partir hacia la cueva.
A todos se les notaba la curiosidad y la ansiedad por llegar al lugar. Entre ellos había una joven alta rubia y bella, que era periodista y hacía preguntas al guía por medio del intérprete. A la muchacha se le veía inquieta, observando, tomando notas, haciendo indagaciones.
Ataviados con ropa y calzado adecuados para la ocasión pues el lodo cubría el piso de la espelunca debido al tiempo que estuvo cerrada al público durante la Guerra de Independencia, los turistas bajaron a la cueva. Al frente de la expedición iba el guía acompañado del intérprete.
Desde el primer momento, la reportera de cabello de oro resultó motivo de preocupación para el guía, pues se quedaba rezagada, ansiosa de investigar más de lo que permitían las condiciones existentes por entonces en ese lugar y el tiempo de que disponían.
Había transcurrido una hora de recorrido por la cueva, y los turistas, especialistas y amantes de la naturaleza, no mostraban trazas de cansancio en sus rostros, pero el guía les dijo: -Señores, vamos a hacer un receso de quince minutos; no deben alejarse porque existen galerías colaterales que aún no han sido exploradas, y adentrarse en ellas sería peligroso.
La partida se fraccionó en pequeños grupos según sus intereses: unos buscaron donde sentarse, otros recogían guijarros o cualquier cosa que pudiera serviles de recuerdo, algunos dibujaban alumbrándose con linternas. Solo la periodista rubia se movía impaciente de un lugar para otro, tomando nota de cuanto veía.
El recorrido por la cueva iba a reanudarse. Cuando se disponían a hacerlo, el guía preguntó si estaban todos. Entonces notaron la ausencia de la muchacha. Los más experimentados exploradores y guías de la espelunca buscaron aquel día a la joven hasta el anochecer. El rastreo continuó por varios días, pero sin éxito.
Por el criterio de varios turistas se conoció que había sido vista por última vez en el sitio conocido como La fuente milagrosa, lugar al que a partir de entonces se le denomina también El baño de la americana. ¿Qué misterio envolvió a la bella muchacha? Nada se sabe.
Sin embargo, ella está allí. Recostada a una estalactita, con su hermoso cabello rubio cayéndole sobre los hombros y una sonrisa de resignación adornando su rostro, observando a los que pasan cerca de ella, a quienes coqueta, les guiña un ojo para después desaparecer etérea y frágil entre las húmedas paredes del cavernario lugar.
Por: Leovigildo Rodríguez Hernández
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