
Café Restaurante El Carmelo del barrio de la Víbora en Los Cafés de Barrio y los Barrios. Cosas que cambian por Andrés Soler. El espíritu observador cada día echará de menos una porción de cosas típicas que desaparecen empujadas por el arrollador adelanto urbano de la Habana; ese adelanto cuya obra reformadora debe llenarnos de satisfacción por que embellece cuanto arrolla.
No hace machos años, escasamente diez o doce, el “café de barrio” era algo típico: y lo era más en los suburbios.
Ahora apenas existe. Y es que el “barrio”, y precisamente en los que antes eran suburbios, al desaparecer éstos ha adquirido un aspecto distinguido, moderno, amplio y como consecuencia natural, los establecimientos en ellos instalados han tenido que modernizarse también.
Tal ocurre, por ejemplo, en la Víbora.
¿Quién no recuerda aquella gran extensión de terreno que la loma del Mazo parecía atalayar, inculto, sin casas ni calles apenas, con chozas desparramadas aquí y allá sin orden ni concierto, con fincas extensas, potreros etc…?
¿Quién en aquellos lugares podía soñar en tomar un refresco, o una taza de café, en un establecimiento limpio, dotado de buen servicio al estilo de los del centro de la capital?
¿Quién no recuerda, en la estación, o paradero de los tranvías de la Víbora, aquel aspecto pueblerino del conjunto; las guaguas que llevaban pasajeros carretera arriba, hasta Batabanó, los puestos ambulantes de “frita”, y tal cual establecimiento bautizado pomposamente con el nombre de “Café Restaurant” y en donde no era posible decir si la bebida sabía peor que la comida?
Poco a poco, desde la atalaya de la Loma del Mazo, púdose apreciar el progreso de un barrio importante. Desaparecieron bohíos y chozas; fabricáronse bonitas y sólidas casas; trazáronse amplias avenidas y parques; surgió, en fin, una población nueva, bella, sana, colmada de comodidades.
Y al unísono desaparecieron los tenduchos que se llamaban “bodega” o “café” o “restaurant”, y surgieron establecimientos limpios, elegantes, propios del nuevo barrio y de los moradores de éste.
Y allí, donde antes apenas obscurecía la vida era una parodia, o un fiel reflejo de la muerte dado el silencio y soledad, reinantes, se hizo el bullicio y la animación.
Levantáronse locales para espectáculos públicos, llenáronse cafés y restaurantes. La vida, la vida de la ciudad repercutió intensa en aquellos contornos.
Un hombre emprendedor, un comerciante que tiene algo y tal vez mucho de artista, pues sabe escoger el sitio en donde establecer su negocio, y sabe hacerlo bello y agradable; Constantino Dopazo, que en El Carmelo de el Vedado ha dado pruebas de lo artista que es, un buen día estuvo en la Víbora.

Y vió aquello vió la vida intensa que allí hay: vió un sitio pintoresco, y vió enseguida que en dicho sitio otro establecimiento de café y restaurante tenía gran porvenir y ni corto ni perezoso, puso manos a la obra y en compañía con Bouza, fundándose la sociedad “Dopazo y Bouza” en la esquina de Patrocinio y Calzada hizo surgir “El Carmelo” de la Víbora el cual pronto será tan popular como el del Vedado, y tendrá una gran condición para los parroquianos que un día dirán, por ejemplo:
—Hoy sentimos necesidad de comer arrullados! por el rumor de las olas y azotados dulcemente por las brisas del mar… E irán a “El Carmelo” del Vedado. Y otro día sentirán deseos de comer, respirando aires de tierra, puros también y si dudarlo se dirigirán a “El Carmelo” de la Víbora.
Y ¿quién sabe, pronto, entre cuántos Carmelos podremos escoger? Si todos reúnen las condiciones de los existentes, bien vamos. Porque en el de la Víbora, por ejemplo, que es el que hoy llamó nuestra atención, no falta nada. Buen servicio, buena cocina, reflejo de la otra, la del Vedado, y una galería fresca, cómoda desde la que se contempla el movimiento vertiginoso de tranvías, autos, guaguas automóviles que allí existe.
Nada queda que de idea del rancio “café de barrio” que antes era el establecimiento chic en aquellos contornos.
Ahora todo es moderno, elegante, cómodo, iluminado profusamente: el progreso ha hecho el milagro, y ha hecho el de que exista “El Carmelo” para contento de buenos paladares y de espíritus a los que la contemplación de la naturaleza en plena y moderna transformación les satisfará.
De noche, especialmente, el aspecto fantástico de “El Carmelo”, profusamente iluminado, es una tentadora invitación al descanso, y a los placeres de la gastronomía.
Andrés Soler.
Bibliografía y notas
- Soler, Andrés. “Los Cafés de Barrio y los Barrios. Cosas que cambian”. Diario de la Marina. Año LXXXVII, núm. 213, 24 de septiembre 1919, p. 8
- El Carmelo en el Vedado
- Personalidades y negocios de la Habana
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