El 22 de noviembre de 1915, en plena posesión de sus facultades mentales, falleció a los 86 años de edad[1] en su ciudad natal el ilustre escritor Emilio Blanchet Biton, uno de los que más generaciones literarias llegó a alcanzar, en las cuales figuró siempre joven.
En Matanzas realizó los primeros y únicos estudios y pudo alcanzar el colegio La Empresa fundado en 1840, terminando los de enseñanza secundaria en la Clase de Filosofía establecida en esta ciudad desde 1838 por el Pbro. Dr. Manuel Francisco García[2] y no pudiendo después seguir una carrera oficial eligió por inclinación la de las letras.
En 1844 aparecen sus primeras composiciones poéticas en el diario local La Aurora y para empezar a crearse una posición independiente y no ser gravoso a sus padres, nos contaba, tomó parte en la redacción de dicho periódico donde ganó la primera onza de oro. Dedicado luego a la enseñanza se abrió paso en el colegio La Empresa, llegando a ser uno de los primeros profesores, confiándole el director las clases de letras correspondientes a los estudios superiores. Su amistad con D. Antonio Guitéras fué inalterable y cuando años después publicó este su traducción de La Eneída, consultó la opinión de su compañero.
Las tareas del magisterio y la afición a los viajes fueron sus dos ocupaciones favoritas. Ya en el profesorado de La Empresa compartió la labor con el primer Instituto de segunda enseñanza que tuvo Matanzas, donde desempeñó la cátedra de lengua francesa desde 1864 a 1869. Después, en Barcelona, de 1870 a 1899, se dedicó a dar clases particulares y vuelto a Matanzas, obtuvo en 1900, la cátedra de Geografía e Historia en el segundo Instituto de esta ciudad, la cual ocupó hasta su muerte.
El primer viaje lo emprendió a Europa en 1854[3], con objeto de atender a la curación de la vista que conservó debilitada toda su vida. Después de la operación a que fué sometido en París por el Dr. Sichel y visitar otros lugares de Francia, pasó a Italia recorriendo sus principales ciudades y los más notables monumentos, describiendo, a su vuelta a Cuba, parte de aquellas impresiones en la Revista de la Habana de Mendive y García.
Establecido en Barcelona, como hemos dicho, desde allí tuvo oportunidad para conocer el resto de Europa y por último, de regreso a Matanzas, algunas vacaciones de verano dedicó a recorrer los Estados Unidos y México[4].
Tenía este viajero sed insaciable de aprender[5]. Su gusto por la historia acaso se le formó por esta afición, llevándole a estudiar las obras de la naturaleza y del arte. La Gruta Azul le produjo una impresión tan viva como imperecedera, el Parque de Yellowstone, que fué expresamente a visitar, le causó una profunda admiración y anhelaba realizar una nueva excursión para conocer el Lago Champlain. Sus lecciones de Geografía en gran parte las explicaba inspiradas por los recuerdos, pues poco le satisfacían los textos de esta ciencia.
La contemplación de las maravillas del Universo le deleitaban extraordinariamente y por ellas se elevó a las más altas ideas de la filosofía que concebir pudo su intelecto, reducidas a un puro deismo, base de sus creencias religiosas[6].
Secuela de las dos grandes aficiones de su vida fue el aprendizaje de los idiomas que llegó a conocer. Difícil era saber cual poseía mejor si el castellano, el francés, el inglés o el italiano. Hablaba también el alemán, aprendió el holandés, dominando el portugués y traducía el latín y el griego. Recordamos en ocasión que presentado fué a unos extrangeros, sostuvo con ellos una conversación simultánea en inglés, francés y alemán.
En su trato ameno se admiraba la vastísima ilustración que poseía descubriendo el esprit heredado de los suyos[7].
En sus mocedades, como hemos indicado, empezó a publicar sus poesías[8], demostrando grande entusiasmo, sumo gusto y un conocimiento perfecto de la métrica, no faltándole a veces el sentimiento que sabía imprimirles y de lo cual es prueba la siguiente composición:
Un Gemido
En la Emigración
¿Conoces tú la tierra donde el bambú cimbrea, Bañando en poesía toda alma juvenil, Y do la piña vence la rica miel hiblea? ¡Cuánto se llora allí! ¿Conoces tú la tierra donde ]a palma erguida El corazón más yerto subyuga, hace latir, Con su belleza, gracia, melancolía y vida? ¡Cuánto se llora allí! ¿Conoces tú la tierra do el colibrí palpita, Do hechiza el aguinaldo con su festón gentil; Donde la caña es mina que la codicia excita? ¡Cuánto se llora allí! Otórgueme la suerte, conmigo tan impía, Que pueda, yo, un momento, verla antes de morir, Y que el bambú resguarde la pobre tumba mía, iSi bien se llora allí!
Su Oda a la Libertad publicada en Madrid en 1883 mereció del dramaturgo español que lo suscribe el siguiente juicio:
“Sr. D. Emilio Blanchet. — Muy señor mio de toda mi consideración: la libertad que yo he visto por estos mundos me ha parecido siempre feísima y no le tengo, por tanto, gran devoción; pero, bien que sin aprobar el poco lisonjero juicio que á Vd. le merece mi tierra en su lucha con los Países Bajos, y complaciendome en creer que Vd., más afortunado que yo, conoce otra libertad distinta de la que ejerce su dulce influencia con la guillotina ó la partida de la porra, apresúrome á manifestará Vd. que su oda es, en mi humilde concepto, obra digna de un verdadero poeta, y á darle muy cordiales gracias por la inmerecida honra con que se ha servido favorecerá su ato y sego servr. q. s. m. b. — Manuel Tamayo
y Baus. (rúbrica) — 18 de mayo.”
Blanchet canta con más elocuencia el dolor que la felicidad la cual tenia por una de las quimeras con que se engaña la humanidad. Con la mujer es delicado y puro y en esto siguió las huellas de Milanés de quien fué toda su vida admirador, pareciéndosele a veces en la construcción del verso. En su último volumen de composiciones, (1912), se encuentran algunas de amor de una lozanía que demuestran como su alma fué siempre joven.
Otro aspecto que ventajosamente presenta la obra de Blanchet es el de la crítica. En sus primeros tiempos de escritor la ejerció con éxito y últimamente volvió a dedicarse a ella obteniendo señalados triunfos[9]. En este sentido le juzga Piñeyro:
“8 Chaussée de la Muette — París Julio 12 de 1907— Sr. Emilio Blanchet — Matanzas — Muy distinguido compatriota — He tenido el gusto de recibir su atenta del 18 pdo. y los recortes relativos á Heredia juntos con los de la memoria sobre la Avellaneda: trabajos ambos que he leído con tanto interés como satisfacción, pues hallo en ellos nueva muestra de su talento critico y de su amor á las letras, dotes que he apreciado vivamente en Vd. desde la época ya remota en que juntos ayudábamos á J. I. Rodríguez en El Liceo de la Habana y leía los escritos de Vd. muy joven yo entonces. — Le agradezco en extremo que se haya acordado de mí en su trabajo sobre la Avellaneda citando algo del libro mío “Estudios y Conferencias”. Después traté yo más extensamente el mismo asunto en un articulo del Bulletin Hispanique, reproducido más adelante en otro libro “El Romanticismo en España”, y de ese artículo me es grato hoy poder remitirle un ejemplar junto con la expresión del afecto y consideración de que soy de Vd. atento y seguro servidor — E. Piñeyro (rúbrica)”
Cultivó también la novela, el drama y la historia[10], algunas de cuyas obras han sido ya juzgadas merecidamente, lamentándose no cuente entre sus críticos a D. Juan Valera como se lo prometió en la siguiente carta:
“Madrid 3 de abril de 1890. — Sr. Dn. Emilio Blanchet. — Muy estimado señor mío: He recibido los tres tomos de sus obras qe. tiene V d. la bondad de enviarme y se lo agradezco muchísimo. — De la prosa y de los versos he leído ya bastante, aunque no todo. Como me parece bien lo qe. he leído, acabaré de leer lo demás, y, si continuo escribiendo cartas americanas, sus obras de Vd. podrán ser asunto de una de ellas. — En las cartas americanas no llevo orden ni método. Salen según se me van ocurriendo, y esta es la única razón qe. hay para qe. nada haya en ellas aun sobre Cuba. Aunqe. por dicha Cuba pertenece á España aun, no deja por eso de ser América y americanos sus hijos. — Creame Vd. su agradecido y S. S. q. b. s. m. — Juan, Valera (rúbrica).”[11]
Su cultura fué variadísima y la dedicación a la enseñanza también le llevó a adquirir el conocimiento de los principios generales de las ciencias[12], así como los de la filosofía[13] por la que no sentía afición, juzgando los sistemas creados por los grandes pensadores, sobre todo los de los metafísicos alemanes, de maraña.
Entre todos los géneros literarios a que Blanchet dedicó su pluma, ha de fijarse particularmente la atención en los cuadros histórico-dramáticos que prodigó en su obra y en los cuales dando un colorido de verdad a la narración presenta esta tésis: quien se hace culpable y no le alcanza la humana justicia, recibe el castigo merecido durante el transcurso de su vida, y que expresada por primera vez evocando el recuerdo de Yugurta en la visita a la cárcel Mamertina, en su paseo por Roma en 1854[14], lleva a través de todos los otros cuadros de este género que figuran en sus Versos y Prosa (1858), El Libro de las Expiaciones (1885) y los Episodios (1910)[15].
Esta idea que tanto gustaba aplicar a sus producciones, se encuentra en sus dramas, sus poesías[16] y en el concepto que se formó de la historia.
Sin otra filosofía para juzgar de esta ciencia que la que de sí da la materialidad de los hechos escuetamente apreciados[17] y reafirmada esta idea por el concepto abstracto que de la justicia tenía formado, frente a la realidad de no verla repartida equitativamente entre los hombres; en esta contradicción no pudo elevarse, alcanzando solo a ver entonces en el cuadro del pasado, el proceso cruel de los instintos humanos, convirtiendo la escena del mundo en un mar de sangre, como le escuchamos y repetía cada vez que se trataba de la suerte del hombre a través de las edades[18].
Pero alguna finalidad había de tener el predominio de la maldad sobre los otros sentimientos humanos que contra ella estaban, los cuales amparados por la justicia, aparece entonces esta para castigarla, ya que es inútil querer arrancarla de la naturaleza humana. De donde surge esta última, él no lo dice, pues gustaba poco de inquirir orígenes, basta sentirla para seguir adelante y aplicándola alcanzaremos algo mejor. Aquí entra entonces el historiador en funciones, a quien:
“Es preciso” dice “que un intenso amor al bien, a la justicia, encienda” el “corazón” “para que desempeñe este las funciones de la Nemesis griega. A través de las centurias, por sobre el tumulto de las pasiones, ha de saber percibir el gemido de toda victima, el ay! de toda desventura. Porque la historia es en este mundo supremo tribunal de apelación para los oprimidos, es decir, para la mayoría de la humanidad. ¿Y no es divino ministerio, el de erijir un altar donde alzó la maldad un patíbulo; marcar en la frente con encendido hierro, condenar á imperecedera ignominia á los que un dia jugaron con la felicidad de las naciones y por hacer mas brillante una corona, mas formidable un cetro, enlutaron la cabaña y el palacio, alfombraron de cadáveres los campos de batalla, pusieron férrea mordaza al pensamiento, coronaron de espinas la justicia, prestaron patrocinio á toda corrupción? …Además ¿donde como en la Historia nos persuadiremos de que no son quimeras la Expiación, el Progreso?”[19]
“Cómo negar el Progreso[20] al recorrer la Historia? … Por siglos fué soberana la fuerza y generaciones numerosas se consumieron en la esclavitud con aprobación de los filósofos mas sabios… Hoy tiende el género humano á la fraternidad prescrita por el Redentor[21], hoy la fuerza está á las órdenes del Derecho; …y el pueblo es un poder; el pueblo es soberano.”[22]
Estas ideas es posible que las tuviese en su juventud, porque en sus últimos años juzgando la obra que proclamó tales doctrinas, decía que:
“Empezó la revolución francesa como aurora de indispensables transformaciones políticas y sociales, como luminosa era de justicia y reparaciones mil”, pero por la misma condición del hombre “degeneró en el más pavoroso caos, en increíble bacanal de malas pasiones, bajezas y crueldades etc.”[23]
Esta manifestación de la maldad humana le inspira el fondo de sus Sátiras y casi todos sus Epigramas están dedicados a condenarla.
Por otra parte dulcificó dicha idea, con el culto que sentía por los grandes bienhechores de la humanidad y su admiración despertaba por cualquier personaje, que de la nada, por el propio esfuerzo se elevaba a ocupar un puesto en la sociedad. Algunas biografías de celebridades que así se formaron, se encuentran en sus escritos inéditos. Pudiera haber también en su entusiasmo algún reflejo de su propia historia, en que el esfuerzo personal fué palanca poderosa de su laboriosísima vida.
Otra faz que no debe olvidarse en su obra literaria, es la de orador, en cuyo arte llegó a brillar como conferencista, con su decir correcto y ameno, su palabra fácil y vastísima erudición y es de lamentar que casi todos los trabajos de esta clase que preparaba y no escribía, sea solamente un recuerdo para quienes le escucharon. Hemos mencionado su discurso en el colegio La Empresa y las conferencias del Ateneo Barcelonés.
Del último período de su vida son, entre otros, el de la fiesta escolar del Árbol de la que fué iniciador en Matanzas en 1901, el de reapertura de la Biblioteca Pública de esta ciudad en 1903, haciendo historia de dichos establecimientos y describiendo las principales del mundo, el pronunciado en 1914 en la colocación de la primera piedra para levantar la estatua de Milanés, trazando un cuadro de la vida y la obra del poeta y el de inauguración de la Asociación Cívica Cubana en el mismo año, exponiendo con saber enciclopédico los adelantos del siglo último. Su conferencia sobre la Revolución Francesa, ya citada, queda para juzgar de sus trabajos de este género.
Su obra literaria es una de las más fecundas que poseen nuestras letras[24] y el lector podrá conocerla en la Bibliografía Cubana de Trelles, donde se describe.
Nosotros deploramos su ausencia porque él, que tan generoso fué con cuanta publicación solicitó sus trabajos, hubiera sido el primer colaborador de esta revista o mejor dicho, no dejará de serlo, porque habiéndonos hecho depositario de muchas e interesantes noticias de su larga vida literaria, las iremos dando a conocer como un recuerdo y un deber al amigo inolvidable.
José Augusto ESCOTO.
Bibliografía y notas.
- Escoto, José Augusto. “Emilio Blanchet.” Revista Histórica, Critica y Bibliográfica de la Literatura Cubana. Matanzas: Imprenta de Tomás González, 1916, 101-112.
[1] N. 713 — Emilio Blanchet — Viernes diez y nueve de Nove. de mil ochocs. treinta años: yo Dn. Mariano Gonzalez de Chaves Pro. Sacristan mar. Bdo. por S. M. con Cura de Almas de la Iglesia Parroql. de San Carlos de Matanzas, bautizé y puse los Stos. Oleos á un niño que nacio en siete de Nove. del año pasado de ochocs. veinte y nueve hijo lexmo. de Dn. Antonio Blanchet, natl. de Marsella, y de Da. Agustina Biton, natl. de la Ciudad de la Habana y de este vecindario. Abs. pats. Dn. Juan Bta. y Da. Maria Cardela: mats. Dn. Pedro y Da. Justina Margarita Cofigny. En el cual niño exerci las Sacras Ceremonias y preces y nombre Emilio: fueron padrinos D. Justo Blanchet y Da. Virginia Bitton, á quienes advertí la Cognacion Espiritual y demas obligaciones y lo firme — Mariano G. de Chaves (rubrica). — Libro 16 de Bautismos de Blancos de la Iglesia Parroquial de Matanzas, foja 168.
Mr. Jean Baptiste Blanchet fué de profesión arquitecto y en su familia figuraron también abogados y comerciantes. Mad. Marie Cardela por el apellido parece de origen italiano. Mr. Pierre Bitton era de Lyon de donde pasó a Nueva Orleans y alli casó con Da. Margarita Coffigny de una distinguida familia también francesa, establecida en dicha colonia. Después de la cesión de aquel territorio a los Estados Unidos, pasaron a Matanzas en cuya jurisdicción fomentaron cafetales e ingenios de azúcar.
[2] Estos estudios, nos manifestó con su prodigiosa memoria, los hizo de los años de 1843 a 1846. — Una mañana, contaba, esperando los discípulos la apertura de la clase, acertó a pasar por allí Plácido y uno de los jóvenes que le conocía, les llamó la atención sobre el poeta “única vez que le ví”, decía.
[3] Partió de Matanzas para aquella excursión en la primavera, pasando por los Estados Unidos. Su regreso tuvo efecto a mediados del año siguiente.
[4] De este paseo resultaron los Episodios Mexicanos que escribió.
[5] Habría también que estudiar en su afición a los viajes y en el amor a la naturaleza lo que de estos sentimientos pudiera haber en el hombre moderno, aun cuando poca parte, creo, tuvo de neurosis su carácter siempre igual y equilibrado y su salud perfecta. De natural complaciente y amable y de proceder honrado y equitativo, tenía en tanta estimación la dignidad, que por ella juzgaba a los demás. En su trato delicado y cortés y de una susceptibilidad extrema, mostrábase cual era con las personas que le comprendían y halagaban.
[6] Pudiera pensarse que por el culto que tributaba a la naturaleza pudo haber llegado hasta el panteísmo, pero no es así. En esta corriente de ideas obedece espontáneamente al espíritu del pueblo de donde procedía. Como el gran maestro del pensamiento francés, no deja de ser espiritualista y luego en las transformaciones de la filosofía de Descartes por el racionalismo y las ciencias naturales, es deísta con Voltaire y Rosseau y naturalista como estos y Diderot, de quienes recibió inspiraciones una parte de la juventud cubana de su tiempo.
Blanchet en su juventud parece fué creyente. Entre sus composiciones de aquella época encontramos una dedicada A la Virgen, donde la concibe en esta forma:
“Eres lo bello! arquetipo sublime De virtud, de ternura y de pureza; El manantial de célica limpieza Donde el alma refréscase el mortal. En el desierto do se arrastra y llora En un viage de fin desconocido Derramas tu en su corazón herido Consuelo de eficacia sin igual.”
Y la invoca en esta otra:
“O Virgen Madre, divina! María,
Entre escollos, en noche tenebrosa,
Estinta casi la esperanza hermosa,
Levanto á ti mi flébil oracion.
De tus ojos do el angel se embelesa
Desciende á mi tan solo una mirada,
Y el alma para siempre confortada
De los dolores burlará el turbion!”
Estos versos están fechados en 22 de junio de 1853 y publicados en la Aurora de Matanzas de 15 de julio siguiente.
[7] Una vez nos habló de un hermano de su padre, que de Francia pasó a establecerse en Montevideo, el cual hacía composiciones poéticas. Y de su hermano mayor Justino, que murió violentamente en 1845, a los 22 años, nos dijo tenia más capacidad que él para las letras, a las cuales también se dedicó.
[8] Entre estas había alguna del género de Les Orientales de Víctor Hugo, Oriental titula a la que publicó en la Aurora de Matanzas de 18 de Julio de 1844.
[9] Es de notar que con muchos de sus trabajos de crítica concurrió a certámenes literarios. En 1849 obtuvo por primera vez un premio de esta clase en el Liceo de la Habana y sesenta años después se los concedía el Circulo de Abogados de la misma ciudad!
[10] Blanchet es apenas conocido como americanista sobre cuya clase de estudios dejó los trabajos siguientes: En el certamen que celebró la Sociedad Colombina Onubense el año de 1892 presentó un “Estudio acerca de la población de América en general, expresando las inmigraciones y cambios operados en la misma desde los tiempos prehistóricos hasta la llegada de Colón a dicho Continente” el cual fué premiado y se publicó en las primeras 67 páginas de la Memoria de dicha Sociedad correspondiente al indicado año. En las conferencias del Ateneo Barcelonés con motivo del cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo disertó sobre “América, su bosquejo, sus maravillas, civilizaciones primitivas”. De estos asuntos trata también su estudio “Corsarios, Contrabandistas y Filibusteros, monografía histórica”, etc. Matanzas, 1900. Folleto de 80 págs.
[11] Durante su residencia en España alcanzó el aprecio de muy distinguidos literatos y los honores de figurar en varias academias. El doctorado de Filosofía y Letras lo recibió en la Universidad de Barcelona en 1873. Este centro le nombró algunas veces vocal del Tribunal de exámenes para los cursos libres. La Real Academia Sevillana de Buenas Letras le hizo miembro correspondiente en 9 de Febrero de 1877. El Ateneo Barcelonés,donde fué conferencista, le dió la presidencia de la Sección de Literatura, Historia y Antigüedades en el año académico de 1885 a 1886. La Sociedad Colombina Onubense le concedió el titulo de socio de honor en 2 de agosto de 1892.
[12] Desde estudiante tuvo afición a las ciencias. En unos exámenes efectuados en Agosto de 1845 decía el periódico La Aurora de Matanzas, después de elogiar la aplicación de otros jóvenes discípulos de la clase de Filosofía de que hemos tratado, que “lo mismo consideramos á D. Emilio Blanchet al que vimos explicar con la mayor soltura una maquinita de vapor haciendo conocer con perfección los principios en que descansa tan interesante descubrimiento”. Conoció muy bien la Astronomía y de la Física y la Química le escuchamos una vez que de buen grado se hubiera dedicado a ellas. Sentía por las plantas más que predilección, amor, y pocos sabían espiritualizar como él las flores, por cuyo estudio se elevaba no solo a la poesía, sino a los misterios de la naturaleza.
[13] En el colegio La Empresa suplía cuando era necesario al profesor de esta asignatura Gonzalo Peoli. El texto por donde explicaba én estos casos nos dijo era el Curso elemental de Balmes.
[14] Impresiones de Viaje. — La Cárcel Mamertina. — Revista de la Habana, 2da época, tomo V, año 1856, págs. 180 y 181.
[15] Aun cuando pertenezca a Blanchet porque él la discurrió expontáneamente sin ayudarse de filosofías extrañas y la expresaba como suya sin preocuparse de que otro hubiese pensado lo mismo; buscándole precedente, se encuentra en la moral universal de los Enciclopedistas del siglo XVIII. Voltaire la considera un importante factor en la lucha del bien con el mal: “Todos los pueblos debieron admitir las expiaciones; pues, donde está el hombre que no ha cometido grandes faltas contra la sociedad? y donde el hombre a quien el instinto de su razón no le hizo sentir los remordimientos?” Essai sur les moeurs et l’esprit des nations, etc. Ouevres, edition du Pantheón Littéraire. París, 1836. Tome III, pagine 8. En otra parte dice: “Esta ceremonia solemne es quizá la más bella institución de la antigüedad con la cual se reprimían los crímenes advirtiendo debían castigarse, calmando la desesperación de los transgresores, haciéndoles redimir sus culpas por unas especies de penitencias… Los sabios de todos los tiempos han hecho lo posible por inspirar la virtud para no reducir la debilidad humana a la desesperación.” Dictionnaire Philosophique, Article Expiation. Ouevres, ed. cité. Tome VII, págs. 550 y 551.
[16] Entre otras las tituladas “La felicidad humana”, “Grandeza y decadencia”, “El remordimiento”, que figuran en el tomo “Ilusiones y Realidades”, publicado en 1885.
[17] Daba pocas y a veces ninguna importancia a las teorías concediendo solo valor a los hechos, para las primeras tenia cierto desdén, de los segundos era avaro de atesorarlos y de escudriñarlos hasta la minuciosidad.
[18] Bastante se parece esta concepción de la historia a la que Voltaire se formó de la filosofía de esta ciencia, quien negaba hubiese algún plan en el desenvolvimiento de la vida de los pueblos y “presentando a la naturaleza humana mucho más pobre de lo que es, atribuye a causas pequeñas y accidentales un poder sobre la humanidad mucho mayor que el que estas realmente poseen, queriendo demostrar que son los grandes promovedores de la historia y ejecutores de su destino, las supersticiones, las costumbres irracionales y la fuerza brutal”. — Robert Flint. — La Philosophie de l’Histoire en France, trad. por L. Carrau. París, 1873, págs. 89 y 90. — Según Voltaire, la historia, en su esencia, no es nada más que un “montón de crímenes, de locuras y de desgracias, entre las cuales vemos algunas virtudes y tiempos felices, como se descubren cabañas repartidas aquí y allá en los desiertos salvages”. — David F. Strauss. Voltaire. Six conferences, trad. par L. Narval. París, 1876, pág. 177.
[19] De la importancia de la historia. Discurso leído en los últimos exámenes del colegio La Empresa. Publicado en el Liceo de Matanzas. Tomo 1 núm. XV. Diciembre 30 de 1860, pág. 211.
[20] Participa de la opinión de Condorcet: “estudiemos la historia para… robustecer nuestro amor al bien, nuestra creencia en la perfectibilidad.” — Discurso citado, pág. 212.
[21] Blanchet concede al Cristianismo todo el valor que tiene como elemento civilizador. En este discurso habla también de “El imperio del celeste carpintero de Nazaret, el imperio de la igualdad, de la perfecta justicia.” (págs 211 y 212). —En los trozos que dedica en su composición Héroes de la Caridad, a los Monjes de San Bernardo y a San Vicente de Paúl y las Hermanas de la Caridad, reconoce el valor moral del catolicismo. Ilusiones y Realidades, págs. 168 y 171.
[22] Discurso citado, pág. 212.
[23] La Revolución Francesa por… Conferencia… 1915. Matanzas, 16 págs. —“Cuanta monstruosidad!” exclama relatando las escenas de aquella tragedia (pág. 14). —Otra vez dice “Por inconsecuencia muy propia de la humanidad, la misma Convención que tanto ensangrentaba y envilecía estableció” institutos, escuelas, cátedras, conservatorios, etc. (pág. 15). Sin perder de vista su idea de siempre, hablando de la muerte de Mad. Roland expresa: “Es fuerza creer en la expiación, a ocasiones.” (pág.12).
[24] Una de las páginas más notables de la vida literaria de Blanchet es la de sus trabajos realizados en el primer Liceo que existió en Matanzas de 1859 a 1869. En este centro de instrucción y recreo, fué miembro de la Sección de Literatura, colaborador y director del periódico de la sociedad, profesor de la clase de historia, tomó parte en los certámenes que dicha sección celebró e inició las conversaciones literarias formada, por los individuos de la misma y por último, obra suya fué la preparación de la visita de la Avellaneda a esta ciudad en 1861, culminada en la coronación de la poetisa. Con sus miras elevadas, a propósito de lo expuesto, dijo: “cuando el Instituto (de que se trata) ha reclamado mis pobres esfuerzos, no he creído que me hablaba él, sino Matanzas, mi ciudad natal, cuyos adelantos, cuyo buen nombre me son muy caros.” —Liceo de Matanzas. Año 1860. Tomo I, 9 núm. XIV, pág. 192.
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