El Entierro de José Jacinto Milanés el 15 de noviembre de 1863 contado por Lorenzo López Muñiz. A propósito del fallecimiento de José Jacinto Milanés del que se cumplió otro aniversario ayer (14/11/2020). Hace 157 años, un día como hoy en horas de la tarde del 15 de noviembre de 1863 despidió el pueblo matancero al poeta ¡Sobre el San Juan que tanto quisiste quiera esa balsa de juncos devolvernos tu alma algún día!
Quizás nunca, hasta la tarde de ayer, habrá tenido lugar en Matanzas, y aún nos atrevemos a decir en la isla, un acto más imponente, más decoroso, más digno que el que ha presenciado esta población que sinceramente llora la pérdida de uno de sus hijos más ilustres y que más han contribuido á enaltecer el nombre de la poética ciudad de los dos ríos.
Sabido es que la vanidad, sobreponiéndose á todos los sentimientos humanos, aprovecha las ocasiones de servir su propia causa y finge honrará los otros, cuando es a sí misma a quien se honra.
Despojado el funeral de todo aparato exuberante y ruidoso, revelándose en el semblante de la inmensa muchedumbre el sentimiento y el dolor, el entierro de José Jacinto Milanés ha sido un testimonio mudo y elocuente de la estimación inmensa en que su ciudad natal tiene las virtudes y el talento que le adornaban y el homenaje que ha querido tributar al poeta cuyos cantos recita el pueblo de memoria, al enterrar sus restos, se distingue más por la sincera y espontánea revelación del sentimiento público, que por la existencia de los actos que han contribuido a hacer patente ese mismo sentimiento.
Desde el instante en que se supo la gravedad y eminente peligro en que se encontraba el desgraciado José Jacinto, el Sr. D. Pedro Hernández Morejón, impulsado por los nobles sentimientos que tanto le distinguen, como Presidente del Liceo artístico y literario, convocó a junta todas las secciones facultativas del mismo, para informarlas de la pérdida inmediata que iban á experimentar las letras cubanas y para acordar con dichas secciones, caso que tuviera lugar el desgraciado acontecimiento que se temía, el homenaje que el instituto debiera rendir como última demostración de aprecio, al esclarecido autor del Conde Alarcos, con cuya obra se había inaugurado el Liceo.
Reunidos los socios de mérito y facultativos de las distintas secciones, cual más, cual menos, exponía el pensamiento que de acuerdo con la mente del Liceo, se le ocurría para coadyuvar al fin propuesto.
Entre todas las mociones y después de haberse discutido lo necesario fueron aceptadas las siguientes, que dieron lugar a la redacción del programa para el orden en que había de tributarse el homenaje.
La Junta acordó nombrar una Comisión compuesta de los presidentes de la directiva y de las secciones facultativas del Liceo, para que en nombre del instituto, hiciese presente á D. Federico Milanés el sincero pesar del Liceo por la grave dolencia que afligía a su hermano José Jacinto, debiendo a la vez ponerse de acuerdo esta Comisión con la familia para preparar en caso desgraciado, todo lo necesario para el enterramiento del poeta.
No eran infundados los temores de la Junta, ni la gravedad y postración del enfermo dejaban esperanza alguna. José Jacinto expiró a la una del día, y la Junta, que permanecía en Sesión autorizó al Sr. D. Mariano del Portillo para que este organizase las comisiones compuestas de los individuos de la Sección de literatura que habrían de acompañar a los dolientes mientras el cadáver permaneciese en la casa, relevándose esta cada dos horas.
El Sr. D. Emilio Blanchet, presidente de la Sección de Literatura, propuso que al salir el féretro de la casa, se colocase sobre el mismo una corona de laurel en cuyas bandas se leyese esta sencilla y elocuente inscripción: El Liceo de Matanzas a José Jacinto Milanés. La Junta acogió la moción, y comisionó al mismo Sr. Blanchet para que la desempeñase por corresponderle este acto como presidente de la Sección.
Acordóse también desde luego que el cadáver fuese conducido en hombros hasta el cementerio por cuatro individuos pertenecientes a la Directiva y Secciones del Liceo, así como las demás corporaciones literarias de la población, llevando las borlas del féretro otros cuatro, de las mismas cuyos individuos se remudarían en cada una esquina, y esto hasta llegar al cementerio.
El que estas líneas escribe propuso que el nombre de José Jacinto Milanés que por razón de la dolencia que le aquejaba, no pertenecía al instituto, figurase siempre el primero en la lista de los socios de mérito del Liceo.
Segundo: que inmediatamente después del féretro fuese una comisión compuesta de tres individuos de la sección de Literatura llevando sobre un pequeño cojín de terciopelo negro la obras del poeta atadas con un crespón y sobrepuestas por una corona de siemprevivas y pendiente por cada lado del cojín una cinta blanca con este lema:
obras literarias de José Jacinto Milanés, cuyas cintas llevarían dos socios de mérito, los cuales sustentarían al par, el de la derecha una pluma blanca, símbolo de la pureza con que siempre escribió el poeta, y el de la izquierda una página con este pensamiento casto y virtuoso, tomado de una de sus más conocidas composiciones, y que revela toda la religiosidad y nobles sentimientos que abrigaba el alma del vate:
Así pensé, y fuíme en paz,
Dejándola intacta y pura,
Y lágrima de ternura
Bañó mi faz!
Ambas mociones fueron acogidas por la Junta, y todo se llevó a cabo conforme queda indicado, habiendo obtenido el beneplácito de los dolientes y el permiso de la Autoridad, la cual concedió al Sr. D. Gonzalo Peoli el que aquel había solicitado para leer en la casa los versos que otro día publicaremos.
El Sr. D. Emilio Blanchet, al colocar sobre el féretro la corona que el Liceo consagraba al poeta, pronunció algunas breves y sentidas frases que conmovieron a la concurrencia.
Terminado que hubo el Sr. Blanchet, el Sr. Zayas (de la Habana) manifestó también un sentido pésame por la irreparable pérdida que las letras cubanas experimentaban.
El cortejo fúnebre se puso en marcha seguidamente, siendo este el orden observado: Salió de la casa el féretro en hombros de los señores de la Junta Directiva, D. R. Otero, D. S. de la Huerta, D. José María Martínez y D. Manuel P. Pié, llevando las borlas los cuatro amigos y condiscípulos del finado Sres. D. Pedro H. Morejón, D. Benigno Gener, D. Pio Campuzano y D. Eusebio Guiteras.
Llegados a la esquina de la calle del Ayuntamiento tomaron el féretro en hombros cuatro socios de mérito del Liceo, los Sres. D. Emilio Blanchet, D. Gonzalo Acosta, D. Ignacio Acosta y D. Ildefonso de Estrada y Zenea, y las borlas cuatro señores de la Directiva, D. Rafael Otero, D. Demetrio López, D. Bonifacio Carbonell y D. Ramón Menéndez.
En la esquina de la calle de Santa Teresa le tomaron los señores de la sección de literatura D. José María Casal, D. Francisco Galán, D. Ramón de Llanos y D. Mariano del Portillo; las borlas, otros cuatro señores de la misma, D. Emilio Blanchet, D. Ignacio Acosta, D. Gonzalo Acosta y D. Ildefonso de Estrada y Zenea;
En la calle de Zaragoza los señores de la Sección literaria D. Sebastián Alfredo Morales, D. Bernabé Maidagan, D. José Delmonte y D. Gabriel Touceda, y las borlas, los anteriores señores D. José María Casal, D. Francisco Galán, D. Mariano del Portillo y D. Ramon Llános.
En la calle de Manzaneda, los señores de la sección dramática del Liceo, D. Andrés Hurtado de Mendoza, D. José Curbelo, D. Francisco
Coronado y Delicado y D. José Morejón, llevando las borlas los que anteriormente el féretro. Esquina del Dos de Mayo, los Sres. de la Sección lírica D. Domingo Verdonces, D. Justo Diez, D. Adolfo Diez y D. Alejandro Odero, y las borlas los señores que llevaban antes el féretro.
En la esquina de América, le tomaron en representación el periodismo matancero los Sres. D. Francisco Javier de la Cruz, D. Adalio Scola, D. Gonzalo Peoli y D. Ricardo J. Cay, y las borlas, los Sres. que antes el féretro.
Llegados a la octava esquina, le tomaron en representación del profesorado, los Sres. D. José María de Zayas, D. Antonio Guiteras, D. Mariano Dumas Chancel y D. Fernando Domínguez, y las borlas los Sres. anteriores.
En la novena esquina, nuevos Sres. de varias secciones, D. Florencio López, D. Bernabé de la Torre, D. Antonio y D. Mariano Lima, y las borlas los Sres. anteriores.
En la décima nuevos Sres. del Profesorado y Secciones, D. Federico de la Huerta, D. Carlos Estrada y Zenea, D. Néstor Moinelo y D. Juan F. Sánchez y las borlas los anteriores.
Llegados a esta esquina, y habiendo comenzado a llover colocóse el cadáver en el suntuoso carro que abría la marcha y siguió todo el acompañamiento bajo el mismo orden a pesar de la lluvia, hasta llegar á la plaza del cementerio, donde, habiendo escampado, volvieron a tomarle en hombros para enterrarle en la mansión del descanso eterno, los Sres. D. Francisco Galán, D. Fernando Domínguez, D. Juan Manuel Vázquez y D. Ildefonso de Estrada y Zenea, y las borlas los Sres. D. Emilio Blanchet, D. Pio Campuzano, D. Antonio Guiteras y D. Andrés Hurtado de Mendoza
La comisión que conducía las obras del poeta bajo la forma indicada al principio, se organizó de la manera siguiente:
Sacaron estas de la casa, los Sres. D. Ramón Zambrana, representante de la Academia de Ciencias de la Capital, y las cintas los Sres. Dres. D. Pedro María Cartaya, D. Bonifacio Carbonell; siguieron después los Sres. D. Rafael María Mendive y los Sres. Peoli y Maidagan.
A estos sucedieron los Sres. D. José María de Zayas, D. Antonio Guiteras y D. Fernando Domínguez.
A estos, los Sres. D. José de Armas, D. Francisco J. de la Cruz y D. Adalio Scola; a estos, D. Claudio Vermay y D. Ricardo J. Cay y D. Rafael Otero; a estos D. Victoriano Betancourt, D. Gonzalo Acosta y D. Mariano del Portillo;
Aquí tomaron su turno los Sres. que a continuación se expresan y que cedieron su vez a los que habían llegado de la Habana, contribuyendo con su presencia a honrar más la triste ceremonia:
Tomaron pues las obras los Sres. D. José María Casal, D. Pedro Antonio Alfonso y D. Pio Campuzano, después los Sres. D. Ignacio Acosta, D. José Delmonte y D. Francisco Galán;
Seguidamente D. Emilio Blanchet, D. Dionisio María Martínez, y D. Santiago de la Huerta;
Tomándoles D. Eusebio Guiteras, D. Dionisio Font y D. Jorge Calle: después D. Antonio Guiteras, D. Mariano Dumas Chancel y D. Antonio Lima:
Sucedieron a estos D. Ildefonso Estrada, D. Francisco Coronado y D. Florencio López, tomándolos de estos los Sres. D. Fernando Domínguez, D. Andrés Hurtado y D. Gonzalo Peoli, que las llevaron hasta la tumba del poeta, desde donde habían de volver al mundo a disfrutar la imperecedera vida de gloria que les está reservada y que simboliza la corona de siemprevivas que las cubría.
Dichas las comisiones y las personas que tuvieron la honra de tributar al digno poeta la última expresión de estimación y de afecto, pasemos a explicar el orden con que se puso en marcha el numeroso cortejo. Precedía, como ya hemos dicho, el carro fúnebre; seguía a este el féretro, y al féretro la Comisión que llevaba las obras y la corona de siemprevivas. Después, presidiendo el duelo, nuestro digno y virtuoso vicario D. Ramón Maceda, en unión de los deudos
Sres. Jimeno (D. Francisco, D. José Manuel y D. Antonio) y del Sr. D, Manuel Mahy y Leon. Tras estos la Junta Directiva del Liceo, y sucesivamente en comisiones de tres individuos, ocupando el centro de la calle, los socios de mérito del mismo instituto, la Academia de Ciencias de la Habana, la Sección Literaria, el Periodismo habanero, el Periodismo de Matanzas, el Profesorado, la Sección dramática del Liceo, la Sección lírica del mismo, la Comisión local de Instrucción primaria, la Directiva del teatro Esteban, la del Casino, la Oficialidad del Regimiento de Nápoles, los profesores de varios Colegios con sus alumnos y las demás corporaciones que fueron invitadas al efecto; y detrás el numeroso acompañamiento de particulares que en columna de a dos de fondo y por cada una acera formaban el inmenso séquito que acompañó al cadáver del poeta hasta su última morada, cerrando la marcha los carruajes de los Sres. convidados.
Los Sres. D. Andrés Hurtado de Mendoza, D. Bernabé Maidagan, D. Fernando Domínguez y D. Gonzalo Peoli, nombrado para organizar el acompañamiento en calidad de maestros de ceremonias, y llevando al brazo el crespón que determinaba la comisión que se les confiriera, cumplieron debidamente aquella haciendo que cada uno ocupase el puesto que le estaba señalado y le correspondía según el carácter de la fúnebre ceremonia.
Descubiertos los Sres. del acompañamiento, descubriéronse todos los grupos que en las esquinas se habían estacionado para ver atravesar la fúnebre comitiva, e íbase agregando la muchedumbre hasta llegar en crecido número al cementerio donde pudiera decirse que el pueblo en masa esperaba el cadáver del poeta para derramar una lágrima en su tumba y darle el último adiós.
El imponente, pavoroso silencio de las tumbas se hizo sentir desde que salió el cadáver de la casa mortuoria, pues nadie osaba proferir una palabra: tal era el profundo sentimiento que a todos embargaba!
De más de una casa, a tiempo de pasar el cadáver salieron niñas arrojando flores para que sobre ellas posase el cuerpo inanimado en que se encerró el alma del que dejaba en la tierra el perfume de las flores de la inteligencia.
Llegada la comitiva al cementerio, el Sr. D. Ramón Zambrana, en breves, oportunas y elocuentes palabras dió á Matanzas el más sincero pésame en nombre de la juventud y de las letras cubanas, por la pérdida que acaban de experimentar.
Los restos de Milanés, en un rico sarcófago de palo de rosa con tornillo de plata, se colocaron en la bóveda de los Sres. de Jimeno, y tomando el Sr. Blanchet la corona que sobre el mismo colocara, la entregó solemnemente al Sr. D. José María de Jimeno, para que de tan preciosa reliquia fuese depositario.
El Sr. de Jimeno contestó al Sr. Blanchet con el talento que le distingue, y despidió del mismo modo el duelo. El Sr. D. Pedro H. Morejón dió también las gracias a la concurrencia en nombre del Liceo, que también hizo el convite.
El que estas líneas escribe recibió de manos de la Comisión las obras del poeta y retornando con ellas a la ciudad, hizo entrega así del cojín en que aquellos habían descansado, como de la corona de inmortales siemprevivas que las cubrieron en su tránsito, al triste y desventurado Federico Milanés, hermano del poeta, que legaba a su familia el día de su enterramiento, con el amor y la estimación de los buenos, el símbolo de todas sus aspiraciones, la mayor y más envidiable de las glorias, una sencilla corona de laurel, que todo un pueblo con las lágrimas en los ojos había visto colocar sobre su féretro por la institución que representa nuestra literatura; por el Liceo artístico y literario de Matanzas.
A continuación de este artículo copio con suma satisfacción las breves pero sentidísimas frases que con motivo del fallecimiento del ilustre poeta publicó en la “Aurora del Yumurí” el Sr. D. Eusebio Guiteras distinguido literato, hijo de Matanzas y condiscípulo y amigo íntimo de Milanés:
Abrióse ya el sepulcro a su cansado cuerpo.
Murió el sabio del sentimiento.
Cuando en todo el vigor y la lozanía de la juventud, llenaba Milanés con su nombre la tierra que le vió nacer; cuando de su lira se derramaban raudales de arrebatadora poesía, los resortes de su noble mente se quebraron, y cayó como palma herida del rayo en las tempestades de nuestro verano. Alzóse vacilante; -pero ya no era más que una sombra. Y así siguió entre nosotros -Sombra serena y meditabunda.
Las páginas de su libro salieron al mundo como póstumas, y cada una de ellas lanzaba un grito desgarrador por la muerte del singular ingenio de su autor. La sombra en tanto vagaba por nuestras plazas, parábase á contemplar el sol poniente y el mar azul y el campo verde, entraba en el templo y doblaba la bella frente en los altares.
Sombra viva; sombra elocuente. — Los extenuados miembros, los melancólicos ojos, la actitud contemplativa nos hablaban de una manera inexplicable. No del desencanto, no del escepticismo; no del odio nos hablaba la sombra de José Jacinto Milanés. Ninguna mala lección recibió de él la humanidad, ni en sus palabras ni en sus acciones; a nadie rompió el corazón su doctrina. Inocente vivió: la inocencia era, por decirlo así, el ángel de su guarda.
Su ingenio todo lo abarcaba, todo lo comprendía; pero tal era el temple de su alma, que aun en los veinte años que vivió sobre la tierra, sin pertenecer a ella, mantuvo fiel la pureza de sus creencias, como a pesar de estar reclinado sobre una lira rota, supo arrancarle acentos tan sanos y vigorosos como aquellos que en poco tiempo le dieron merecida fama entre propios y extraños.
Hoy ya ni tu sombra, bardo insigne, podremos ver entre nosotros. Tu alma vuela ya en las regiones de la verdad que adoraste. Tú debes haber hallado la celeste morada; pues todas las energías de tu vida se emplearon en buscar las sendas que a ella nos dirigen.
Ay! si dado fuera que nos hablaras: si pudieras decirnos qué significaban aquellos largos suspiros que te oímos lanzar en tu lecho de muerte; y porque tu descarnada mano, encendida por la fiebre, buscaba la mejilla para apoyar tu noble cabeza, trono augusto de grandes pensamientos! ¿Qué veían tus ojos cuando se abrían un momento para fijarse en el espacio?
¿Por qué no hablabas? …
Silencioso pasó de la vida a la muerte. ¡Dichoso el que lleva en la muerte la corona de la doble inmortalidad!
Bibliografía y Notas
- López Muñiz, Lorenzo. “Flores del Alma, consagradas a la memoria del nunca bien llorado poeta matancero José Jacinto Milanés.” Habana: Imprenta y Librería El Iris, 1865.
- José Jacinto Milanés por José Sergio Velázquez.
- Escritores y Poetas.
Deja una respuesta