Ondeando bandera norteamericana la enorme mole de hierro del U.S.S. Maine enfila lentamente por el canal de entrada de la bahía de la Habana y hace con sus cañones el saludo de costumbre.
Son las once de la mañana del veinticinco de enero de 1898.
A pesar de la aparente tranquilidad en la plaza las autoridades españolas representadas en ausencia del gobernador por la figura del general González Parrado toman precauciones para impedir cualquier acto de hostilidad contra los marinos norteños.
De los motivos de la visita se obtienen detalles por telegrama del representante de España en Washington Dupuy de Lome. También el cónsul norteamericano en la Habana notifica el veinticuatro a las autoridades o sea un día antes de la llegada.
Todo parece indicar que por acuerdo de los gobiernos de los dos países las visitas navales retomarán en signo de amistad. El cortejo diplomático muestra a regañadientes su más bella sonrisa acompañada de un frío apretón de manos.
La isla de Cuba se debate desde febrero de 1895 en una nueva guerra de independencia. En un mes se cumplirán tres años de un conflicto que parece interminable. Comenzado enero se instala un gobierno autonómico dirigido por José María Gálvez Alfonso.
Esta autonomía bajo la supervisión del gobernador Ramón Blanco es en España aceptada si favorece el fin de la violencia en la isla pero, para los independentistas por un lado y los elementos peninsulares más recalcitrantes por el otro es más que inaceptable.
El once de enero de 1898 los secretarios de despacho del gobierno autonomista celebran un consejo durante el cual el general Blanco etiqueta a la prensa de perniciosa y abusiva por la libertad de que disfruta, se lamenta además de la forma en que se expresan la local, nacional y extranjera.
También se trata la injerencia de los cónsules americanos y los reporteros en el reparto de los socorros a los reconcentrados de la guerra con el consentimiento del gobierno insular.
Aunque en el Consejo Colonial del día anterior se acordó dictar un nuevo Bando que reprimiera a la prensa, el día doce amaneció turbulento con la publicación en el periódico El Reconcentrado de un editorial titulado “Fuga de granujas” en el que se criticaba a varios mandos que habían aplicado las políticas de Weyler.
Ese mismo día un grupo de una centena de oficiales de la guarnición se dirige a las redacciones de los periódicos El Reconcentrado y La Discusión destrozando cuanto encuentran allí. Otro grupo de la población civil sigue el ejemplo de los amotinados atacando El Diario de la Marina. Ante la magnitud de los hechos se acuartelan las tropas temiéndose que los Voluntarios secunden el levantamiento.
No faltan entre los gritos de ¡Muera! a algunos periódicos los de ¡Viva España! ¡Viva Weyler! ¡Muera la Autonomía! Frente al palacio del capitán general solo puede ser disuelto el tumulto con una carga de caballería, debiéndose crear patrullas armadas para preservar el orden público. El trece quedan algunos grupos de agitadores y se cierran teatros, cafés y establecimientos públicos.
Ante la amplitud de los acontecimientos el cónsul general norteamericano en la Habana Fitzhugh Lee avisa al subsecretario de Estado William Rufus Day de que posiblemente la situación reinante no pueda ser controlada por el gobernador Blanco llegándose al extremo de afectar a los ciudadanos norteños y sus intereses, por todo esto requiere que se esté listo para enviar barcos de guerra.
Once días después responde Day anunciándole la llegada de un barco en un día o dos y pidiéndole que ultime detalles para un amistoso intercambio con las autoridades. Lee necesita más tiempo para que se calmen los ánimos en la capital y alega la ausencia del gobernador.
En este estado de cosas pasa al día siguiente frente al Castillo del Morro para anclar en la rada habanera el U.S.S. Maine.
El navío de guerra tiene un desplazamiento de seis mil seiscientas ochenta y dos toneladas y puede alcanzar una velocidad prevista de diecisiete nudos o su equivalente de unos treinta y un kilómetros por hora.
Su armamento monta cuatro cañones de diez pulgadas (25,4 cm) de diámetro en la boca los que construidos en dos torretas separadas pueden, utilizando doscientas cincuenta libras de pólvora, lanzar proyectiles de quinientas libras a más de catorce kilómetros de distancia.
Además de estos posee otros seis de seis pulgadas, siete de tiro rápido de seis libras, ocho de tiro rápido de una libra, cuatro ametralladoras Gatling y cuatro tubos lanzatorpedos capaces de utilizar el modelo autopropulsado Whitehead.
Autorizada su construcción en 1886 son los planos completados en dos años y comienza su construcción en octubre de 1888, esta se extiende por los siguientes siete años hasta que finalmente se comisiona en presencia de la tripulación y un guardia marina en Nueva York el diecisiete de septiembre de 1895.
Debajo de su puente se pueden almacenar más de ochocientas toneladas (800.000 Kg) de carbón las que repartidas en veinte carboneras le permiten a diez nudos por hora navegar unas siete mil millas. A pesar de su habilidad para navegar grandes distancias el barco se destina a la defensa de las costas.
Los dos primeros años de servicio se ven empañados por una serie de desperfectos mecánicos y sacudidas al navegar, estas últimas se deben en gran medida a un exceso de peso por el vertimiento de cemento en la popa para corregir un problema de equilibrio.
Bajo las órdenes de su primer capitán Arent Schuyler Crowninshield ocurren también varios problemas de disciplina, deserciones y hasta debe de lamentarse la pérdida de tres tripulantes durante una fuerte tormenta.
Reputado por su humildad, sentido del humor, nervios de acero y casi cuarenta años de servicio en la marina estadounidense en abril diez de 1897 toma el mando el Capitán Charles Dwight Sigsbee.
Anclado unos días después en Nueva York con motivo de una celebración oficial Sigsbee envía algunos hombres en visita de cortesía a dos navíos españoles presentes por la misma razón y en las dos ocasiones son rechazados. Eran el María Teresa y el Infanta Isabel los que mostraban cuan tensa era la situación entre las dos potencias.
A finales de julio Sigsbee al timón envía al Maine contra un muelle para evitar la colisión contra dos barcos de excursionistas. El hombre que al mando del acorazado entra en la Habana es felicitado en aquella ocasión por el Secretario de la Marina Theodore Roosevelt.
Vistos los disturbios en la Habana y las advertencias hechas al gobierno español por parte del presidente norteamericano McKinley si no se restaura el orden y se realizan reformas es evidente que por su capacidad de actuación no sea un azar la elección de Sigsbee.
Guiado por el piloto de la bahía Julián García López el acorazado Maine se detiene y amarra una cadena a la boya número cuatro.
Las dudas por parte de la marinería y la acogida que se les pueda brindar a su llegada comienzan a despejarse con la visita del teniente de navío Alberto Medrano comandante del Alfonso XII. A su vez Sigsbee devuelve la cortesía reuniéndose de manera muy cordial con el capitán del puerto Luis Pastor Landero y con el general González Parrado quien visita el barco.
A quienes no visita y estos manifiestan su inconformidad es a los miembros del Consejo de Gobierno Autonomista situación que se resuelve sin consecuencias en los días subsiguientes.
Por precaución y para evitar cualquier conflicto solo los oficiales pueden desembarcar. Aunque existe preocupación la prensa se muestra discreta y reservada teniéndose únicamente que deplorar los gritos y burlas de algunos que pasan en un transbordador cerca del crucero.
En esos primeros días de estancia el cónsul de los Estados Unidos míster Lee agasaja con un banquete en el Yacht Club al comandante, oficiales del acorazado, corresponsales de periódicos y varios norteamericanos influyentes.
Un grupo de oficiales recibe un palco para la corrida de toros cortesía del general González Parrado. Se sabe que los Estados Unidos envían el crucero Montgomery a visitar el puerto de Santiago de Cuba y van posicionando otros cerca de Portugal.
En la bahía además del tráfico comercial se ven por esos días la fragata Gneisenau y la corbeta de vapor Charlotte ambas de la marina de guerra imperial alemana.
El martes quince de febrero de 1898 se cumplen tres semanas de estancia en el puerto de la Habana. La proa del navío apunta hacia el noroeste en dirección y a más de cuatrocientos metros del Muelle de la Máquina.
En sus inmediaciones atado a la boya tres y a ciento cuarenta metros se encuentra en reparaciones el crucero español Alfonso XII, también están muy cerca el Legaspi y el navío perteneciente a la línea de pasajeros Ward nombrado The City of Washington.
El capitán Sigsbee termina una carta a su familia en la tranquila y cálida noche mientras se oyen los agradables ecos del corneta anunciando la extinción de luces.
A las nueve y cuarenta se escucha el sonido infernal de una explosión la que estremeciendo el barco semeja el gruñido amenazador de una bestia, sigue otra casi simultanea con un estampido mucho más potente, estruendosa y desgarradora proyecta su resplandor hacia el cielo y sacude el casco escorándolo a babor en un movimiento de sumersión. Las vigas y las planchas de hierro se retuercen y se doblan, las chimeneas caen y se oye la detonación de proyectiles que estallan al contacto del fuego.
A unos seiscientos metros el capitán de la barca inglesa Deva siente la onda de choque causada por la atronadora explosión, la primera suena como un disparo y dos segundos después la otra potente y aterradora que lanza por los aires una masa de escombros acompañada de restos incandescentes. Las luces eléctricas se apagan y en la intensa oscuridad los gritos de los heridos y de los que se debaten en las aguas, las llamas y el humo color gris oscuro dejan presagiar la extensión de la catástrofe.
Aún más cerca a unos escasos cien metros a bordo del The City of Washington el comerciante de tabaco Aigmund Rothschild ve la proa del Maine elevarse al oír el mismo ruido de disparo causado por la primera explosión y a continuación es desde el centro de la nave y del lado de babor que se produce la segunda acompañada de una masa de fuego, de pedazos de metal y de escombros. Casi inmediatamente los cielos dejan caer una llovizna ligera sobre la ciudad de la Habana.
Se oye también gritar ¡Ayuda! y Señor Dios Ayúdenos! El ruido de los gritos y las voces en el barco solo duran un minuto o dos, cuando se hunde es como el murmuro de un llanto opacado por los gritos de los que están en el agua. Cuando el capellán a bordo John Chidwick logra llegar al puente tiene que sobreponerse y buscar fuerzas para pedir en la oscuridad la absolución de los hombres que se debaten por sus vidas. Respondiendo días después a algunos que desde la orilla alcanzaron a oír su voz alentando el llamado de la fe entre los moribundos Chidwick respondió: «Sólo tengo la esperanza de que algunos de ellos escucharon». Al padre incumbió la triste tarea de escribir las letras de condolencias a las familias de los fallecidos.
Charles Bergman contramaestre primera clase es uno de los pocos sobrevivientes rescatados mientras se ahogan. Cuando oyó el terrible choque se encontraba instalado junto a sus compañeros en la hamaca de los dormitorios de marinería, desde allí fue propulsado hasta caer en un lugar que describe como caliente con la boca llena de cenizas y desechos y los brazos y piernas quemados, quedando inmediatamente sumergido bajo la superficie es cubierto por los pedazos de la destrucción hasta que logra salir a la superficie para ser recogido por uno de los botes que acuden al rescate. El capitán Sigsbee es el ultimo en abandonar el Maine.
En la ciudad la fundadora de la Cruz Roja Clara Barton termina su trabajo administrativo mientras los ruidos en la calle se apagan. De pronto la mesa en la que escribe se sacude y la puerta de cristal que da a la veranda frente al mar se abre de golpe oyéndose el rugido ensordecedor del estallido de un trueno. Sobre la bahía se ve un resplandor de luz lleno de motas negras que parecen enormes espectros volando en todas direcciones. Suenan campanas y silbatos y la calle se llena por un momento de voces. Llegando al Hospital de San Ambrosio encuentra a varios marineros magullados, aplastados por maderas, cortados por el metal, lanzados por el aire o llevados a través de calderas al rojo vivo para terminar finalmente en el agua sin sentido. Las autoridades, doctores, enfermeras y todo español o criollo presente hacen lo posible por ayudar. El saldo final de la catástrofe se eleva a doscientos sesenta y seis fallecidos.
Mientras un sensato Sigsbee pide que la opinión pública se suspenda hasta nuevo informe y no se envíen navíos de guerra el periódico New York Journal and Advertiser crea una noticia sensacionalista y poco objetiva de la situación titulando el diecisiete de febrero: La destrucción del Barco de Guerra Maine fue la obra de un enemigo, el Asistente Secretario Roosevelt convencido de que la explosión no fue accidental, los oficiales navales piensan que el Maine fue destruido por una mina española y a propósito, a todo esto adjuntan una recompensa de 50,000 dólares por la captura del culpable que envío 258 marinos americanos a su muerte. El The New York World igualmente le sigue con su: La explosión del Maine causada por una bomba o torpedo. Otros como el New York Tribune optan por la prudencia atribuyendo al estallido causas desconocidas.
Por su parte el diario español Heraldo de Madrid imprime el dieciséis las Opiniones de un Marino buscando analizar las causas: Culpan al combustible de las calderas y al algodón pólvora y la nitro celulosa. El Imparcial también madrileño informa que aunque categóricamente no se sabe nada en la capitanía general les comentan que a las nueve y media por efecto de un incendio en las máquinas eléctricas del Maine han reventado las calderas. En definitiva abogan por el accidente interno desechando cualquier posibilidad de ataque en aguas españolas y es que la situación es frágil y tensa entre los Estados Unidos y España.
El gobierno americano rápidamente crea un tribunal naval para investigar las causas del desastre y después de interrogar a varios testigos y tomar en cuenta el trabajo de los buzos llegan a un veredicto el veintidós de marzo. Casi una semana después el presidente de los Estados Unidos publica los resultados junto a los testimonios del reporte de la comisión.
En su conclusión hubo dos explosiones, la primera causada por una mina submarina levanta la proa de manera perceptible y conlleva a la segunda que es de mayor volumen y poder debido al estallido parcial de dos o más depósitos de municiones en la parte anterior del buque. Su conclusión la basan en un pedazo de metal del revestimiento exterior de la quilla que aparece doblado hacia dentro. La gran incógnita que queda es establecer la identidad de los responsables.
La comisión española llega por su lado a la conclusión de que la explosión en el pañol delantero fue la que ocasionó el hundimiento, que el pañol en cuestión según los diagramas del navío solo contenía pólvora y municiones sin presencia de sustancias explosivas ni artículos de otro índole y que se hallaba rodeado por depósitos que en ese momento contenían carbón bituminoso. Lo único que separaba la pólvora del carbón era un mamparo de metal dejando abierta la posibilidad de que un incendio en la carbonera fuese el factor desencadenante de la tragedia. Para España la única causa es interna y accidental aunque reconocen la necesidad de un examen más detallado del pecio.
Quedan inconclusas y difíciles de probar algunas conjeturas, teorías y testimonios como el de Julius Grieg un inglés que en 1899 cuenta en su lecho de muerte que pocas semanas antes de que llegara el Maine a la Habana varios oficiales españoles piden minas al taller donde trabaja para instalarlas en la bahía y escucha desde otra habitación dar la orden para detonarlas debajo del barco. Grieg fue supuestamente encarcelado en una prisión cubana hasta el fin de la guerra.
En la investigación de la comisión aparece también un testigo que bajo anonimato y ayudado por un traductor describe como en la mañana del quince mientras atravesaba la bahía a bordo de un transbordador oye a tres oficiales, dos del ejército y uno de la marina en compañía de un civil comentar refiriéndose al Maine que todo está casi arreglado en el Club Militar de Prado, el civil pregunta si no ofrece peligro para la ciudad una explosión en la bahía y le responden que de la manera en que se ha hecho explotará abriendo el buque y hundiéndolo inmediatamente.
A la conspiración española no puede faltar la yankee así que definen al capitán del Maine Sigsbee como el verdugo a bordo para llevar a feliz término la “misión” que consiste en plantar una bomba.
Richard Wainwright segundo al mando y el teniente Jungen se encargan de armarla debajo del cuarto de la marinería. Jenkins y Merrit los dos únicos oficiales que supuestamente fallecen en la explosión ya habían muerto baleados por los perpetradores antes de que ocurra por oponerse al asesinato en masa.
Al escenario digno de una película al mejor estilo Hollywoodense faltan detalles que es preferible omitir y que con el solo tecleo de una búsqueda podrían venir a engrosar las filas de ese monte de marabú y títulos rocambolescos en los que todo, absolutamente todo es posible.
Para 1910 el Congreso americano aprueba fondos para reflotar y proceder a la remoción del Maine en el puerto habanero. El trabajo se lleva a cabo por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos y se hace construyendo una ataguía alrededor del naufragio. Esta se compone de varios cilindros de metal rellenos de grava y arcilla los que rodeando al pecio se convierten en un muro de contención una vez bombeada el agua que llena el interior del perímetro.
El barco es liberado de las aguas en noviembre de 1911 y se lleva a cabo una nueva investigación concluyéndose que como en la primera de 1898 la causa era un explosivo externo aunque con una zona de impacto diferente. Recuperados los restos humanos que quedan atrapados en el barco se procede a reflotar el acorazado cortando la proa y sellando el resto. El trece de febrero de 1912 casi catorce años después de la catástrofe el Maine vuelve a flotar en la bahía de la Habana.
A bordo del USS North Carolina acompaña el capellán John Chidwick los restos de treinta y seis marinos, siguen al USS Maine que remolcado por el Osceola pasa por última vez ondeando la bandera de las trece franjas y las cincuenta estrellas frente al Castillo del Morro.
A tres millas frente a las costas de Cuba se oye la melodía The Star Spangled Banner y el corneta despidiendo al Maine hace sonar mientras se hunde “Taps”, las mismas notas de aquella fatídica noche de 1898.
El dieciséis de marzo de 1912 el Maine reposa finalmente a más de un kilómetro de profundidad. Los dos mástiles del acorazado se encuentran uno en la Academia Naval de Annapolis y el otro en el Cementerio Nacional de Arlington en Virginia donde también se entierran la mayoría de los tripulantes, allí se les rinde homenaje en un memorial. También en la Habana se construye un monumento a las víctimas del Maine.
Han pasado más de ciento veinte años y la historia del acorazado continúa despertando pasiones como si los fantasmas del pasado se negaran a aceptar la conclusión de un capítulo. Las opiniones siguen siendo divergentes sobre la causa de aquella innecesaria explosión y de tiempo en tiempo un nuevo trabajo aparece para defender alguna de las teorías.
Si mina o torpedo fueron activados por los irritados elementos recalcitrantes del poder colonial obtuvieron justo lo contrario a sus deseos quedando la isla en poder de los Estados Unidos apenas unos meses después. Los poderes españoles no tenían interés alguno en que estallara una guerra con los Estados Unidos.
Para los independentistas la Guerra Hispanoamericana condujo al llamado Desastre del 98 y cese de la ocupación española reemplazada a partir de 1899 por la de los americanos hasta 1902 quedando la nueva república bajo su supervisión por algún tiempo.
Si accidente fue causado por las carboneras en el lugar inapropiado fueron víctimas del tránsito entre dos épocas donde la modernización de la era industrial fue reemplazando aquellos magníficos veleros que surcaban los mares. La verdad, ella es improbable que se conozca algún día.
Quedan en la memoria los actores de aquel tiempo pasado: William Randolph Hearst propietario del The New York Journal donde apareció un grabado mostrando cómo se amarró la mina al casco del Maine falleció enriquecido en 1951 a los 88 años.
José Canalejas dueño del Heraldo de Madrid y a quien fuera dirigida la carta de Dupuy de Lome, la que robada fue posteriormente publicada por Hearst y ocasionó un conflicto diplomático, falleció de un pistoletazo en 1912.
¿Y William Lambert bombero segunda clase y mejor lanzador del equipo de béisbol del Maine? Murió la noche del quince de febrero de 1898 junto a muchos de sus compañeros.
Quizás reflexionando a estas cuestiones podamos ser capaces de descubrir algún día la fina línea entre la verdad y la mentira manipulada por algún agitador público o el escribano de turno. Quizás hagamos como el inteligente toro que por aquellos días en la Habana puesto ante el dilema de enfrentarse al elefante optó por buscar al “enemigo” mirando el cielo y dejando que el paquidermo se comiera las naranjas que los rabiosos asistentes lanzaban para incitar al odio y la batalla. De aquellos gritos que acompañaron una guerra ¡Recordad el Maine, al infierno con España! quizás podamos aprender para evitar, para despidiéndonos con un Farewell al Maine entendamos que lo que necesitamos son tiempos de paz.
Dis Manibus, Sit tibi terra levis… Espíritus de los muertos, que la tierra sea ligera…
por Alfredo Martínez [Febrero 15, 2020]
Bibliografía y notas
- El toque de corneta o clarín (bugle call) llamado Taps (Toque de silencio) sirve en el ejército de los Estados Unidos para señalar la extinción de luces y el cese de toda conversación ruidosa en los siguientes quince minutos. Se origina como una señal militar que anuncia eventos programados y ciertos eventos no programados en una instalación militar, campo de batalla o barco. en línea: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Tattoo.ogg
- McNeese, T. (2002) Remember the Maine. The Spanish-American War Begins. Greensboro: Morgan Reynolds Publishers Inc.
- Rickover, Hyman G. How the battleship Maine was destroyed. Naval Institute Press, Annapolis, Maryland, 1995 (publicado originalmente en 1976 por Naval History Division, Department of the Navy).
- Elihu Root Collection of United States Documents. [Ser. A.-F.]
- McSherry, P. Battleship Maine. Disponible en: http://www.spanamwar.com/maine.htm [Consultado 14 Feb. 2020].
- Barro Ordovás, A. (2019). USS Maine, 1898. [en línea] Revista General de Marina Junio 2019 – Armada Española. Disponible en: http://armada.mde.es/archivo/rgm/2019/06/cap05.pdf [Consultado 14 Feb. 2020].
- Barton, W. (1922) The Life of Clara Barton: Founder of the American Red Cross, Volume 2. New York: Houghton Miflin Co.
- McClarey, D. (Octubre 3, 2016) Hero of the Maine: Father John Chidwick [en línea] Recuperado de https://www.catholicstand.com
- Message from the president of the United States Transmitting the Report of the Naval Court of Inquiry upon the Destruction of the U. S. Battleship Maine in Havana Harbor
- USS Maine Mast Memorial. (n.d.). Consultado en línea: February 14, 2020, Disponible en: https://military.wikia.org/wiki/USS_Maine_Mast_Memorial
- Horn D’Andrade, M. (Nov. 16, 1998) Remember the Maine, 1898-1998 Disponible en: https://letralia.com/59/en01-059.htm
- Final Report on Removing Wreck of Battleship Maine from Harbor of Habana, Cuba Act of 1913, H.R. 480, 63d Cong. (1914).
- Catástrofe del Maine. En (1898), Memorial de Artillería publicado por este cuerpo. Madrid, España: Imprenta del Cuerpo de Artillería
- “Crónica General, España”. La Ciudad de Dios Revista Religiosa, Científica y Literaria Dedicada al Gran Padre San Agustín. Vol. XVIII, no. 2, enero 1898, pp. 152-155.
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