Ignacio Cervantes por Manuel Márquez Sterling
A su amigo íntimo el Dr. Adolfo Lamar
Acaba de marcharse para el otro mundo un gran artista: Ignacio Cervantes. La noticia, envuelta en las sombras de la noche, corrió por la ciudad como una traición. Produjo un gran desaliento, una tristeza desgarradora, algo así como un gemido en los corazones…
Cervantes era un artista de cuerpo entero, su alma era un amor; su espíritu una intensidad luminosa. Músicos de su clase existen pocos; y son orgullos de la sociedad y del pueblo que los produce. Forman parte de un profundo sentimiento de dignidad nacional. Dan carta de naturaleza a los países mas pequeños, en el universo inteligente.
En el mundo de las bellas artes se sabe que existe Cuba porque se admira a Cervantes; se tienen noticias de Caracas porque brilla Teresa Carreño… ¡La gloria abrazada frenéticamente a la posteridad!
Conocí a Cervantes en sus últimos tiempos; le traté y le quise mucho. Sus cualidades de hombre tenían cierto encanto excepcional; era alegre hasta cuando estaba triste; era afectuoso hasta cunado le mordía alguna desventura. Llevaba una risotada en el alma; y la extendía con ingenua complacencia, por un caos de sonidos ideales, que poblaban su atmósfera de artista.
Conversaba con amenidad , juzga del prójimo con benevolencia, y tenía siempre una frase picaresca é intencionada para salir de uno de esos frecuentes conflictos en que colocan á los hombres bien educados las nimias y vanas preocupaciones sociales.
El piano, bajo sus dedos, se convertía en un paraíso encantado; le arrancaba los acordes mas extraordinarios, las ternura más dulces, los cantos mas inefables. Ejecutadas por él, las obras del genio se hacían más geniales, enardecía ó conmovía, cada vez que se le antojaba; y en uno de sus momentos de inspiración realizaba un milagro más sorprendente: de una lágrima sacaba un rayo de sol; de una aureola pálida de luna, obtenía una luz de bengala.
El piano tiene su alma; y llegan pocos á vibrar en esa alma, y á compenetrarse con ella. Esa era la virtud de Cervantes: la cuerda que herida canta, comenzaba allá en las entrañas del instrumento; y moría en su corazón palpitante y febril. De un bloque de madera muerta, hacía la talla de un Hércules y la sugestión de un dios. Cuando sus dedos se detenían, las ondas sonoras atravesaban el espacio con dulzura, y parecía que llevaban un recado a las alturas, en donde las musas espiaban su genio…
Su musa favorita era Chopin. La poesía del gran compositor deleitaba sus ansiedades de artista: dominaba esa música como un rey. Cuando quería consolarse de las intemperencias de la vida, se ponía al habla con Chopin. Lloraba con él un poco. Se sentía, al comprender el genio magestuoso del supremo artista, grande y fuerte. Y entonces reía con los hombres, acá, en la dura tierra.
Dejaba de ser rey ideal de un pueblo de fantasías, para tomar la forma de cumplido caballero en esta torpe y brutal realidad de la existencia. En lo íntimo, tal vez reflexionara así: “¿Por qué nos habrán hecho tan pequeños cuando pudieron hacernos tan grandes?”.
Cervantes no era sólo un ejecutante maravilloso, que obtuvo un primer premio en el Conservatorio de París; fué también compositor, y como compositor brillantísimo. Interpretó, con originalidad seductora, nuestra cadencia criolla, el sentimiento popular que tiene en sus cantos y en sus trovas una ternura profunda, algo que parece un lamento y que se confunde con un suspiro hondo y prolongado…
Sus danzas, tan amadas, tenían esa dulce y nerviosa complicación de dos tendencias, de dos impresiones y de dos pasiones que se enlazan, que se estrechan, que se confunden y que luego se separan: el alma cubana, con sus quejas rumorosas, con su poesía propia, con su vibración íntima, en medio de una tempestad de risueñas armonías con la valentía de la más refinada cultura musical. El arte excelso aplicado con inefable encanto al arte popular y espontaneo.
Por eso, pudo componer su soberbia Serenata, que es un himno sonoro y enardecedor; sus danzas que son estudios delicadísimos del corazón criollo; al propio tiempo que obras de más vuelo, aunque no más inspiradas: sinfonías bellisimas para orquesta y su ópera inédita y creo que no terminada: Maledetto. Genio con vistas á dos mundos de su arte.
En Europa, Cervantes hubiera sido una gloria más efectiva y más extensa. Reducido su talento á los limites estrechos de nuestro medio, parecía un desbordamiento y un sacrificio. Lleno de ambiciones y de esperanzas, en su juventud, sacrificó sus éxitos y su porvenir al amor filial, poderoso y decisivo en su corazón. Luego, cada vez que hizo una escapada á mundos superiores, regresó colmado de laureles. Salía de la obscuridad y la luz se alegraba al reconocerle.
—Es usted un artista extraordinario— le dije yo una tarde, en que me refería los triunfos de su juventud: —pero es un dolor que se condene á una esfera de acción tan reducida…
No obtuve respuesta. Un instante de tristeza asaltó su alma, en el suave recuerdo de su pasado. Y disipó aquella sombra, llamando con amor, en acordes sublimes, á Chopin, á su amado Chopin.
Algunos meses después, supe que Cervantes estaba enfermo y que se iba á New York en busca de salud. Fui á despedirle formando parte de una comisión del Círculo de Bellas Artes. Iban conmigo Angelina Sicouret, Adriana Billini, Martín Varona y Rodríguez Morey. Cuando le ví, sentí un gran dolor. No me conoció. Su mirada era vaga. SU semblante indiferente.
Había muerto en aquel cerebro de oro, aquella inteligencia de sol. Y otro artista amigo suyo me dió los detalles del caso. Una tarde se sentó al piano á ejecutar un trozo de su poeta favorito; principiaba á apoderarse de su alma la fiebre de la inspiración; y repentinamente inclinó la cabeza y enmudeció Chopin. Acudieron su esposa y sus hijos sorprendidos a auxiliarle.
El gran artista lloraba y sus manos habían sentido el primer acometimiento de la cruel parálisis. Era la llegada del dolor, para la esposa y para los hijos; una avanzada de la muerte que señalaba al músico el camino del otro mundo…
Cervantes no volvió a tocar más. Se despidió de su genio llorando en brazos de Chopin. Y se fué… La noticia, envuelta en las sombras de la noche, corrió por la ciudad como una traición…
M. Márquez Sterling
Mayo 2 de 1905
Referencias bibliográficas y notas
- Márquez Sterling, Manuel. “Ignacio Cervantes”. El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. , 21(19), Mayo 1905, p. 225.
- Fontanills, Enrique. “Ignacio Cervantes”. El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. Año 12, núm. 12, Marzo 1896, p. 141.
- De interés: Historia de la Música Cubana de Concierto
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