Una leyenda matancera: La Cueva del Indio. Saliendo de la poética Matanzas, y tomando el camino del estero que conduce al interior del valle; cuando se han dejado atrás las últimas casas, como nidos de palomas desparramadas sobre las altas cumbres que circundan la ciudad, lo primero que encuentra el viajero a su paso, a poco que camine, es el Abra;
—La puerta natural del valle, donde talmente parece que ha sido abierta la montaña para dar paso al rio Yumurí, que cruza entre los dos altos farallones, para verter el caudal de sus aguas, un poco más allá del puente de la Concordia, en la espaciosa bahía, cuyas olas besan blandamente una playa coqueta donde gallardo bergantín tiende sus blancas velas como gaviota herida.
Entre el río Yumurí y el farallón de la izquierda, serpea el tortuoso sendero que conduce al valle. Unos cuantos metros que se camine, y pasada el Abra, (que es como si dijéramos franqueada la entrada), nos encontramos en el valle.
Entonces, asombrado se contempla el espléndido panorama que se desarrolla ante nuestra vista. El valle, con su exuberante vegetación, sus airosas palmeras luciendo allá, a lo lejos, el enorme abanico de sus hojas, y todas las bellezas con que la sabia naturaleza ha sabido dotar a la gentil Yucayo.
¡La belleza del paisaje es tal, que puede asegurarse que no hay nada en el mundo más hermoso, ni mano de artista bastante hábil que pueda reproducirlo en un lienzo!
Recréase la vista deliciosamente asombrada y el alma se expansiona en aquellos lugares, donde se goza de una constante y fresca brisa, que embalsaman con sus olores las silvestres florecillas, y se contempla un cielo azul purísimo y lleno de luz.
La soledad y el silencio es imponente; silencio que sólo turba el murmurar del rio, cuyas ondas de plata entonan la eterna queja de sus incomprensibles tristezas contra la inerte roca, y el doliente susurrar de las palmas que crecen al pie de las montañas, cuyas siluetas dibújanse en el horizonte, que el crepúsculo envuelve en ondas azules y rosadas.
La Cueva del Indio está situada en la altura del farallón izquierdo del Abra; para llegar a ella hay que subir por un estrechísimo camino, y esto, asiéndose de las ramas de los arbustos que nacen en las hendiduras de los peñascos.
Nada de particular tendría dicha cueva si no fuera la antiquísima leyenda que le ha dado nombre, y la cual ha sido transmitida hasta nosotros de la siguiente manera:
Mucho tiempo antes de fundarse la ciudad de Matanzas en el lugar en que estuvo el pueblo indio Yucayo, habitaba esta cueva el último vástago de la tribu indígena que poblara el valle, el cual, no queriendo sucumbir a la cruel esclavitud a que eran sometidos los indios que caían en manos del colonizador, prefirió quitarse la vida, arrojándose desde lo alto de la cueva al río, y profiriendo antes de hallar sepultura en su fondo, la palabra Yumurí, nombre con que más tarde se designó el valle y el río, que en los negros y rojos peñascos de su orilla, nos parece recordar con su color de sangre y cieno, el trágico fin del valiente siboney.
Arturo Potts
…Y hallarás en los caminos,
De estas cavernas sagradas,
Lágrimas petrificadas,
De los indios yumurinos.—Juan Ceras Quevedo
Bibliografía y notas
- Potts, Arturo. Una leyenda matancera. La cueva del Indio. Revista Cuba en Europa. Año IV, núm. 83, 30 de septiembre 1913, pp. 6-7.
- Historias y leyendas maravillosas de Cuba
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