Medardo Vitier presentado por Agustín Acosta desde El Fígaro en 1914. Hay una aristocracia entre los hombres, una natural jerarquía cuyo imperio se manifiesta insensiblemente y que es, sin duda, más noble que el abolengo genealógico. Es la aristocracia del talento, los blasones de la sabiduría.
No hay lises más ilustres que los que florecen en los campos de la inteligencia. Se imponen por su propio valer, no por el simbólico y convencional, productos de tradiciones más o menos desfiguradas y casi siempre lustradas a través de los años.
Hacer que la sociedad se incline ante magnates por el hecho de ser éstos quienes dan o quitan preminencias, es en verdad cosa que a diario vemos. Aristocracia baldía que no produce […]ses, sino vegetales para sabrosos cocidos.
Hacer que los hombres consideren y respeten la aristocracia de Mammón como la más poderosa sobre la tierra es en este siglo cosa frecuente ya que el poderoso caballero de que nos habló el gran satírico español Francisco de Quevedo es sésamo que abre las más obstinadas puertas. Aristocracias accesibles al común de los hombres son estas.
Suponen sacrificios y voluntad, constancia tesonera y la caricia de ala de la suerte. Tienen de divina aquello que les concede la ignorancia o el temor de los hombres que la adoran y la desean. Ignoran la púrpura gloriosa y tienen cara de burguesa.
En cambio, aparece vestida de oro y de púrpura, en la gloria de su eterna juventud, la aristocracia que lleva bordada una Minerva en la seda del estandarte. Hay que abrirle paso, porque será arrollado quien obste la majestad violenta de su avance. Hay que abrirle paso. Ved, si no, cuán lejos va la juventud de ahora, en pos del estandarte.
No mira a la vera del camino en donde rosas engañosas embalsaman el ambiente. Ella sabe que esas rosas morirán en el crepúsculo, y camina en blanca teoría hacia la cumbre donde los lises son inmarcesibles y hablan a veces con los astros. Bien vaya la noble caravana del talento. Como la caravana de Rubén Darío, pasa hacia el lejano Belén. Allí son más vastos los horizontes, y hasta parece que la tierra es cosa aparte del universo que allá adentro han forjado el ensueño y su amiga, la sabiduría.
Ved aquí a un porta-estandarte de la juventud que asciende hacia la gloria. Es joven y modesto. Su talento vigoroso es tan grande como la ingénita bondad de su corazón. Hombre virtuoso, hombre sereno y sincero, lleno de luz interior, que alumbra las obscuridades del sendero que pisa. No nació en Matanzas, ¡ay! y cómo lo sentimos los matanceros! El sería nuestra gloria mayor, legítima y pura.
Verdad es que aquí está hace muchos años; que aquí ha creado una familia; que Matanzas lo considera, para gloria de ella, como hijo suyo.
Vedlo: tan grave, tan silencioso, tan inteligente y tan espiritual. ¿Quién no se sentiría orgulloso de él? A tres grandes concursos ha llevado su talento y en todos ha triunfado. El primero fué en el Colegio de Abogados, de la Habana, en el cual le premiaron su obra “Martí”; el segundo, fué en Santiago de Cuba: concurrió al premio de pedagogía y triunfó, mediante un brillantísimo y conceptuoso trabajo.
Ahora, es uno más resonante: premio de quinientos pesos y medalla de oro por su obra “Luz Caballero” en el Colegio de Abogados, de la Habana. Esto, en tres años consecutivos.
Conozco todas las obras de este joven, desde su primer libro“ Reflejos” hasta el último, victorioso.
Ahí va su nombre: se llama Medardo Vitier. Un nombre predestinado por su belleza para ser muy prestigioso en el mundo de las letras y de la filosofía. Lleva un comienzo de gloria que vaticina futuros ubérrimos.
Yo ruego que todos los lectores de este artículo lean las líneas que Vitier ha escrito. Es poeta, pedagogo, filósofo, crítico, y sobre todo, señores, tiene un grande, un inmenso corazón.
Eso no será bastante para triunfar en medios como el nuestro tan dados al relumbrón o al sonido de fanfarrias, pero es suficiente para ganar todos los corazones y para acostumbrar a todos los ojos a que, al escuchar su nombre, miren hacia arriba…
Agustín Acosta
Matanzas, enero 1914.
Con este artículo de nuestro joven y distinguido colaborador, el brillante poeta Agustín Acosta, presentamos a nuestros lectores a Medardo Vitier, joven también, cuyo talento y cultura hacen que su nombre se pronuncie ahora entre elogios.
En el reciente concurso del Colegio de Abogados, acaba de obtener una medalla de oro y quinientos pesos, como premio a su trabajo acerca de don José de la Luz y Caballero.
Estudioso y entusiasta, es uno de los más notables escritores nuevos.
En el próximo número publicaremos un trabajo que nos ha enviado desde Matanzas —su ciudad adoptiva— acerca de Bergson, el ilustre filósofo francés.
Bibliografía y notas
- Acosta, Agustín. “Medardo Vitier.” Revista El Fígaro. Año XXX, Núm. 5, 1 de febrero 1914, p. 51.
- Escritores y poetas: de Cuba y del mundo.
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