
En Cuba, los mercaderes exóticos, y muy especialmente los comerciantes chinos, han disfrutado siempre de grandes prestigios: en sus manos estuvo durante mucho tiempo el más artístico de los comercios: el de quincallas y bisutería fina, perfumes y abaniquería. Tranquilos junto a sus escaparates, los mercaderes chinos, olorosos a sándalo, expendían los productos de su industria con cierto aire de superioridad realmente encantador.
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