Un caso de telepatía en Leyendas de la Habana antigua (De La Revista Espiritista de la Habana). El señor López de Briñas, un apreciable escritor cubano y redactor del diario político de mayor circulación en esta isla, La Lucha, viene publicando en el periódico ilustrado El Fígaro1 una serie de interesantísimas leyendas de la Habana antigua.
La que tenemos á la vista, la que lleva el número VIII, se refiere á un caso de telepatía, de que dá cuenta el señor López de Briñas con gran naturalidad y sin ningún asombro, por más que las cosas que tienen relación con el espiritismo, son á su juicio, simples chifladuras.
He aquí la leyenda, sobre la cual llamamos la atención de nuestros lectores:
Al lado de mi casa, en el número 27 de la calle de San Rafael, vivió durante algunos meses un tío de mi madre. Tocóle un premio de 25.000 pesos de lotería, y el mismo día que cobró le robaron.
Con este motivo, el tío decidió mudar de habitación y halló en seguida la de un joven camagüeyano —que había heredado recientemente― y que hacía mucho tiempo deseaba habitar aquella en que vivía mi tío.
Cambiaron, pues, de viviendas, y vino á la casa número 27 el joven Max… (no recuerdo su nombre, y aún en su apellido guardado las reservas que me impone una discreta conveniencia.)
Era casado, hacía seis años, con una hermosa bonísima joven mejicana, y tenía dos niñas: de cinco años una, otra de tres. Estas personas y una criada negra-esclava criolla, pero colocada por sus amos en aquella casa —constituían nuestros nuevos vecinos.
Establecióse enseguida conocimiento, y se cambiaron entre ellos y entre nosotros algunas visitas de cortesía, llegando á la intimidad por un incidente baladí, pero que he de referir porque da idea cabal de las costumbres de aquella época.
Recién mudados Max… y su señora, salieron una noche de paseo con los niños, dejando al cuidado de la casa á la criada. Aprovechó esta la ausencia de la familia, y haciendo un lio con su ropa sucia, pensó llevarla á una comadre suya para que la lavase. Cerró la puerta y con su bulto á la cabeza llegó á casa y dejó la llave, por sí los amos regresaban antes que ella, explicando el motivo de su inesperada salida.
Pero apenas llegó á la esquina, la detuvo el sereno. En aquella época (hasta el 1865) no podían transitar los negros, ni los hombres de mala facha por las calles de la Habana —desde que se tocaban las oraciones— con bultos ni carga alguna sin ser detenidos por los serenos. Les hacían abrir los bultos, explicar su procedencia, su destino, etc., y á la menor sospecha, iban á la comisaría. Esto sucedió á la pobre Petrono, y mi padre —invocado por ella— tuvo que ir á hablar con Quirós, abonar por la esclava y llevarla á casa.
De aquí partió una gran familiaridad con los vecinos, hasta el punto de que, poco después, el joven Max… que deseaba terminar en París sus estudios de Medicina —aprovechando la herencia que había recibido— dejó recomendadas su señora y niñas á mi padre y marchó solo á la soberbia capital europea.
Trascurrió cerca de un año, y una noche en que acababa Facenda de practicar en casa una experiencia de sonambulismo lúcido —apareció desolada y trémula la morena Petrona, que asomada á la reja de la ventana gritó á mi padre:
— ¡Niño Felipe! ¡Corra sumersé, que á la señora le ha dado una cosa!
Allá corrió mi padre, y tras él, José Victoriano Betancourt, Ramón Montalvo, Pepe Fornaris, Manuel Costales, Lorenzo Cabrera y todos los hombres que había en casa, mientras mi madre y mis tías buscaban en los tocadores agua de Colonia, vinagres y cepillos, para sacudir el accidente con sales y fricciones.
La señora de Max… había arrojado un grito de espanto y se había desmayado, mientras columpiaba en una de las mecedoras del estrado, á su niña mayor que se había dormido en su regazo.
A poco de acudir en su auxilio, volvió en sí y rompió á llorar desconsoladamente. Calmáronla, y se la interrogó.
— Me disponía á llevar á la niña á su cama —dijo la señora cuando he visto entrar á Max… por la puerta de la calle, vestido de negro y sin sombrero… me ha besado la frente… luego, ha besado á esta niña en la boca… y ha entrado hacia los cuartos… ¡Registren ustedes por Dios! ¡Max… está ahí!
Quedáronse algunos disuadiéndola de su ofuscación, y otros disponíanse ya á registrar las habitaciones, cuando salió del segundo aposento la niña menor, refregándose los ojos con ambas manecitas y helando la sangre en las venas á cuantos la escuchábamos.
— ¡Mama, mamá! ¡Papá me ha despertado; me ha dado un beso en la frente y se ha escondido detrás de la cómoda!
La señora Max… dió un grito y volvió á perder el sentido…
Se registró toda la casa inútilmente. Aquella noche se quedó á dormir, en compañía de la señora Max… mi tía Angela.
José Victoriano que, era supersticioso y devoto de las ideas de Mesmer, y que defendía con calor la relación secreta de las almas con un mundo invisible, apuntó cuidadosamente la fecha y la hora del suceso.
Yo conservo ese apunte, escrito al dorso del borrador autógrafo de una elegía que dedicó á Miguel de Cárdenas y Chávez, —con motivo de la muerte de su madre doña Paula,— aquel buen Victoriano, tan querido y tan cariñoso.
Un mes después, por la mala (correo) inglesa, recibió mi padre una carta escrita en París, el mismo día del suceso, cuatro horas antes de la aparición de Max… á su señora, en que se despedía él de aquella y le rogaba le perdonase tal olvido de su amor y el de sus hijos.
Le habían abofeteado é iba á batirse. A esa lúgubre carta, acompañaba otra de uno de los testigos de Max… en la que explicaba que cumplía instrucciones del malogrado joven, al dirigir las cartas á mi padre. Apunten el hecho los espiritistas y perdonen mis lectores la fúnebre leyenda.
Bibliografía y notas
- López de Briñas, Felipe. “Leyendas de la Habana Antigua. Un caso de telepatía”. El Sol. Año IX, Núm. 586, 2 de julio 1894, pp. 183-185.
- “Felipe López de Briñas”. El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. Abril 23, 1899, p. 103.
- En El Fígaro aparece titulada como: La Leyenda Ofrecida. ↩︎
Deja una respuesta