

Federico de Monteverde y Sedano. Un viajero ilustre en la Habana. Un viajero, ilustre en verdad, ha llegado a la Habana; un hidalgo cubano, hijo de Camagüey, el General del Ejército español don Federico de Monteverde y Sedano, tan conocido como bien visto en nuestra sociedad, de la que realmente jamás se desintegró.
El Diario de La Marina solicitó una entrevista, deseoso de brindarla a sus lectores, en la seguridad de que habría de resultar sumamente interesante, especialmente grata, por la índole personalísima del caballeroso entrevistado.
Entrevista amablemente concedida con su peculiar afabilidad —que hace olvidar, en todo momento, la condición marcial de don Federico de Monteverde, que palpita y luce en su brillante hoja de dilatados servicios militares, pero que se esfuma durante la conversación sugestiva, siempre, en fuerza de su gentilidad exquisita:
Que no en balde se escucha en él a un Gentil Hombre de la Corte española. Fuimos gozosos a la entrevista, gustando de antemano el honor de la visita, hecha en su residencia provisional del Vedado, calle 10 número 3, casi junto al mar.
Aunque para los más de los lectores del Diario de La Marina, de quien es un antiguo y consecuente amigo, es bien conocida la por muchos conceptos ilustre personalidad del General Monteverde, nos place ofrecer aquí algunos de sus rasgos biográficos, obtenidos al correr de la charla con él sostenida, merced, tanto como a su amabilísima complacencia, a su prodigiosa y feliz memoria, una de las tantas virtudes que alhajan su clara Inteligencia.
Nació en la histórica Camagüey en 19 de Junio del año 18581, no cubano por accidente, sino, como él nos decía ufanamente ayer:
—Criollo y rellollo, hijo de cubanos, siendo por mi estirpe materna una familia de abolengo cubanísimo, rica casta de letrados, carrera que siguió también mi hermano Manuel, que era —al fallecer— Presidente de Sala en esta Audiencia, habiendo desempeñado antes, entre otros cargos de la magistratura cubana, el de Fiscal del Tribunal Supremo.
—Pero, siguió nuestro ilustre entrevistado, también era tradicional en nuestra familia la carrera de las armas y esa tendencia se reveló en mí, desde niño, por vocación heredada de uno de mis abuelos, nativo de Canarias, que vino a Cuba con funciones jurídico militares como “Justicia Mayor” que fue aquí, después de hacer alcanzado el grado de Coronel a los 22 años, combatiendo en España la invasión napoleónica, perdiendo en la Batalla de Villafranca del Bierzo el brazo derecho, tronchado por el plomo francés.
En Filipinas. Frente a Maceo.
— ¿Y usted General, ha sido herido? —Sólo una vez, en Filipinas, en la campaña contra los tagalos, el 17 de Febrero, de 1897, replica con la presteza y seguridad que podría darle la lectura de la cita, en la batalla de Muntin-Hilo—Cavite—donde caí atravesado por un balazo.
— Allí, seguramente conocería usted al hoy Presidente del Directorio. General Primo de Rivera. — Allí y antes aquí, precisamente en la batalla de Peralejo —era él entonces capitán, como yo y desde entonces siempre hemos sido íntimos amigos.
—Brava pelea, con Maceo ¿no? —Con mi amigo el General Maceo, pues él —como es bien sabido —era en la paz cordial y sincero amigo de los Generales españoles, como lo era de Lachambre, de quien yo era entonces ayudante.
—Y convecinos en el Hotel Inglaterra ¿verdad? —Exactamente; bien lo recuerdo. —Como lo recuerda usted todo. General, dicho sin lisonja. —Y recuerdo que en aquella época, acaso más que en otra alguna, la Acera del Louvre era una “vorágine”; aquellos “muchachos” salían a duelo por día, todos los días.
Seguir la conversación al General Monteverde no es trabajo alguno, es sencillamente, un encanto.
Lo difícil es interrumpirle, ya que su palabra promete y avisa a cada instante algo de mayor interés. Pero… teníamos que “tomar el hilo”, tan fácil de perder en el trance de escuchar a un sugestivo y sugerente causseur como este ilustre camagüeyano.
Vida militar. Guerra de África.
—¿Y su ingreso en la carrera militar General? —Ingresé aquí, en la Habana, en la Academia de Cadetes, a los 14 años; ya ve usted, hace 52 años.
—¿52 años? —Ni un día más, por virtud de las actuales disposiciones, cuando ocupaba ya el número 1 en la escala de los Generales de División, que por cierto ahora lo ocupa el general Martín Alcoba, muy amante de Cuba y casado con una cubana, a quien también cortará su carrera militar la actual reducción que sufren los escalafones en España.
Ahora, con licencia, me hallo en situación de “Primera Reserva”.
—¿Hacía mucho que faltaba usted de Cuba, General? —Desde el año 1916. A fines del 15 ascendí a General de Brigada en que a virtud de licencia vine para visitar mis familiares, no pudiendo permanecer en mi tierra más que unas semanas, por haber sido destinado a operaciones en Melilla, con el cargo de Subinspector del Ejército, en el que ya había servido de Coronel.
—¿Le alcanzó allí el desastre de Annual? —Afortunadamente, no; hasta pocos meses antes si estuve con el infortunado General Silvestre —aquel bravísimo cubano —de quien fui el segundo, cuando los avances a Dar Drys, Tarfesit, Buhafra, etc.
—¿Cómo cesó su mando en Marruecos? —Fui nombrado en 1918 para estudiar la marcha de la Gran Guerra Europea y pasé agregado al Ejercito americano, teniendo, entonces la fortuna de realizar tan importante estudio.
—De la espantosa tragedia. —Y tanto.
En la Gran Guerra.
—¿Cuál fué la más sangrienta jornada por usted presenciada allí, General?
La más terrible de todas, sin duda; la gran batalla de Chateau Thierry en donde el 18 de Agosto de 1918, perecieron 152,000 hombres y resultaron heridos otros 162 mil de los ejércitos aliados.
—¡Qué recuerdo! ¿Verdad?
—Es eso, espantoso, a fe . Pero, verá usted cómo en medio de aquel infierno de destrucción y muerte, tuve también mi recuerdo en Cuba, como siempre, en verdad. Vivaqueamos aquella trágica noche, reunidos en uno, el Estado Mayor francés del General Mangín, el del inglés Wilson y del americano Bullard, que estuvo aquí cuando la intervención.
—Se habló de Cuba, segúramente.
—Hablamos ¡cómo no! Y allí mismo el General Bullard y yo enviamos dos tarjetas postales al hoy Magistrado Armisén, ¡y las recibió el Licenciado!
—¡Muy curioso!
Y recuerdo también que aquella noche —y esto no debe parecer reclamo subrayo irónicamente el General Monteverde con franca sonrisa —Bullard nos obsequio con tabacos “Romeo y Julieta”, lo que me sugirió la idea de pedirle el cajón, vacío por supuesto, para enviarlo como “souvenir” a mi amigo Pepín Rodríguez, que también lo recibió en la gerencia de la fábrica.
— ¿Y quedó usted satisfecho de su misión en la Gran Guerra?
—Yo aspiraba a que el Estado Mayor español quedara satisfecho de mi labor y así parece haber sido, pues está acordada la publicación de la “Memoria” que al regreso presenté sobre lo hecho en aquella contienda gigantesca por el Ejército americano, cuya organización —en pie de paz— ya conocía por mi actuación como Agregado Militar a la Embajada de España en Washington, donde serví en 1909.
El año infausto. A Marruecos.
—¿El año infausto para España en Marruecos?
—El mismo. Lo acaecido en el funesto “Barranco del Lobo” me movió a solicitar mando en Melilla al Gobierno de S. M., obteniéndolo, para hacer en Marruecos todas las campañas de los años 9 y 10; también hice algo para Cuba…
— ¿Para Cuba?
—Para la Habana misma: la fachada del Colegio de las Ursulinas, que proyecté en África, lo que se percibe en su estilo.
—Evidentemente. Pero ¿Cuántas profesiones tiene usted, General? —preguntamos irrefrenablemente curiosos ante este polivalente hombre de ciencia y de armas.
—La verdad, varias. Todas estudiadas en Cuba, —nos replica al punto el General Monteverde, con inconfundible y muy legítimo orgullo.
Vida académica intensa.
—En la Universidad de la Habana —siguió él —cursé la carrera de Leyes, graduándome Doctor en Derecho Civil y Canónico, luego en Filosofía y Letras y luego en Ciencias Físico-Matemáticas.
—¿Nada más, General?
—Algo más, sí. En la Escuela Profesional, entonces en la calle Aguiar, estudié varios peritajes —mecánico, químico, agrícola. —y me recibí Maestro de Obras, profesión que ejercí aquí un buen tiempo, cuando no éramos más que cinco, en la Habana.
—Y de ellos…
—Sólo quedamos dos: el actual Secretario de Obras Públicas, doctor Aurelio Sandoval, mi viejo camarada, hoy Catedrático de Ingeniería y yo.
—Entonces ¿Qué intelectual de los profesionales de ayer no es compañero suyo?
—Ciertamente: todos; Bustamante, Dolz, la “élite” de hoy. Lanuza entre los idos…
—Maestros, casi todos.
—Y entre ellos uno que lo fué mío y que aun sigue prestigiando el Profesorado, tras cuarenta años de sacerdocio, a quien siempre recuerdo con acendrado afecto, don Claudio Mimó.
—Don Claudio, aun sigue, infatigablemente.
—Deseo vivamente volver a abrazarlo, tan pronto reanude mi vida social, una vez me halle instalado del todo.
—¿Permanecerá usted aquí mucho tiempo, General?
—Lo menos un a ñ o, creo y o. —¿Nada le reclamará en España? — No lo espero. España seguirá normalizando, mejorando, y redimiendo su situación, seguramente.
—¿Por la obra que realiza el Directorio?
La obra del Directorio.
—El Directorio —arguye sin vacilar el General Monteverde—, ha venido a salvar a España, cuando la situación era ya angustiosa, cuando ya reinaba un desbarajuste total, en todos los órdenes de la Gobernación del Estado español, al punto de que ya no existía conciencia española, por obra de los altos políticos habituales prevaricadores, iniciada una franca descomposición social y administrativa, germen formidable de la indisciplina militar que ya asomaba, viéndose colmada la medida, como es sabido, cuando los militares pedíamos una reforma en tal marcha, una seriedad, equidad al menos, justicia tan solo, en la aplicación de las leyes.
—Todo fué en vano.
—Hasta la memorable noche del 13 de septiembre, en que siendo yo Gobernador Militar de las islas orientales canarias, el entonces Ministro de la Guerra preguntó a todos los Jefes de Distrito si el Gobierno podía contar con nosotros.
—Y la contestación fué…
—Muy clara y expresiva: “Garantizamos la seguridad pública, estamos al lado del Gobierno y con el
Ejército puede contar Su Majestad para el bien de la Patria”.
—¡Réplica espartana, digna de un General Español!
—En aquella noche memorable, cuando Primo de Rivera, contemplando la trasmisión de las palabras del Ministro, por telégrafo Morse, dejó inconcluída la orden presentida de entrega del mando, cortando con el dedo la cinta de papel que había sido, hasta ese instante, simbólico vínculo con el Gobierno constituido.
—Y ¿está también contento el Ejército de esa obra del Directorio?
—Lo está, plenamente, sin reservas, cada día más compenetrado con el pueblo español en el deseo de que perdure esa obra, porque ve en ella la deseada salvación de la Patria.
—Deseemos que acierte…
Labor titánica. Depurando…
—Es posible que el Directorio, esto es, los nueve Generales que lo forman —todos excelentes amigos míos —se equivoquen, errare humanum est… pero —y esto es lo primordial —rectifican, porque es incontrovertible que tienen fija la vista en esa anhelada salvación de la Patria y en el bienestar de España.
—Dios ha de ayudarles.
[…]
Una cifra curiosa.
—Usted me pidió antes un episodio y yo le voy a brindar una cifra, muy curiosa y que explica el fervor vocacional de los criollos por la carrera de las armas.
—Somos todo oídos.
—Intervine, allá por el año 1907, en unos trabajos estadísticos en el Ministerio de la Guerra y pude conocerlo. De -10 220 Generales, Jefes y Oficiales del Ejército Español eran nacidos en Cuba, Filipinas y Puerto Rico…
—¿Más de mil?
—3001, casi la tercera parte.
—¡Sí que es significativo! ¿Qué no sería en 1898?
—Imagíneselo.
Era tan excesiva la contribución que impusimos a la caballerosa afabilidad del General Monteverde que,
sin meditar la aparente irrespetuosidad, quedamos de pié.
—Un ruego, General, el fotografo espera.
—Que pase, con mucho gusto.
Cuando durante diez años ha sido “uno” periodista no se puede olvidar lo que a la prensa se debe.
—¿Reincidirá usted, General?
Bello y gran honor.
—Tal vez. Ya he sido invitado a ello. Pero, si lo resuelvo, volveré a las filas periodísticas, formando entre ustedes, en el Diario de La Marina, a quien considero desde los tiempos difíciles en que conocí y aprendí a querer al inolvidable don Nicolás Rivero, tan excelente amigo mío, como el mejor adalid de prensa que labora en tierras hispano-americanas, por los fueros de la Raza.
¡Bello y gran honor, General!
Quico nuestro simpático redactor gráfico, ha preparado ya el magnesio.
—Cuando usted guste, General. —Ahora mismo. Gracias mil.
Sublime escena final.
La explosión del magnesio ha hecho un efector singular en un querubín. Cecil. nietecito del General, que anhelante, llega y pregunta:
—¿No te han matado abuelito?
Esto lector, escena de epílogo impresentido vale más, mucho más que lo aquí escrito, porque retrata, lo que es el hogar del General Monteverde y lo que éste es en su hogar.
Un Ídolo.
Al que deseamos todas las venturas, en su tierra natal.
R. Oliveros. (Junio, 1924)2
Notas de interés
Dolorosamente ha repercutido en toda la buena sociedad de la Habana, en la que se distinguió por sus virtudes cristianas y su exquisita y discreta educación, el sensible fallecimiento de la que fué en vida caritativa señora doña Micaela Sedano, viuda de Monteverde.
Fue amantísima madre de nuestros queridos amigos don Federico de Monteverde, coronel del ejército español y de doña Dolores de Monteverde de Fernández, á quienes, como á los demás deudos, acompañamos en la justa tristeza que los agobia, así como á nuestro antiguo y bien querido amigo el excelentísimo señor don Rosendo Fernández, hijo político de la finada, por cuyo descanso eterno rogamos á Dios.3
Al cadáver de la respetable matrona se le dará esta tarde, á las cuatro, cristiana sepultura en el Cementerio de Cristóbal Colón, saliendo el cortejo de la casa número 20 de la calle del Tulipán, en el barrio del Cerro.


Noticias Militares. El coronel de infantería Federico de Monteverde Sedano ha sido trasladado á la vicepresidencia de la comisión mixta de Reclutamiento.4
Esquela fúnebre de don Rosendo Fernández y Gamoneda en la que se menciona a la familia De Monteverde. Su esposa y viuda Dolores de Monteverde y sus hermanos políticos Federico de Monteverde, Sor Fausta de Monteverde y el R. P. Fr. Carlos de Monteverde.5


Felicidades (1922). Celebra hoy sus días el Vicario Provincial de los Carmelitas en Cuba M. R. P. Carlos María Monteverde. hijo ilustre de Cuba y de la Orden del Carmen. El P. Carlos es hermano del General de División del Ejército Español Exmo. Sr. Federico de Monteverde, actual Gobernador de las Islas Canarias.6
Federico de Monteverde Sedano casó en la Catedral de Matanzas el dos de agosto de 1885 con la distinguida dama Mariana Tió y Cárdenas. Nacieron de esta unión Luz de los Ángeles y Manuel Federico Monteverde y Tió quien falleció (Q.E.P.D) en su niñez.7
Luz de los Ángeles Monteverde Tió casó en la Catedral de Matanzas el 29 de abril de 1907, con Arturo Goudie y Crowford. Tuvieron por hijos: a Alicia; a Lily; a Luz de los Ángeles; a Mariana; a Manuel Federico; a Arturo; a Juan; a Cecil, y a Elsie Goudie y Monteverde.
De sus hijos Arturo Goudie Monteverde fue un elegantísimo clavadista y campeón nacional de Varadero. Aparece en la foto que acompaña este párrafo y lo muestra ejecutando una tirada de espalda en preparación para el evento de diving del III Carnaval Acuático de Relevos, el gran “meet” del sábado tres de septiembre 1938.8


Distinguida viajera (1923). La hija de un prócer español. La señora Luz Monteverde de Gaudie, primogénita del Capitán General de las Islas Canarias, Don Federico de Monteverde, y de la muy distinguida dama matancera Doña Mariana Tió y Cárdenas. Llegó a la Habana antier. Acompañada de sus lindos hijos.9
Una deliciosa temporada ha pasado en las Canarias la señora Gaudie, donde se tiene adoración por el bravo militar español que hoy ocupa la más alta dignidad en aquellas Islas. El cronista envía su más afectuoso saludo a tan distinguida viajera.
El general Monteverde (1930). Federico de Monteverde. General español. Después de largos años de residencia en la ciudad matancera se ha trasladado desde ayer a esta capital (Habana). Deja a Villa Mariana definitivamente quien llegó en su carrera, de la que ya está retirado, a ser del Cuarto Militar del Rey Alfonso XIII, cargo que ha sido el primer cubano que ha desempeñado.10
Viene con su familia. Entre esta su hija Luz. Con la señora Luz Monteverde de Goudie viene a figurar en esta sociedad su primogénita. Mariana (Bebita) Goudie. Linda señorita.


Mariana (Bebita) Goudie Monteverde (1932).11 De mí on dit de ayer. El ultimo compromiso. Es el de la linda Bebita Goudie y Monteverde, nieta del general Federico de Monteverde Sedano, bellísima señorita que será pedida en la tarde de hoy por el correcto teniente del Cuerpo de Aviación del Ejército de Cuba Alberto Juarrero y Erdmann.
La petición la hace el doctor (abogado) Eugenio Juarrero Barquinero, padre de Alberto, ante los padres de la lindísima Bebita, los distinguidos esposos Arturo Goudie Crowford y Luz de los Ángeles Monteverde Tió. Recibirán después a sus amigos, en horas de la tarde.
En el libro de Oro de la Sociedad Habanera (1946) Federico Monteverde y Sedano reside en la Habana, Calzada número 1217 esquina a 20, Vedado y responde al teléfono F-5036.
En 17 de julio 1947 aparece todavía mención y dice así: Entre los Federicos el ex-capitán general de las Islas Canarias, don Federico de Monteverde y Sedano, hijo del legendario Camagüey. Felicidades.12 En esta ocasión Manolo Jarquín, cronista matancero le felicita por su cumpleaños. Nótese que en entrevista de 1924 se menciona el 17 de junio día de su nacimiento. En cuanto al año de su nacimiento vea la nota 1. La fecha exacta de su nacimiento requiere consulta del certificado de bautismo.
Bibliografía y notas
- Doctor Federico Monteverde y Sedano, bautizado en la villa de Puerto Príncipe, parroquia de la Soledad, el 12 de mayo de 1857. Así dice en Historia de Familias Cubanas, entonces no puede haber nacido en 1858. ↩︎
- Oliveros, R. “Interesantes manifestaciones del general español D. Federico de Monteverde, hijo de Camagüey”. Diario de La Marina. Año XCII, núm. 169, 19 de junio 1924, pp. 1, 16. ↩︎
- “Necrología. Micaela Sedaño Vda. de Monteverde”. Diario de La Marina. 23 de abril 1909, p. 4 ↩︎
- “Noticias Militares”. Las Provincias. Diario de Valencia. Año XLIV, núm. 15.6 80, 23 de agosto 1909, p. 2 ↩︎
- “Esquela fúnebre”. Diario de La Marina. Año LXXXIL, núm. 254, 12 de septiembre 1914, p. 12 ↩︎
- “Felicidades”. Diario de La Marina. Año XC, núm. 295, 4 de noviembre 1922, p. 18 ↩︎
- Santa Cruz y Mallén, Francisco Xavier. Historia de Familias Cubanas. Vol. IV. Editorial Hércules, 1943.
↩︎ - “Arturo Goudie”. Diario de La Marina. Año CVI, núm. 206, 28 de agosto 1938, p. 18 ↩︎
- Jarquín, Manolo. “Matanceras. Distinguida viajera”. Diario de La Marina. Año XCI, núm. 6, 6 de enero 1923, p. 12 ↩︎
- Fontanills, Enrique. “Habaneras. El general Monteverde”. Diario de La Marina. Año XCVIII, núm. 299, 28 de octubre 1930, p. 7 ↩︎
- Fontanills, Enrique. “Habaneras. Ultimo compromiso”. Diario de La Marina. Año C, núm. 92, 1 de abril 1932, p. 7 ↩︎
- Diario de La Marina. Año CXV, núm. 168, 17 de julio 1947, p. 14. ↩︎
- De Monteverde y Sedano, Federico. La División Lachambre. 1897. Madrid, Librería de Hernando y Co., 1898.
- Personalidades y negocios de la Habana
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