Páginas desconocidas u olvidadas de nuestra historia: La Exhumación de los Restos de Maceo y Gómez en El Cacahual el 17 de septiembre de 1899, por Emilio Roig de Leuchsenring.
No era posible que entre los homenajes tributados a los apóstoles, héroes y mártires de la libertad cubana, en esos los días inmediatos al cese de la dominación española, nuestro pueblo olvidara a quien, con Máximo Gómez Y Calixto García, compartió la suprema dirección del Ejército Libertador, distinguiéndose, además, de manera singularísima por sus dotes extraordinarias de mando, por su valor, por su pericia militar, por su integridad de carácter, por su pureza de ideales y por su inmaculado patriotismo: el general Antonio Maceo.
Veterano en la Guerra Grande, a la que se incorporó en octubre de 1868, a la edad de 23 años, aprendió a pelear, peleando, y desde el puesto más humilde, de soldado, llegó al más alto, de general, por sus méritos de valiente entre los valientes y de consumado estratega.
Subalterno de Gómez y García en las campañas de Oriente y de Camagüey, del 68 al 76, terminó la Guerra de los Diez años de igual de esos dos gloriosos caudillos. Al salir de los campos de Cuba, después de la protesta de Baraguá, marzo de 1878, su hoja de servicios ostentaba 800 acciones de guerra, 22 cicatrices en su cuerpo, el diploma de mayor general y ¡33 años de edad!
En la guerra del 95, desde, el primero de abril de ese año hasta el siete de diciembre de 1896 en que cayó en Punta Brava, dirigió Maceo 119 acciones de guerra.
Miró, su compañero en la guerra y su cronista, nos ha dejado este retrato de Maceo:
Era nuestro héroe de arrogante presencia, de elevada estatura, sin ser excesiva; bien proporcionado, de sólida constitución, de amplio tórax — tan amplio, que le cupieron 7 balazos sin deformar el espléndido escudo del atleta, — de rostro animado y hermoso, en el que se reflejaban las emociones del placer y los sacudimientos de la ira.
En este caso le temblaban los labios, palidecía su tez y los ojos despedían llamas; preludios de inmediato huracán o de formidable terremoto; todo marchaba entonces bajo el impulso desordenado de la tempestad: hombres, cosas, caballos y asuntos complicados, todo rodaba con el turbión, todo era trastos para él, o menudencias y opositores endebles. Tal su retrato físico.
Su retrato moral puede sintetizarse en estas líneas del propio Miró:
Maceo era la antítesis de todo lo feroz y estrafalario; su carácter era abierto, franco, liberal y cándido a las veces, demasiado cándido en ciertos asuntos que por su índole exigían precaución o examen minucioso, y así incurría en errores de conceptos sobre los propósitos de determinados sujetos a quienes no guiaba el móvil del puro patriotismo.
Creía Maceo en la bondad de los demás mientras el hecho palpable de la alevosía no demostrara lo contrario. El alma noble del guerrero no daba paso a ningún aviso de la inmediata detención, mientras la deslealtad no se hiciera evidente.
Eso sí, un cubano intrigante o un revolucionario sin fe eran hombres moralmente muertos; no volvían a entrar jamás en el reino del patriotismo: no había para ellos misericordia, si el quebrantamiento de la virtud era fruto de la reflexión o de maquinaciones dolosas. Por lo demás, le repugnaba la sangre que no fuese vertida en el campo de batalla. En su corazón magnánimo no tenían acceso las hecatombes realizadas a sangre fría.
Su visión política de los problemas cubanos nos la revela en estas frases de una carta escrita desde El Roble el 14 de julio de 1896 al coronel Federico Pérez, en New York, frases que encierran todo un programa revolucionario y nacionalista, que de haberse seguido entonces, otro muy distinto hubiera sido el curso de los acontecimientos y seguramente muy distinto también el presente de nuestra República. Dice así Maceo en la aludida carta:
“De España jamás esperé nada; siempre nos ha despreciado, y sería indigno que se pensase en otra cosa. La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos. Tampoco espero nada de los americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin su ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino poderoso.”
Lamentable es, según lo expresa Miró, que el contenido político, revolucionario y nacionalista de estas frases se haya tergiversado por completo al ser esculpidas en el monumento del Cacahual, sólo fragmentariamente y “en otros términos que ni siquiera son análogos y carecen de sentido e intención”.
Y agrega: “Parece que, al grabarlas allí, se trataba de complacer a los españoles y a los americanos por cuanto se omitió el pensamiento capital”.
Si aún no se ha realizado la necesaria y justa rectificación, recogemos y propiciamos la demanda que en 1909 hizo Miró al reproducir la referida carta (en su obra Cuba, Crónicas de la Guerra La campaña de Occidente): “Si se quiere rendir tributo a la verdad, deben ser borradas de aquella columna, y sustituirlas por las que hemos copiado literalmente“. A los admiradores de Maceo trasladamos esta demanda.
Acampado Maceo en la finca San Pedro de Hernández, en la provincia de La Habana, y con el propósito de atacar el pueblo de Marianao, fueron sorprendidos, el 7 de diciembre de 1896, por una columna española al mando del comandante Cirujeda, mientras Maceo, tendido en un hamaca, sin las botas de montar ni el machete ni el revólver, aunque al alcance de su mano, y desensillado el caballo, conversaba con Pedro Díaz, Baldomero Acosta, Juan Delgado y José Miró.
Al sentir los primeros tiros, Maceo se incorporó con el auxilio de su asistente, se vistió, armó y ensilló su caballo, partiendo, machete en mano, hacia el lugar que juzgó de mayor peligro, arengando a los que le rodeaban y ordenando al corneta que tocara a “degüello”.
A pesar de la sorpresa, bien pronto los cubanos lograron batir y hacer retroceder a los asaltantes, ocasionándoles varias bajas. Y cuando podía haberse dado por liquidada aquella acción, Maceo, — que
“sólo sentía el fuego de la pasión y los ímpetus de la cólera, porque fué sorprendido por los españoles en un momento de descuido, el primero y el único en su larga carrera de soldado, y tenía ansias de desfogar sus iras contra todo aquel que se opusiera a sus designios, no estaba en disposición de dejar el palanque ensangrentado por ninguna razón y por ningún azar que le brindara la risueña fortuna, llamándole a otra parte”
— se lanzó a perseguir a los españoles, ya en retirada, poniéndose al frente de sus hombres, a quienes animaba diciéndole: “¡Ese enemigo se nos va…! ¡Tiene miedo…! ¡A la carga!” Saltó una cerca. Dió órdenes para cortar otra cerca de alambre. Y mientras trataban de realizar esto diez o doce hombres, “un aguacero de proyectiles no dejó terminar la faena”.
Miró, que iba al lado de Maceo, relata así la muerte del caudillo:
El general acababa de decirnos, apoyando la mano que sostenía la brida, sobre nuestro brazo izquierdo: “¡Esto va bien!” Al erguirse una bala le cogió el rostro. Se mantuvo dos o tres segundos a caballo; lo vimos vacilar: “¡corran que el general se cae!” — gritamos cinco o seis al mismo tiempo; — soltó las bridas, se le desprendió el machete y se desplomó.
Cayeron también doce hombres de la escolta de Sánchez, los españoles arreciaron el fuego para disolver el grupo, comprendiendo probablemente que allí ocurría algo muy grave e inesperado. Ya en el suelo el general y palpitando todavía, pues su corazón no dejó de latir hasta después de un minuto, fué socorrido por los que estaban más próximos a él en los momentos del derrumbe.
Juan Manuel Sánchez lo sentó, el médico Zertucha le examinó la herida (mortal). Alberto Nodarse y Francisco Gómez se unieron al grupo de la tribulación un soldado de la escolta de Sánchez que estaba ileso, el ayudante Sauvanell, Ramón Ahumada, y algunos más de los que hacían fuego sobre los españoles, acudieron a los gritos de alarma.
Sánchez, mientras sostenía el cuerpo del caudillo, trató de infundirle alientos de vida, con estas palabras que le salieron del fondo del corazón:
“¿Qué es esto general? ¡Eso no es nada! ¡No se amilane! El general abrió los ojos y expiró.”
Alberto Nadarse, Juan Manuel Sánchez y el soldado Cayuco colocaron el cadáver sobre el caballo de Sánchez, que fué herido así como también aquellos tres valientes mortalmente el soldado. Trataron de utilizar el caballo de Maceo, pero se azoró, tomando el camino del campamento. Las descargas españolas arreciaron.
Panchito Gómez Toro al convencerse de la muerte de Maceo, se lanzó hacia el enemigo: “¡Yo voy a morir al lado del general!” — exclamó. Y se inmoló. “Los guerrilleros le pegaron un tiro en un brazo, otro en el costado izquierdo, y lo remataron impía y atrozmente, sin sentirse avergonzados del sacrificio del heroico joven”.
Poco después fueron rescatados los cadáveres de Maceo y Gómez por el grupo de insurrectos mandados por Miguel Hernández y transportados a una noria o bohío desvencijado, donde se velaron durante parte de aquella noche, siendo trasladados por el teniente coronel Juan Delgado hasta el Cacahual, donde se les dió sepultura en plena manigua, a las cuatro de la madrugada, por aquél, Sánchez Figueras, Baldomero Acosta, José Miró y unos campesinos amigos de Delgado.
Fervorosamente vigilados estuvieron esos gloriosos restos desde entonces hasta el final de la revolución por aquellos guajiros: Pedro Pérez y sus hijos Leandro, Romualdo y Ramón.
Y evacuada ya la isla por los españoles, después de la entrada en La Habana del Generalísimo Máximo Gómez, fué uno de los primeros actos de homenaje a los mártires de la independencia que se realizaron, la exhumación de esos restos sagrados, el 17 de septiembre de 1899.
Pero antes de esa fecha, ya el Generalísimo había visitado el lugar del combate y el sitio donde reposaban los restos de Maceo y de su hijo Panchito.
Le acompañaron en aquella triste visita los generales Pedro Díaz, Alberto Nodarse y Baldomero Acosta, testigos y actores de la memorable tragedia, así como también los generales Carrillo, Vega, Boza, comandante Corvizón, capitanes Despradel y Borrero. Nodarse, Acosta y Díaz refirieron al Generalísimo los detalles del combate y los pormenores del velorio y enterramiento.
Después de oír el doloroso relato, el generalísimo se retiró solo a un montecillo cercano a desahogar en amargo llanto su dolor de padre y de compañero.
También asistió el general Gómez a la exhumación de los restos, el día ya citado.
El general Brooke envió en su representación al coronel W. Richard.
Los fieles guardianes de aquellos inmortales despojos, Pedro Pérez y sus hijos, señalaron el lugar de las tumbas. Se recogieron los huesos que se encontraban bastante bien conservados y se identificaron, examinándolos además los antropólogos doctores La Torre, Montané y Montalvo.
En la misma finca recibieron nueva sepultura en un modesto mausoleo, que años más tarde fué transformado en el monumento que actualmente existe. Aquel sitio ha sido convertido en sagrado lugar de peregrinación.
Y el 7 de diciembre, aniversario de la muerte gloriosa de Antonio Maceo y Panchito Gómez, figura, por ley de la República en nuestro calendario patriótico como solemne día consagrado a rememorar, en Maceo y Gómez, a todos los que murieron por la libertad de Cuba.
En la página del frente, recogemos varias de las fotografías publicadas en la revista El Fígaro, de 24 de septiembre de 1899, con motivo de la exhumación de los restos de Maceo y Gómez, el 17 de aquel mes y año.
Bibliografía y notas
- Roig de Leuchsenring, E. (7 de octubre de 1934). Páginas desconocidas u olvidadas de nuestra historia: La Exhumación de los Restos de Maceo y Gómez en El Cacahual el 17 de septiembre de 1899, por Emilio Roig de Leuchsenring. Revista Carteles, 22 (38) p. 21
- Gómez de la Carrera, J. (1896?). Bohío de Pedro Pérez. [image] Available at: http://sdlv2.blogspot.com/2008/11/1896-boho-de-pedro-prez-descubridor-de.html [Accessed 1 Feb. 2020].
Daya1969 dice
Hola! Excelente artículo!! Cómo puedo ver las imágenes que refiere al final del post? Las que publicara la revista El Fígaro por aquellos días. Gracias de antemano!!
Almar dice
Hola Daya, Gracias por su interés en el tema. Las fotos son las que aparecen adjuntas en este artículo, las he agrandado para que las pueda ver con más calidad. En el Fígaro hay algunas más… tiempo mediante subiré el artículo original del Fígaro con ellas y dejaré el enlace al final de este post. Saludos Cordiales.