
Cuando las huestes invasoras abandonaban el extremo Oriente para dar comienzo á la famosa marcha triunfal que llenó toda nuestra patria atronando las selvas con el épico ruido de sus hazañas y asombró al mundo todo con el proceso de su estrategia sorprendente, el general Antonio Maceo montaba en el noble y brioso corcel que ha dado validez indiscutible al glorioso nombre de Libertador con que era designado por el heroico caudillo, comunicándole acaso algo de sus indomables energías, de su temerario arrojo, para rendir juntos las brillantes jornadas de la peligrosísima campaña.
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