Gracias a la planta de vapor oceánico de los señores G. Claude y P. Boucherot los mares tropicales serán en el futuro fuentes inagotables de energía.
¿Ha pensado alguna vez en la formidable cantidad de calor que recibe la tierra desde el sol? Esta pregunta numerosos físicos se la han hecho dándole una respuesta. Midieron lo que se llama la constante solar o cantidad de calor recibida, por minuto, en la parte externa de la atmósfera terrestre sobre la superficie de un centímetro cuadrado expuesta a los rayos solares.
La precisa determinación de esta constante se dificulta debido a la absorción que se produce en la atmósfera, solamente llega al suelo una parte del calor. Aparatos receptores dispuestos a varias alturas permitieron de evaluar la importancia de la absorción atmosférica, la cantidad de calor que llega al suelo fue inferior a la mitad de la que llega desde el sol.
Adoptando dos pequeñas calorías (cantidad de calor suministrado a un gramo de agua para que su temperatura suba de un grado centesimal) por centímetro cuadrado por minuto, como valor de la constante solar, y admitiendo que no llega que la mitad al suelo, un fácil calculo indica que una hectárea recibe por minuto cien millones de pequeñas calorías, lo que corresponde a una potencia mecánica de nueve mil caballos.
Se sabe que la transformación de la energía calorífica en energía mecánica conlleva un desastroso rendimiento, expresamos entonces que la energía calorífica es una forma degradada de la energía.
Partiendo de esta bien establecida verdad experimental, el señor decano Ch. Maurain, de la Facultad de Ciencias de Paris, dijo muy justamente que tendremos una más practica representación de la radiación solar si se evalúa por la altura del carbón sobre el suelo, del cual la combustión produciría la misma cantidad de calor en un año teniendo en cuenta la duración de la insolación; descubrió que un ancho medio de carbón con un grueso de unos diez centímetros produciría al quemarse una cantidad de calor igual a la que los rayos solares producen sobre el suelo durante un año.
Sobre una hectárea, esto sería una masa de 1300 a 1400 toneladas, en total para toda la superficie de la tierra, una masa de carbón – obsérvese la enormidad del número – igual a cerca de cinco mil veces la cantidad de carbón extraída en el globo terráqueo.
¿Y entonces? diría usted, toda esta energía se pierde a pesar de que las estadísticas advierten que los recursos en sólidos y líquidos – carbón y petróleo – no son ilimitados. No, no se pierde completamente.
Es ella, en efecto, la que utilizamos indirectamente bajo la forma de energía hidráulica, son los rayos solares los que evaporan las aguas, provocan las lluvias y consecuentemente causan el desplazamiento de las aguas en la superficie del globo.
Es ella la que utilizamos con los molinos de viento, los movimientos de la atmósfera debidos a las desigualdades de la radiación solar; es también esta energía la que se acumula en los arboles de los bosques y los sembradíos.
Desde hace mucho, innumerables investigadores se interesaron al problema de la utilización del calor solar. Casi todos intentaron emplear la energía transportada por la radiación solar sirviéndose de dispositivos comparables en principio a invernaderos.
Pero, si casi toda la energía disponible en la actualidad sobre la tierra proviene del sol, no es menos cierto que la casi totalidad del calor solar se recibe en el planeta sin ser empleado por nosotros.
Dos grandes científicos franceses, entre los más eminentes del mundo: Paul Boucherot y Georges Claude, tuvieron la ambición y la audacia de imaginar e intentar la realización de lo que, por su alcance económico y social será la gran obra de la ciencia moderna, la utilización de las calorías marinas.
La memorable sesión de la Academia de Ciencias el 15 de noviembre de 1926
“Tiene la palabra el Sr. Georges Claude…” Al ser pronunciadas estas palabras, el quince de noviembre de 1926, por el Presidente de la Academia de Ciencias en la sala de sesiones del Instituto, un hombre de cabello gris y corto bigote se levanta para ofrecer un sensacional anuncio sobre la utilización de la energía térmica de los mares.
Mi eminente amigo Paul Boucherot y yo, comienza, con una voz clara, hemos desarrollado un estudio sobre la utilización de la energía térmica de los mares, particularmente de los mares tropicales, lo que puede ser una fuente inmensa para la puesta en valor de nuestras colonias.
En el Ecuador, el agua superficial oceánica calentada por el sol llega a una temperatura de 26 a 32 grados, el agua profunda, a partir de los 1000 metros, se enfría por emisión polar manteniéndose de manera invariable a 4 grados. De estas constantes diferencias de temperatura, de 22 a 28 grados, puede brotar una inagotable suma de energía.
EL agua tibia de la superficie dará vapor de agua. Por pequeña que sea la tensión del vapor, hará funcionar turbinas creadas para moverse bajo presiones motrices: inferiores hasta al vacío de los condensadores actuales…
En ese momento, se hace casi brutal la voz del gran científico francés
Y lo pruebo, continúa.
Aquí tienen una campana llena hasta la mitad de hielo, en ella hay un disco de turbina de 15 centímetros de diámetro, instalado para funcionar bajo presiones de 20 atmósferas. La campana está conectada a un recipiente que contiene 20 litros de agua a 28 grados, el vapor de estos aporta una presión de 0,03 atmósferas.
Con una bomba hago el vacío. Desde que la presión interior es inferior por debajo de la tensión del vapor del agua, esta comienza a hervir violentamente: el vapor producido se condensa en el hielo a través de la turbina, la que comienza a funcionar para llegar a una velocidad de 5000 vueltas por minuto; mientras tanto tres pequeñas lámpara eléctricas, consumiendo 0,5 watts, por el dínamo que comandan llegarán a un blanco deslumbrante.
Se apagarán dentro de 8 o 10 minutos, después de que el agua en ebullición se enfríe por debajo de los 20 grados.
Bajo la mirada de los cautivados auditores, sin ninguna fuente de calor exterior, el agua comenzó a hervir violentamente y el disco a girar rápidamente, los filamentos de las pequeñas lámparas enrojecieron hasta alcanzar una viva incandescencia.
¡Y bien! Retoma el Sr. Georges Claude, esto es en una escala infinitamente reducida, la reproducción de lo que en gran escala queremos próximamente realizar en los mares tropicales…
Bibliografía y notas
- Roger Simonet. «Grâce à l’usine à vapeur d’océan de MM. G. Claude et P. Boucherot, les mers tropicales seront demain d’inépuisables sources d’énergie». Revista Sciences et voyages, n° 585 (1930).
- Roger Simonet. Grâce à l’usine à vapeur d’océan de MM. G. Claude et P. Boucherot, les mers tropicales seront demain d’inépuisables sources d’énergie [en línea]. , 2015. [Consulta: 20 enero 2017]. Disponible en: http://sciences.gloubik.info/spip.php?article1751#la_chaleur_solaire_source_de_toute_energie
- Nous remercions a Mr. Denis Blaizot pour bien vouloir partager cet article. Se agradece al señor Denis Blaizot por compartir el artículo.
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