La Protesta de Baraguá 1878-1895 por el general José Miró. El caminante que haya perdido el rumbo al atravesar la sabana de San Felipe —azar muy frecuente en aquella vasta planicie— podrá orientarse por una frondosa arboleda que se alza en la dirección de Poniente, como islote en medio del Océano:
Son los mangos de Baraguá, sitio ameno que convida á hacer alto en la jornada. Pero si el viajero conoce los anales de nuestras luchas por la independencia, no deplorará el accidente del extravío porque le habrá brindado ocasión de contemplar uno de los lugares más célebres de la campaña de Cuba, el teatro memorable de Baraguá, que Maceo inmortalizó con sus proezas.
Puede decirse que aquel paisaje es un estado de alma de la patria. Todo habla allí de Maceo y de sus grandes acciones: la espesa techumbre de los frutales que tantas veces sirvió de pabellón al ilustre caudillo, el espléndido panorama del Cauto, el bosque amigo, y el telón majestuoso de la cordillera.
Lugar predilecto era para Maceo la sabana de Baraguá. Sobre la dilatada llanura, que forma horizonte en algunos parajes, corrió el gran soldado las primeras suertes del arte militar y obtuvo los primeros triunfos; allí empeñó después más serios combates que extendieron su fama por el mundo y pregonaron el nombre de los Maceos como el de una familia heroica é inextinguible, en la que caía un miembro y brotaba otro: allí también, junto á la cavidad del fértil Barigua, que serpentea más abajo, se plegó la bandera de Yara, no como sudario, sino como símbolo de resurrección.
¡Cuántas veces, caminantes extraviados por la sabana de Baraguá, nos pareció oír el rumor de lejano combate traído por la eufonía del bosque!
Dos hechos, sin embargo, ha recogido la historia con especial interés.
Data el primero de 1878, poco después de haberse firmado el pacto del Zanjón —sima fatídica en la historia de Cuba— en que Martínez Campos, deseoso de conocer al caudillo insurrecto y de atraerlo para la obra de la paz, procuró celebrar con él una entrevista, y Maceo dióle cita para los mangos de Baraguá.
Era el 15 de Marzo de 1878. Martínez Campos con un brillante séquito, acudió puntual al sitio designado por Maceo, y después de prodigarle los mayores elogios por su tenacidad y valor sobresaliente, hablóle del pacto del Zanjón con verdadero entusiasmo, á lo cual replicó Maceo que los insurrectos de Oriente no creían en las condiciones estipuladas en el Zanjón, que él, por su parte, no había llegado á comprender, y que si el general Martínez Campos pretendía conceder á los orientales en armas las mismas bases para la paz, deseaba evitarle la molestia de que continuara el discurso, porque en Baraguá no se aceptaban aquellas bases.
Lleno de confusión Martínez Campos, pero ardiendo en deseos de salir airoso de la polémica, pidió entonces al general Polavieja el documento oficial que contenía el protocolo del Zanjón y como insistiera varias veces en leerlo para convencer á su contrincante, Maceo le interrumpió bruscamente, con estas palabras: “guarde Vd. ese papel: aquí no queremos saber del Zanjón.” Y volvieron á romperse las hostilidades.
Diecisiete años más tarde, en 1895, cúpole á Maceo la fortuna de tomar el desquite del Zanjón y de su hábil negociador, y de tomarlo desde mismo lugar en que había formulado tan enérgica protesta delante del general Martínez Campos; puesto que desde los históricos mangos de Baraguá, señaló la ruta de la invasión y de allí partió la hueste expedicionaria el día 22 de Octubre de 1895 para la conquista de los dominios españoles en el remoto Occidente;
Cosa absurda, á juicio de los técnicos del partido opositor, y cosa más inaudita, pero realmente notoria, la imprevisión de Martínez Campos, que no creyó en la magnitud del propósito mientras no tuvo encima la realidad abrumadora de los sucesos increíbles: la gente del bosque paseando por las ramblas urbanizadas, arrasado todo el suelo del país, en bancarrota las clases mercantiles, dominadas por el pánico las clases más elevadas, y eclipsada para siempre la estrella de su fortuna.
Tal fué el desquite del Zanjón.
Tal vez Maceo no obtenga ningún monumento suntuoso; tal vez el hábil cincel del artista no nos deje esculpidas sobre el mármol ó sobre el bronce, las facciones del caudillo glorioso, porque dijérase que el absurdo, cuando no es el sarcasmo más cruel, es aquí ley general que preside los negocios públicos.
Pero procuremos siquiera conservar la pompa de aquellos árboles seculares, los mangos de Baraguá: hagamos porque no caigan las hojas del frutal amado, como han caído las ilusiones del ardiente patriotismo bajo el encono de disgustos incurables.
José Miró, diciembre 1907.
Con este brillante artículo del ilustre general José Miró —jefe de E. M. de las fuerzas de Maceo durante la gloriosa invasión de 1895, —conmemora El Fígaro la muerte de aquel esclarecido caudillo de nuestras guerras de independencia, ocurrida en los montes de San Pedro, (Habana) el 7 de Diciembre de 1897, —N. de la R.
Bibliografía y notas
- Miró, José. “La Protesta de Baraguá 1878-1895”. Revista El Fígaro. Año XXIII, núm. 49, 8 diciembre 1907, p. 599.
- De interés: Maceo paladín de la libertad, noble y grande corazón.
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