
El egregio pintor cubano Leopoldo Romañach es una de las personalidades que más enaltecen en la actualidad a nuestra patria y que en mayor grado contribuirán a su gloria en lo porvenir.
En Leopoldo Romañach Guillén la modestia corre parejas con la valía. Enemigo de aparatosas exhibiciones, procura invariablemente pasar inadvertido. Indiferente al elogio, insensible al aplauso, jamás los solicita; por el contrario, los elude siempre con la sincera modestia que suele ser característica en los hombres de sobresaliente mérito.
La suerte proporcionóme ocasión de departir extensamente con Romañach durante su estancia en Barcelona. A poco de haber cambiado algunas frases, conversábamos con la franqueza de antiguos camaradas. La sencillez de Romañach encanta. El hombre vale tanto como el artista, lo que no es frecuente entre los cultivadores del arte pictórico. Casi todos los que he tratado personalmente, y son muchos, tienen una fatuidad insoportable.
En su cariñosa plática conmigo evocó Leopoldo Romañach juveniles recuerdos e hízome interesantes confesiones artísticas. Romañach rememora, con profundísimo agradecimiento, a quienes dieron pábulo a su vocación pictórica, manifestada vehementemente cuando sólo contaba catorce años de edad. Aunque nuestro preclaro pintor es hijo de Sierra Morena, pueblo de la región villareña, tiene para Caibarién ternezas filiales.
Allí fué donde se decidió definitivamente su porvenir. Separado de los suyos, parque contrariaban su irresistible vocación artística, hallábase a la sazón Romañach en Caibarién, donde en todos sitios encontró la más cariñosa acogida. Su incipiente arte proporcionábale los medios de subsistencia.

Así llegó Romañach a los quince años. Un día —el artista lo recuerda con enternecimiento— hallábase absorto en la reproducción de uno de los bellos paisajes de las cercanías de Caibarién.
Un señor que desde hacia rato, sin ser advertido, seguía los firmes trazos del pincel tan hábilmente manejado por el precoz artista, sacó a éste de su arrobamiento. Entraron en conversación, y a poco quedaba convenido que Romañach daría en adelante clase de pintura a los hijos del señor de referencia, quien desde luego mostróse entusiasta admirador del joven artista.
Aquel día fue memorable para Cuba porque se decidió el destino de uno de sus hijos más gloriosos.
Bondadosamente supone Romañach que en la enseñanza de sus hijos buscó su noble protector pretexto para prestarle apoyo, sin que pudiera resultar herida su susceptibilidad. Lo cierto fué que, en breve, ya estaba resuelto que Romañach, en calidad de pensionado por la Diputación provincial de Santa Clara, marchase a completar sus estudios en Roma.

El hombre generoso que tan eficaz protección dispensó a nuestro compatriota en los comienzas de su carrera, fue un español meritísimo —don Francisco Ducassi— que por aquel entonces era administrador de la Aduana de Caibarién. Para él tiene siempre Romañach en los labios frases de cariñosísimo elogio y raudales de afectuoso reconocimiento en el corazón.
Recuerda Romañach a Caibarién en frases de sentidísima gratitud. No he hecho por esa población, que tan hospitalaria fué conmigo —me decía melancólicamente el genial artista— nada que ponga de relieve el cariño que me inspira; pero, no renuncio al propósito de hacerle algún día ostensible mi agradecimiento, por las innúmeras bondades que allí encontré en mi iniciación artística.
De labios de Romañach no se exhala ni una queja. Para nadie tiene ese ingente artista el menor reproche. Si algún obstáculo ha encontrado en su carrera, lo da por completo al olvido, guardando recuerdo imperecedero de quienes le han hecho bien.
Entre ellos hace Romañach especial mención de la benemérita matrona cubana Marta Abreu de Estévez que, por mediación de Raimundo Cabrera, tantos favores le dispensara cuando por resultas de la guerra que ardía en nuestro país, suspendiósele la pensión y vióse relegado a muy aflictiva situación en Roma.
Evoca Romañach con cariño el recuerdo de aquellos días en que, en vísperas de la terminación de nuestra épica lucha por la independencia, su estudio de New York convertíase muy a menudo en club revolucionario, al cual concurrían las más ilustres personalidades cubanas que allí conspiraban en pro de la emancipación de nuestro país.

Solo sentimientos generosos germinan en el alma de ese artista admirable. En su corazón, siempre abierto a todas las nobles expansiones, no anida jamás el odio.
Tal es, trazada muy sintéticamente, la personalidad moral de esa gloria del arte cubano.
La misión que oficialmente se confiara a nuestro eximio pintor Leopoldo Romañach, ha sido cumplida con el entusiasmo ardoroso que él pone siempre en todos sus empeños artísticos. De la peregrinación de Romañach por la América del Norte y por Europa, hecha merced al eficaz apoyo prestado por nuestro Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, señor García Kohly, reportará incalculables beneficios el arte pictórico en nuestro país.
A grandes rasgos, muy someramente, comunicóme Romañach algunas de sus observaciones de viaje. En New York dió comienzo a los estudios que se le encargó hiciera sobre la organización de la enseñanza pictórica en diversos países, con el propósito de introducir en Cuba reformas que tiendan a la creación de un medio favorable para el desenvolvimiento de la pintura, arte allí sistemáticamente relegado al más completo abandono.
Romañach muéstrase admirado de la organización de la enseñanza de la pintura en los Estados Unidos. Allí es donde ha encontrado establecido el sistema más práctico, sencillo y lógico para el estudio de la pintura. New York, Chicago, San Luis, Búfalo, Pittsburg y otras capitales norteamericanas, poseen magnificas Academias de pintura y espléndidos Museos, donde se hallan reunidas muchas valiosas joyas del arte moderno.
Las Academias de pintura europeas no pueden, por lo general, competir con las norteamericanas. Así por lo que respecta a los grandes edificios donde se hallan instaladas, como al material de que disponen y a los progresivos sistemas de enseñanza porque se rigen, superan mucho esos planteles norteamericanos de enseñanza artística a los de Europa.
Decíame Romañach — con la modestia en él ingénita — que había contribuido mucho a orientarle en sus estudios acerca de la organización de la enseñanza práctica en los Estados Unidos, el insigne artista Sorolla, con quien se encontró en New York. Sorolla, que a la sazón regresaba de un viaje hecho a través de aquel país, mostrábase asombrado de los esfuerzos que en él se realizan para llegar a un alto grado de desarrollo en el arte de la pintura.

Aparte del inmenso Museo Metropolitano de New York, en el que se conservan verdaderas preciosidades, así de arte pictórico antiguo como moderno, hay otros muchos en los Estados Unidos, de extraordinaria valía. Puede decirse que esas ricas pinacotecas norteamericanas atesoran lo mejor que en todas partes ha producido, durante los últimos cincuenta años, el arte pictórico.
Muchas de esas joyas artísticas pertenecen a particulares. Pero éstos no acaparan avaramente los tesoros pictóricas que poseen, sustrayéndolos a la admiración de las gentes, sino que, por el contrario, les ceden generosamente, en calidad de préstamo, por tiempo determinado, a los Museos, que así, a más de los cuadros de su pertenencia, pueden exhibir siempre obras valiosísimas, de propiedad particular.
Lo más admirable de esos grandes progresos que realiza el arte pictórico en los Estados Unidas —me decía Romañach con entusiasmo— es que se deben exclusivamente a la iniciativa particular. Merced a la cooperación privada, sin apoyo alguno oficial, prescindiendo en absoluto de la acción del Estado, se han constituido espléndidos Museos y Academias, muchos de los cuales disponen de cuantiosos recursos pecuniarios.
Con tales elementos —añadía Romañach— es indudable que en periodo no lejano se creará en aquel pueblo el ambiente artístico de que hoy carece y florecerá allí el arte pictórico esplendorosamente.
De los Estados Unidos dirigióse Romañach a Italia, donde estudió detenidamente los sistemas adoptados para la enseñanza de la pintura. Lo propio hizo después en Francia y hará ahora en España. Fruto de esos viajes de investigación ha sido un cúmulo de estudios y datos que, si se aprovechan, tomándolos como base de innovaciones, pueden reportar grandes beneficios a la cultura artística de nuestro país.

A la vez que, en cumplimiento de su misión oficial, dedicábase Romañach a esas investigaciones, no ha descuidado la labor pictórica, durante su alejamiento de Cuba.
Casi todos los nuevos cuadros de Romañach ofrecen la novedad de haber sido trazados a pleno aire, donde el artista tiene que luchar con dificultades múltiples, que nuestro insigne pintor ha vencido, poniendo de relieve lo vario de sus facultades y la admirable ductilidad de su genio creador.
Las últimas producciones pictóricas de Romañach señalan, respecto de todas las precedentes, notable evolución. Inclínase Romañach hacia la tendencia velazquiana, que es hoy la seguida por los pintores europeos de más positivo valer.
Así es que en los cuadros recientes de Romañach destácanse dos puntos salientes sin que resalten con dureza los contornos. Adviértese que el problema de la fusión de tintas preocupa profundamente a Romañach, como a otros grandes cultivadores actuales del arte pictórico.

Ese problema presenta dificultades sin cuento, que Romañach ha vencido en su primera tentativa. Los cuadros que señalan una nueva evolución en su técnica pictórica, son de una consistencia admirable. Son obras definitivas, de esas que consolidan la fama de un artista de mérito tan extraordinario como nuestro Romañach.
Aun, sin embargo, ha de obtener ese laureado artista mayores triunfos. En plena actividad creadora, poseído del mayor entusiasmo, trabaja ahora sin descanso en Madrid, donde con preferencia se dedica al estudio del procedimiento velazquiano.
Después estudiará detenidamente las obras del Greco, que se conservan en Toledo, y, tras breve permanencia en Andalucía, embarcará el mes de marzo en Gibraltar, con rumbo a nuestra patria.
Los estudios que al presente realiza Romañach serán muy fructuosos para Cuba. Sus alumnos de la Academia de Pintura de la Habana se aprovecharán de la labor perseverante y entusiasta de artista tan preclaro.
Anhela Romañach restituirse al suelo natal. Siente la nostalgia de la patria, en la que desea exponer las obras que ha realizado ausente de Cuba. Entre ellas figura un cuadro de gran tamaño —“Mártires de la Independencia”— al que auguro un éxito muy ruidoso. No vacilo en afirmar que su exposición revestirá en Cuba los caracteres de un gran acontecimiento artístico.
Pero, en beneficio de nuestro país, convendría que Romañach demorase por algún tiempo su regreso a la patria.
No dudo que él se impondrá patriótica y gustosamente ese sacrificio, en su afán de dar cima a los estudios a que con vehementísimo entusiasmo se dedica en Europa.
La labor artística de Romañach es tan copiosa como brillante.
Trabajador infatigable, ha producido cuadros muy hermosos, que le han valido recompensas meritísimas. En las Exposiciones de San Luis y Búfalo obtuvo medalla de oro. En el Salón de París de 1901 alcanzó un gran triunfo con su magnífico lienzo “La Convaleciente”. Los bellos cuadros que se reproducen en este número son algunos de los que Romañach ha trazado durante su última permanencia en Italia.
Romañach es catedrático de Colorido en la Academia de Pintura de la Habana. Buen número de excelentes discípulos, algunos de los cuales completan al presente sus estudios en Europa, son preconizadores entusiastas de la gran valía del insigne maestro, quien pone siempre el mayor empeño en transmitir cuanto sabe a sus alumnos.
El artista genial y el profesor expertísimo aúnanse en ese hombre admirable, para gloria imperecedera suya y de nuestra patria, que, además del precioso legado de sus obras, tendrá que agradecerle el haber contribuido más que nadie al progreso del arte pictórico en Cuba.
Ernesto Garrido.
Romañach Pintor de Almas por Adrián del Valle
Nuestra alma se manifiesta por medio de pensamientos, sentimientos y pasiones, que son los que subsecuentemente determinan nuestro modo de obrar.
Todo estado de alma, causa una acción física en nuestro ser, desde un acto violento y agitado, de todo o parte del cuerpo. al más imperceptible movimiento en la expresión del rostro.
En el semblante llevamos perennemente reflejada el alma. Habrá quienes hayan aprendido a cubrir su semblante con el velo impalpable del disimulo, tratando así de ocultar sus sentimientos; mas, el perspicaz observador que pacientemente haya aprendido a conocer la expresión del rostro humano, conocerá donde hay simulación y en toda ocasión comprenderá el carácter moral del individuo.
Esta que pudiéramos llamar ciencia de la expresión del rostro debe poseerla en alto grado el artista que pretenda reproducir en una tela los rasgos fisionómicos de un individuo.

Todo el arte del pintor, está en darnos, junto con la realidad material de la cosa o ser pintado, el ambiente o el reflejo espiritual. En esto se diferencia el arte fotográfico del pictórico, aparte la técnica de éste. El ojo del artista debe ver, adivinar a veces, lo que el objetivo de la cámara no logra fijar.
Y esta cualidad la posee en alto grado Romañach. Tuve la revelación de ello cuando, admiré sus cuadros “La Convaleciente” y “La Abandonada”. En el asunto de ambos había maestría técnica y sentimiento hondo; y el ambiente, las figuras, los objetos de aquellos cuadros estaban impregnados de esa espiritualidad pictórica que es complemento de la realidad material, puesto que es indispensable para producir la sensación de vida que tanto admiramos en los buenos cuadros.
Mi visita al salón donde expuso Romañach su labor de seis mees en Europa —labor sorprendente por la cantidad y calidad de los cuadros pintados en tan corto tiempo— reafirmó la impresión que aquellas primeras obras me produjeron.1
Romañach es un verdadero artista, enamorado de su arte. Además de una técnica excelente, de un firme conocimiento del dibujo y del colorido, posee esa penetrante visualidad espiritual que lo lleva a sorprender en sus modelos el estado psicológico, reproduciéndolos en la tela como si estuvieran animados de vida.
En esos cuadros se reveló Romañach como un pintor de almas. Aquellas cabezas de estudio, de viejos los más, algunos de mujeres y niñas, son reflejos de almas. En aquellos ojos, en aquellas bocas, en todos los rasgos faciales, en la actitud de las cabezas, en la coloración de la carne, se ve el destello de una vida psíquica, que el pintor ha sabido retener sobre la tela con la magia de su pincel.
Difícil me seria señalar todas las bellezas que ofrecen los estudios de Romañach. De éstos, el que más me impresionó fué el de un viejo con la desdentada boca abierta, de luenga y desparramada barba blanca, cuyo rostro refleja de modo admirable el espanto y la angustia. Es un cuadro pequeño, pero fuerte y vigoroso, de pintura muy acabada.
Otro cuadro, que atrajo con preferencia mi mirada, representa un tipo hermoso de mujer sensual. Afortunadísimo está Romañach al pintar la carne, que presenta una gran frescura de colorido.
Romañach, pintor a la moderna, desdeña la línea firme. Para él, seres y objetos deben guardar una relación de continuidad con el ambiente; y esto, que se nota en la mayoría de sus cuadros, contribuye a su mayor naturalidad y belleza.
Legítima gloria de Cuba es Romañach. En cualquier lugar o país donde se exhiba uno de sus cuadros, el espectador inteligente tendrá que decir: eso es arte.
Bibliografía y notas
- Garrido, Ernesto. “Una gloria del arte cubano: Leopoldo Romañach”. Revista Cuba en Europa. Año III, núm. 62, 30 de octubre 1912, pp. 1-7.
- Alúdese a una de las primeras excursiones artísticas hechas por Romañach a Italia. ↩︎
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