Poema Niágara de José María Heredia
Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida i agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz...! Niágara undoso,
Tu sublime terror solo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, calla
Tu trueno aterrador: disipa un tanto
Las tinieblas que en tordo te circundan;
Déjame contemplar tu faz serena,
I de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soi de contemplarte: siempre
Lo común i mezquino desdeñando,
Ansié por lo terrífico i sublime.
Al despeñarse el huracan furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo,
Palpitando gocé: ví al Oceáno
Azotado por austro proceloso,
Combatir mi bajel, i ante mis mis plantas
Vórtice hirviendo abrir, i amé el peligro.
Mas del mar la fiereza
En mi alma no produjo
La profunda impresion que tu grandeza.
Sereno corres, magestoso; i luego
En ásperos peñascos quebrantado,
Te abalanzas violento, arrebatado,
Como el destino irresistible i ciego.
¿Qué voz humana describir podría
De la sirte rugiente
La aterradora faz? El alma mia
En vago pensamiento se confunde
Al mirar esa férvida corriente,
Que en vano quiere la turbada vista
En su vuelo seguir al borde oscuro
Del precipicio altísimo: mil olas,
Cual pensamiento rápidas pasando,
Chocan, i se enfurecen,
I otras mil i otras mil ya las alcanzan,
I entre espuma i fragor desaparecen.
Ved! llegan, saltan! El abismo horrendo
Devora los torrentes despeñados:
Crúzanse en el mil íris, i asordados
Vuelven los bosques el fragor tremendo.
En las rígidas peñas
Rómpese el agua: vaporosa nube
Con elástica fuerza
Llena el abismo en torbellino, sube,
Gira en torno, i al éter
Luminosa pirámide levanta,
I por sobre los montes que le cercan
Al solitario cazador espanta.
Mas ¿qué en tí busca mi anhelante vista
Con inútil afán ! ¿Por qué no miro
Al rededor de tu caverna inmensa
Las palmas ¡ai! las palmas deliciosas,
Que en las llanuras de mi ardiente patria
Nacen del sol a la sonrisa, i crecen,
I al soplo de las brisas del Océano,
Bajo un cielo purísimo se mecen?
Este recuerdo a mi pesar me viene...
Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino,
Ni otra corona que el agreste pino
A tu terrible magestad conviene.
La palma i mirto i delicada rosa,
Muelle placer inspiren i ocio blando
En frívolo jardín: a ti la suerte
Guardó mas digno objeto, mas sublime.
El alma libre, generosa, fuerte,
Viene, te vé, se asombra,
El mezquino deleite menosprecia,
I aun se siente elevar cuando te nombra.
Omnipotente Dios! En otros climas
Ví monstruos execrables,
Blasfemando tu nombre sacrosanto,
Sembrar error i fanatismo impío,
Los campos inundar con sangre i llanto,
De hermanos atizar la infanda guerra,
I desolar frenéticos la tierra.
Vílos, i el pecho se inflamó a su vista
En grave indignacion. Por otra parte
Ví mentidos filósofos, que osaban
Escrutar tus misterios, ultrajarte,
I de impiedad al lamentable abismo
A los míseros hombres arrastraban.
Por eso te buscó mi débil mente
En la sublime soledad: ahora
Entera se abre a tí; tu mano siente
En esta inmensidad que me circunda,
I tu profunda voz hiere mi seno
De este raudal en el eterno trueno.
Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista el ánimo enagena
I de terror i admiracion me llena!
¿Dó tu origen está? ¿Quien fertiliza
Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
Hace que al recibirte
No rebose en la tierra el Océano?
Abrió el Señor su mano omnipotente;
Cubrió tu faz de nubes agitadas,
Dió su voz a tus aguas despeñadas,
I ornó con su arco tu terrible frente.
Ciego, profundo, infatigable corres,
Como el torrente oscuro de los siglos
En insondable eternidad... ! Al hombre
Huyen así las ilusiones gratas,
Los florecientes dias,
I despierta al dolor...! ¡Ai! agostada
Yace mi juventud; mi faz, marchita;
I la profunda pena que me agita
Ruga mi frente de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
Mi soledad i mísero abandono
I lamentable desamor... ¿Podria
En edad borrascosa
Sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡si una hermosa
Mi cariño fijase,
I de este abismo al borde turbulento
Mi vago pensamiento
I ardiente admiracion acompañase!
¡ Cómo gozara, viéndola cubrirse
De leve palidez, i ser mas bella
En su dulce terror, i sonreirse
Al sostenerla mis amantes brazos...
Delirios de virtud... ¡Ai! Desterrado,
Sin patria, sin amores,
Solo miro ante mí llanto i dolores!
Niágara poderoso !
Adiós! adios! Dentro de pocos años
Ya devorado habrá la tumba fria
A tu débil cantor. Duren mis versos
Cual tu gloria inmortal! Pueda piadoso
Viendote algun viajero,
Dar un suspiro a la memoria mia!
I al abismarse Febo en occidente,
Feliz yo vuele do el Señor me llama,
I al escuchar los ecos de mi fama,
Alce en las nubes la radiosa frente.
Junio 1824
Referencias bibliográficas y notas
- Obras poéticas de José María Heredia, Vol. I, Poesías, págs.238-242. Imprenta y librería de N. Ponce de León, Nueva York 1875.
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