
El educador del Colegio La Luz en Matanzas: Eduardo Meireles Brito contado por Félix Callejas en 1914. He aquí las dos cosas que necesita Cuba para su engrandecimiento, o, mejor aún, para su salvación: agricultores, educadores.
Con agricultores buenos, modernos, sin la rutina secular de nuestros “sembradores” invariables y estancados, tendríamos todo esto: abundancia, bienestar, riqueza, solvencia, amor a la tierra, y, sobre todas esas cosas, y como consecuencia de ellas, esta suprema conquista: odio a las guerras y a las revueltas, amor a la paz.
Con educadores verdaderos, de los que saben formar ciudadanos y, como recomendó don José de la Luz, “templarles el alma para la vida”, tendríamos este otro don preciado que necesitan los pueblos para hacerse grandes: hombres.
Así, con hombres que supieran cultivar el suelo fecundo de Cuba y sacarle toda su riquísima savia, moriría de consunción nuestra política raquítica y egoísta, —hambrienta casi—; la burocracia sería sólo un pobre refugio de imbéciles y de pobres de espíritu, y, por último, jamás ni nunca volverían a perder sus hermosas colas los potros criollos…
Por eso, cuando me encuentro un agricultor auténtico, lo miro con asombro y respeto; cuando descubro un educador verdadero —¡qué pocos hay!— le abro paso reverentemente, pensando: ¡Ahí va el remedio seguro contra todos nuestros profundos y arraigados males nacionales!
En Matanzas — ¡Siempre “nuestra Atenas” dándonos ejemplos vivos de su prodigalidad intelectual!— hay un educador, y la circunstancia de querer El Fígaro rendirle un homenaje de admiración y ser yo un devoto fiel de ese educador excepcional, que se llama Eduardo Meireles, ponen mi firma al pie de este homenaje.
Dieciséis años hace que Eduardo Meireles Brito, —entonces completamente desconocido—, abrió en Matanzas, sin otro capital ni otro auxilio que el propio impulso de su fe y de su vocación, el colegio La Luz.

Un colegio completamente laico, sin el catecismo por señuelo, sino con la verdad, la moral y el culto a la patria por programa.
¿Cómo fué que las madres cubanas mandaron sus hijos a ese colegio laico? Muy sencillo: ellas mismas, las que eran religiosas, les enseñaban la religión a sus hijos, y dejaban al educador que hiciera únicamente la obra propia de su ministerio: hacerlos hombres, “templarles el alma” e instruirlos en los conocimientos que el hombre necesita para ser apto y útil a sí mismo y a los demás en la vida.
Y tanto fué así, y tan excelentes resultados dió la enseñanza laica del colegio La Luz, que hace dos años las madres matanceras rogaron al señor Meireles que les educara también a sus hijas.

Las pusieron bajo la tutela de su espíritu severo y dulce, bajo la sombra de su corazón nobilísimo, y hoy se ve el caso singular, —único en Cuba en escuelas no oficiales—, de que se reúnan en unas mismas aulas niñas y niños, sin malicia, sin peligro, sencillamente, candorosamente, con sólo esta denominación genérica para todos, hembras y varones: ¡Niños!
He ahí un mentís rotundo y definitivo a los que niegan la posibilidad en Cuba de la coeducación de los sexos. Con 247 alumnos, entre varones y hembras, se cerró en el pasado curso el colegio del Sr. Meireles, quien ha tenido necesidad de tomar dos casas contiguas para darle la capacidad necesaria a su plantel.
Otra originalidad que ofrece este colegio de que hablo: los alumnos pupilos,—los varones—, salen a pasear solos todas las tardes, después de haber comido. El señor Meireles me decía una vez, sonriendo, al referirse a esa libertad de que disfrutan sus alumnos:
¡Huy! Los papás al principio se alarmaron!, pero, al fin, ante la evidencia del bien que ello les proporciona, se convencieron. El secreto está en que yo no los dejo libres sino cuando ya son conscientes de sus actos y capaces de hacer buen uso de esa libertad que les doy…. ¡Bonita cosa, acostumbrarlos a vivir como pájaros en la jaula! Hay que enseñarles a ser hombres prácticamente. ¡A nadie podría enseñársele a montar en bicicleta, por ejemplo, con teorías…!
Al lado de este libertad, tienen los alumnos “del colegio de Matanzas” así debiera ser conocido en toda la república: “el colegio de Matanzas” tiene este otro privilegio de que disfrutan pocos escolares: una biblioteca, de más de cinco mil volúmenes, a su libre y completa disposición.

¿Qué más? ¡Mucho más podría decir en elogio de este notable y singular educador y de su colegio insuperable; páginas enteras podría escribir detallando sus excepcionales condiciones, describiendo los métodos que emplea y los éxitos que alcanza!

Pero aquí tengo que limitarme al espacio que los demás asuntos de esta ilustrada e ilustre revista me conceden; que si no, la llenaría toda con este solo tema, y al pie de ella pondría mi firma con orgullo.
En la imposibilidad de hacerlo así, me limito a firmar y a ratificar lo poco que queda escrito, y a descubrirme reverente al paso de este apóstol de la educación, ante cuya obra habrán de descubrirse algún día las generaciones futuras.
Félix Callejas. Octubre, 1914.
Bibliografía y notas
- Callejas, Félix. “Un educador”. Revista El Fígaro. Año XXX, núm. 42, 18 de octubre 1914, p. 501
- El Colegio La Luz
- Personalidades y negocios de Matanzas
Deja una respuesta