
El dedo gordo seguía a la hormiga desde la chancleta plástica cosida con alambre de motor enrollado, le aprisionaba el mete dedo de suiza, pero igual emitía señales como si fuera un semáforo en cruz, apuntando de arriba abajo y de abajo arriba. El desconocido código de tráfico solo era comprensible para Tareco. No se podía equivocar porque daba las órdenes en la dirección que escogían las hormigas.
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